Capítulo VII
Parte II
Desperté de un largo sueño. Abrí los ojos
y me di cuenta que ese no era el cielo de mi dormitorio. Me incorporé
dificultosamente ya que sentí dolor en todo el cuerpo. Miré a mi alrededor pero
no descifré donde me encontraba. ¡No recordaba haberme acostado en un lugar tan
horrible! A las paredes claramente le faltaba una capa de pintura. Recordé mi
aventura de anoche y comprendí que yo estaba presa en esa habitación. Me puse
de pie aún mareada y caminé hacia la puerta. Estaba cerrada. No me esperaba lo
contrario. La pequeña ventana tenía rejas. Traté de mirar por ella pero solo vi
una especie de patio cerrado, muy pequeño y si nada verde. Allí no había nadie.
Volví a recostarme en el viejo colchón sobre el que había dormido y cerré los
ojos. Esperaba volver a abrirlo y encontrarme en mi cama en mi casa. Pero eso
no sucedió. Esta vez Kai no me había ayudado. Decepcionaba tuve que aceptar mi
situación.
¿Por qué tuvo que suceder de nuevo? ¿Tan
mala suerte tengo que apenas saco las alas y ya me atrapan? ¡Y todo por culpa
de Kai! O más bien porque descubrí un sentimiento demasiado sensible hacia él…
hacia alguien que no podía ser. Simplemente no se podía. ¿Por qué mis
sentimientos me engañaban? Estaba segura que solo era obsesión. Esa obsesión
que se tiene con alguien cuando no dejas de pensar en su persona pero en el
fondo no te gusta, solo te gusta la ilusión de lo que esa persona podría llegar
a ser. Debía dedicarme tiempo para pensar en ello y aclarar mis pensamientos…
Kai… una ilusión. Me gustaba pensar en el
de una forma que no existía en la realidad. En la realidad solo era un estúpido
maleducado a quien le importaba un rábano. En mi ilusión había una pequeña
posibilidad de… no lo pronunciaré. Es tan inaceptable que no me lo contaré ni a
mí misma. No quiero que mis neuronas se decepcionen de mi tontera.
La puerta se abrió y uno de esos tipos se
acercó con mi miserable desayuno. Supuse que era el desayuno por la mísera
cantidad de pan con margarina y el té de hierbas… ¿pasto? O lo que fuera.
Luego me acosté para digerirlo y olvidar
las ganas de más.
Más tarde la puerta se abrió y el mismo
tipo me hizo una señal de seguirlo. Me levanté y lo seguí desconfiada. Detrás
había un oscuro corredor que terminaba en otra puerta. Salimos a una especie de
sala y llegamos a un escritorio donde otro tipo pero ésta vez obeso estaba
sentado detrás de una pila de papeles polvorientos. Alzó la vista para
observarme e hizo un gesto que parecía un saludo. Las paredes estaban cubiertas
de telarañas oscuras como si nadie las hubiera limpiado en años.
-“Abre tus alas.” Dijo en un tono de voz
aburrido.
Yo no estaba dispuesta a abrir nada. El
gordo hizo una mueca alzando las cejas como si se hubiera esperado tal
reacción. Alzó el brazo y apuntó a otra puerta apenas visible de la que no me
había dado cuenta. Seguimos nuestro camino por ahí y llegamos al patio de ese
extraño edificio. Estaba al aire libre pero seguía rodeada de muros y puertas
que conducían hacia algún lugar fúnebre, así como lo era todo el edificio. Como
una cárcel.
Apareció otro tipo, viejo, alto, flaco y
con cara de pocos amigos. Éste me ordenó abrir mis alas. Como me negué a
hacerlo se enojó.
-“Si no me muestras tus alas te abriré la
espalda y te las sacaré yo mismo.”
¿Para qué querían mis alas? Miré al muro.
No era muy alto y podría sobrevolarlo en un par de segundos. Pero temía que
ellos fueran más rápidos. Corrí hacia una de las puertas pero me detuvieron.
Eran rápidos. Caí al suelo y sentí un golpe en el hombro.
-“Ya déjala en paz. Espera a que se
acostumbre a este lugar y ya cederá con el tiempo.” Dijo una voz femenina.
Volteé para verla. Una mujer había aparecido tras la puerta. Su rostro me
inspiró confianza. Deseché ese sentimiento rápidamente recordando que ella
también era una cazadora de arenkes.
Me
levantaron y me llevaron de vuelta a mi celda.
-“Si no cooperas te las sacaremos a la
fuerza de la espalda. Y luego te las cortaremos y nunca más podrás volar.” Dijo
el viejo flaco.
Tuve un horrible presentimiento de que realmente
era eso lo que querían hacer. Pero no tenía muchas opciones, ellos iban a
obligarme a abrir mis alas.
-“¿Sabes que les sucedió a los otros
engendros de tu especie? Les cortamos las alas y los dejamos en la torre. O se
desangraban o saltaban al vacío. De todas formas acababan con su vida. Tú
eliges.”
¡Que desagradable! No tenía ánimos de pasar
por eso. ¿Cuánto tiempo me mantendrán aquí encerrada? ¿Qué hay de Kai y los
demás arenkes? ¿Vendrá alguien a rescatarme? ¡Ni siquiera sé en qué parte
del mundo estoy!
La puerta de mi celda se abrió y detrás
apareció la mujer. Me vio en el suelo sin decir nada. Cerró la puerta y quedó
observándome.
-“¿Dónde estoy? Pregunté rompiendo el
silencio.
-“En Rancagua.”
