*Proyecto aparte, que no publicaré, excepto algunos capítulos que en este momento si considero aptos para el público.
La Vida de Sky Cryster - Capítulo I
El gerente
de la empresa G.A.T.O me miraba con sus feos ojos de indistinguible color
frunciendo el ceño y mirándome fijamente para ver si su mueca causaba alguna
impresión en mí. Pero lo único que me causaba era que no pudiera evitar ver sus
facciones desagradables a la vista. Creo que en ese momento yo tenía una cara
de póker. No sabía si reírme, si deprimirme o si fingir que estaba asustado y
desesperado por conseguir un trabajo en aquel lugar.
En sus manos
sucias tenía los blancos pliegues de mi curriculum recién impreso en la
librería de la esquina, y aún le quedaban el olor a tinta fresca.
Creo que esa
entrevista de trabajo no resultó, por algún enigma entre él y yo. O él era
demasiado feo para ser digno en ser mi futuro jefe, o yo era demasiado
atractivo para el promedio de personas que se admitían allí. Pero eso no me preocupaba.
En el fondo de mi alma yo sabía que de todas maneras sería un trabajo temporal,
al menos que éste tuviera alguna cualidad que me atrapara y me hiciera adictivo
a la actividad. Pero yo podía estar completamente seguro que nunca un trabajo
me satisfaría tanto como para desear seguir ejerciéndolo durante el resto de mi
vida.
En realidad
solo necesitaba dinero para comprarme una impresora nueva y así imprimir
currículums más extensos para otras empresas más dignas de mis encantos.
-“Señor Sky…
Sky… ¿es ese su nombre realmente?” Preguntó el hombre haciendo tiritar sus
cejas al pronunciarme.
-“Si, señor.
Le aseguro que no lo puse para ahorrar tinta.” Le aseguré con naturalidad. Pero
no parecí convencerlo. Me lanzó una mirada desaprobadora.
-“Pues me parece
un diminutivo.” Aseguró.
Y nuevamente
me encontré ante un gran dilema existencialista. Si no le gustaba mi nombre,
entonces ¿para qué me había llamado?
Siempre me
han hecho la misma pregunta. Que si Sky, que si Skyler, que si Skyle, Skule,
Skipper, Skype, y tantos otros que no
recuerdo. ¿Por qué no se conformaban simplemente con un nombre de tres letras?
¿Por qué les parecía tan imposible que una persona pudiera llamarse así?
-“Si quiere,
puede llamarme Mi Cielo.” Bromeé. Pero al tipo repugnante no le gustó. Creo que no
le gustaba nada en mí, de lo contrario habría demostrado un poco más educación
y decoro.
-“¿Y cómo se
pronuncia su apellido?”
¡Eso fue el
colmo de los colmos! ¿Cómo es posible que una persona en un mundo tan
globalizado como éste me preguntara semejante estupidez? Es verdad que en mi
nombre no le encontraba nada anormal que alguien no fuera capaz de pronunciar.
-“Crys-ter.”
Disimulé lo irritado. Al menos yo si sabía disimular.
-“Pues
espero que con ese apellido usted no sea muy llorón.” Se burló el señor feo.
-“Pues a mí
me sorprende más que usted sepa lo que significa Cry, y que no sepa pronunciar
mi nombre. ¿Para qué finge lo ignorante?”
-“No me
falte el respeto señor Sky. Que yo sepa lo que signifique Cry no significa que
debo saber cómo se pronuncia. No sé para qué le ponen la Y, si con I es el
mismo resultado. Su nombre se pronuncia Crister, no Craister.”
-“Por
supuesto que no me llamo Craister. Ningún inglés en su sano juicio pronunciaría
esas primeras cuatro letras de una forma tan tosca. Sepa usted que la R allá no
es pronunciada igual que aquí.”
El gerente
me volvió a lanzar una mirada de esas espantosas. Yo fingí una expresión de
inocencia. No acababa de entender como una entrevista de trabajo se había convertido en una clase de lingüística.
Finalizado
el dilema de mi nombre continuamos con otro tema. Advertí que el feo estaba
impaciente y me quería echar luego de allí. Pero yo no tenía la menor intención de
irme.
-“Y dígame
señor Cryster, ¿Cuál es su especialidad?”
-“Supongo
que se refiere en términos de profesión. Ya que esta pregunta puede dar rienda
suelta a mi imaginación y si no me
controlo podemos terminar de hablar sobre recetas de cocina. Pero supongo que
no es el caso, ya que usted no tiene cara de que le guste la buena comida ni el arte culinario, a
pesar de que yo soy un excelente cocinero y puedo hacer suspirar a cualquier
señorita con una de mis especialidades. Pero ya que no es el caso, se lo diré;
soy arquitecto. ¿Cuál es mi especialidad? Pues… arquitectar ¿No es obvio?”
En ese
momento no estaba muy seguro de la existencia de esa palabra, pero eso no tenía
la menor importancia, yo la había inventado, estrenado y dado a conocer al
mundo. Como artista que soy tengo derecho a ser extravagante y a inventar de
vez en cuando una palabra. Al fin y al cabo la arquitectura es considerada una
rama artística. Y no era la única rama que yo ejercía.
-“No me
diga…”
-“¿No?
Entonces cambiemos de tema.”
El viejo
parecía enfadado. Y yo como un ser que hasta en su nombre profesaba inocencia
no sabía el motivo de esta tragedia… en realidad sí. Yo no era tonto, solo era irónico, y no
me resultaba difícil actuar.
-“Tengo
bastante claro lo que hace un arquitecto…” Continuó el adefesio.
-“…
¿entonces para qué pregunta? Ups, lo siento, lo interrumpí.”
-“Hay, Señor
mío…”
-“¿Suyo?
¿Yo? ¿Quiere decir que ya me ha contratado?” Le puse la sonrisa más falsa que
había hecho jamás.
-“¡No! Aún
no hemos siquiera hablado lo suficiente de usted. Aquí me dice que terminó sus
estudios en Londres. Me sorprende. ¿Es usted inglés?”
-“¡Claro que
soy inglés! ¿O como se explica el buen parecido? Además ya lo había mencionado.” Oh, creo que acabo de
cagarla. No quería decir que los ingleses fueran precisamente hermosos, ya que
el mito indicaba lo contrario, pero la pregunta que este caballero acababa de
hacerme me enaltecía el ego. Mi orgullo estaba plantado en mis dos
nacionalidades. Las dos tan orgullosas que heredé el doble orgullo con todo mi
orgullo. Y orgullosamente inflé el pecho y me puse la mano al corazón. “No me
malinterprete. No quería decir que los ingleses fueran todos lindos, pero yo si
lo s… sé que los argentinos igualmente lo somos. Entonces cabe comprender que
de ambas partes he heredado no solo mi buen parecido, sino que también mi belleza.”
-“¿¡Qué!? ¿Es usted
gay o narcisista o ambos?”
-“Ninguno de
los anteriores.”
-“Porque me
parece que tiene usted un concepto demasiado alto de sí mismo. Físicamente
hablando.”
-“¿Acaso lo
niega?”
-“No estoy
en condiciones de responder eso.”
¡Claro!
Pensé, con lo feo que es no tiene ningún derecho. Pero no quise decírselo. Podía herir su autoestima.
-“¿Siempre
es así de infantil?” retomó el gerente la conversación.
-“Para nada.
No soy infantil. Solo alegre. Y le aseguro que mi alegría ha ayudado a muchos.”
-“Pues no me
parece gracioso. Y dígame ¿Hace cuánto que vive en Argentina?”
-“Nací en Argentina.
Me criaron aquí hasta los quince años. Luego me fui a Inglaterra a estudiar y
conocer familiares. Terminé la secundaria allá. Siempre me han encantado ambos
países, son hermosos. Nunca he sido capaz de decidirme por uno en el cual
planear mi futuro. Estuve en Inglaterra desde los quince hasta los veintidós.
Desde que he vuelto hasta ahora he estado haciendo varias cosas, he trabajado
en algunas empresas de construcción, pero ninguna me ha gustado lo suficiente
para quedarme. También estuve un tiempo dedicándome a un trabajo de familia.
Resulta que mis padres son dueños de tierras en la Patagonia, y pues, les ayudé
a administrarlas. Desde entonces hace poco menos de un año no me he vuelto a
dedicar a la arquitectura, aunque mi mente siempre trabaja día y noche y podría
aprovecharlo de emplear mejor mi tiempo. Tengo muchos planos e ideas de
palacios en la cabeza. Todas son realizables. Solo necesito un buen sueldo que
sustente mis constantes viajes y le diseño todos los edificios que quiera.”
-“¿Qué edad
tiene ahora, señor Cryster?”
-“hace poco
cumplí los veinticinco. En el día de todos los santos. Aún no resuelvo el
dilema de que si soy un santo o no. Mi nombre al menos lo incita a pensar, pero
el haber nacido en una fecha tan especial no me hace más santo que otros.”
-“¿Y siempre
ha llevado el cabello tan largo?” Preguntó después de otra pequeña pausa para
tragar saliva y asimilar mis respuestas.
-“Si, mi
madre jamás me lo cortó. Solo las puntas. Siempre las puntas, entonces lo he
llevado siempre igual.”
-“¿No cree
que eso falta a las normas de una empresa seria?”
-“Lo dudo
bastante. Una empresa seria se fijaría en mi inteligencia, habilidad,
capacidad, conocimientos, destrezas, virtudes, y no en el largo de mi cabello.”
-“¿Ha
trabajado usted en Londres como arquitecto?”
-“Claro que sí, ¡se nota que no ha leído nada de lo que he escrito en mi currículum! ¡Me ha
hecho gastar dinero de gusto!”
-“No sea
exagerado por favor, un par de impresiones no cuestan tanto.”
-“No
costarían tanto si tuviera un trabajo y un sueldo.”
-“No me
convence usted con sus viajes a cada rato. ¿Cómo puedo asegurarme de que
realmente se dedicará a trabajar y no solo a viajar?”
-“De algún
lado tengo que sacar inspiración para realizar mi arte, ¿no?”