¡Wow! Eso era a 4 horas al sur de donde yo
vivía. ¿Tan lejos me habían traído estos inútiles?
-“¿Vives en Viña del Mar? Preguntó ella
amable. Yo asentí.
-“Y te llamas Dany.” Agregó.
-“¿Cómo lo sabes?” Me sorprendí.
-“Lo leí en tu identificación.” Sonrió
ella. ¡Cierto! No me acordaba que la traía conmigo. Ahora ya no, ella me la
había quitado.
Silencio.
Ella abrió la boca para decir algo, pero
la cerró dudando si decirlo o no. Miró hacia la ventana de mi celda preocupada.
Se despidió y desapareció tras la puerta. ¡Qué mujer más extraña!
Pasé una noche fría en mi celda, ya que no
me atreví a abrir las alas para cubrirme. Tuve varias pesadillas y desperté
agradecida cuando noté el primer rayo de sol en mi ventana.
No pasaron unos minutos y fueron a
molestarme a mi celda. Era la mujer nuevamente. Me hizo un gesto para que la
siguiera. Me llevó a unas duchas y me ordenó a bañarme. El agua estaba fría. Me
congelé completamente.
Salí de la ducha con la toalla en la
cabeza tiritando y sintiéndome como un cubo de hielo. La mujer cerró la puerta
de un golpe y esperó a que me secara el cabello.
-“¿Eres de Puerto Montt, verdad?” Preguntó
luego de que yo terminara.
-“¡¿Cómo lo sabes?!” Pregunté sorprendida.
Eso no estaba en mi identificación.
Ella me sonrió irónicamente.
En ese momento alguien golpeó a la puerta
desde afuera gritando algo como “apúrense”.
-“No te olvides tan rápido de tu infancia
y de aquellos que te criaron.” Me
susurró abriendo la puerta y empujándome hacia afuera. ¡¿Quéee?! ¿Qué sabia
ella?
Volví a mi celda a esperar el desayuno.
Estaba entumecida y esperaba algo caliente para beber. No esperé mucho y me
llevaron una enorme taza de café con leche. Hasta ahora era lo mejor que había
recibido en aquel lugar.
¿Quién era esa mujer y qué sabía de mi
infancia? Su respuesta retumbaba en mi
cabeza. ¿Qué era lo que sabía de mí?
Pasé el resto del día sin ver a nadie. Era
tedioso el aburrimiento y el silencio era abrumador. De vez en cuando me
levantaba a mirar por la ventana. Pero afuera no sucedía nada especial, el sol
caía sobre el cemento vacío del patio y el lugar parecía vacío e inhabitable.
Me sentía el único ser vivo a parte de las moscas que se posaban en el vidrio
desde afuera. Era un día soleado pero yo no podía disfrutarlo. Me tendí sobre
mi colchón a dormitar. El día no parecía tener fin.
Por la noche me trajeron mi cena. Luego
las luces del patio se apagaron. Mi celda carecía de ampolleta, por lo tanto
pronto me sentí en la oscuridad. Acostada sobre el colchón traté de identificar
algunos ruidos afuera. Algunas aves se despedían del día con sus cantos caracterísricos.
Traté de imaginar el mundo afuera del edificio. Nunca antes había visitado
Rancagua.
Durante la noche se abrió lentamente la
puerta de mi celda y la mujer se asomó por ella. La cerró y se sentó a mi lado.
Yo aún no había conciliado el sueño.
-“¿Estás despierta? Quería hablar
contigo.” Dijo.
Me levanté y senté apoyándome contra la
pared. Se llevó el dedo a los labios, advirtiendo silencio.
-“Quiero saber que sabes sobre…”
-“¿De ti?”
-“Si.”
Sus ojos brillaban con la luz de la luna
que entraba por la ventana.
-“Cuando eras pequeña… tuviste una
niñera…” Comenzó.
Miles de recuerdos llegaron a mi mente. Mi
infancia, esa linda infancia que viví hace muchos años atrás. Y de repente
apareció ella. Estaba allí, entre todos esos recuerdos de mi niñez. Había
acertado.
-“¿Iris?” Pregunté emocionada y ella
asintió advirtiéndome silencio nuevamente. ¡Era ella! ¡Me había reconocido!
¿Pero qué estaba haciendo ella entre los cazadores de arenkes? Qué decepción…
-“¡Te estuve buscando por mucho tiempo!
Nadie me dijo que te habías ido a Viña del Mar. Necesito hablarte de cosas…
ahora que eres adulta…” Parecía no encontrar las palabras.
-“¡Eres una cazadora de arenkes!” Protesté.
-“¡No! No lo soy… escúchame; ellos creen
que soy una cazadora. Pero en realidad estoy aquí para ayudarlos. Pero debes
actuar como si fuera tu enemiga. ¡No me delates! Te ayudaré a huir…”
Abrí los ojos esperanzada hacia la persona
que tenía en frente y que me inspiraba una gran paz. Ya no tenía motivos para
sentir miedo.
-“¡Cuéntame de ti! ¿Por qué ayudas a los
arenkes?”
-“¿Te acuerdas, cuando eras pequeña, yo te
contaba cuentos de personas que tenían alas y que podían volar?
-“Tu eres una… ¡eres una de nosotros!”
Ella asintió con una sonrisa. Se levantó y
caminó en dirección a la puerta.
-“¡No te vayas!” Supliqué.
-“Tengo que hacerlo o ellos se darán
cuenta. No te preocupes, mañana te traeré el desayuno. Buenas noches.” Se
despidió y desapareció tras la puerta.
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