15 de junio de 2012

Arenkes


Estimado lector;

              • Los capítulos aquí publicados son solo un borrador. La novela tiene los capítulos editados, más extensos, revisados. Si desea la edición completa, comuníquese conmigo y compre el libro. Estoy segura que podemos llegar a algún acuerdo sobre el precio.



D. Sara Wiesmann.
Arenkis.
Todos los derechos reservados.



Capítulo I



He soñado un par de veces con que podía volar. Extrañamente, y en el mismo sueño lo sentía real, tenía unas alas enormes en la espalda las cuales me impulsaban hacia arriba con facilidad. Recuerdo que en el sueño intentaba subir a los tejados de las casas para luego de allí tirarme al vacío y aterrizar con suavidad en el suelo.
Aunque en esos sueños nunca resultaron completamente satisfactorios. Tenía desesperación por no estar satisfecha con mi estado. Siempre faltaba algo para sentirme completa.
Creí que eran simples sueños  hasta aquella mañana en la cual tuve desagradables malestares corporales.

Comencé a tener heridas en la espalda, en la zona de los omóplatos. Al principio manchas rojizas que comenzaron a aparecer meses antes y que con el tiempo se fueron haciendo más notorias. No le di importancia, ya que siempre he tenido pequeñas heridas en la espalda, tal vez porque me rasguñaba mientras dormía por mis uñas largas.
Pero no eran casualidad. Cada vez se fueron agrandando más y más hasta que comencé a preocuparme si eran mis uñas las que causaban eso o si yo tenía algún problema en la piel. Cuando las manchas rojizas fueron cambiando a color morado como grandes moretones, como rastro de haber recibido golpes. Pero no había violencia en mi vida, ni torpeza de caerme o tropezarme con los muebles. Después del cambio de color la piel se volvió seca y a partirse y caerse en forma de escamas.
Aún así no le tomé demasiada importancia. No me preocupaba mucho por alergias o moretones o erupciones en la piel. Mi vida me tenía ocupada en los asuntos de la universidad y lo que me sobraba de tiempo estaba absorta de la realidad, tirada en la cama soñando despierta, dispersa, fantaseando, reflexionando o paseando por la ciudad y la costa bajo el sol distraída concentrada en la música desde los audífonos. Si, en aquel tiempo estaba demasaido ensimismada,  y aislada del resto de personas que en ese entonces trataba.

Pasaron pocos días y una mañana desperté con malestar, mareos y jaqueca y con una sensación de tener una pelota en la espalda. Al examinarme, descubrí que las heridas habían formado un corte curvo en cada omóplato. Estaban abiertas y listas para cicatrizar. Algo había sucedido durante la noche sin que me diera cuenta. Sentí ardor al ducharme, y comencé a preocuparme en serio. Debía decidir si ir al hospital y averiguar qué era lo que me estaba asucediendo. Pero al vestirme en un acto de levantar una pierna perdí el equilibrio y caí al suelo. Con la manos apoyadas en el suelo traté de volver a levantarme. La habitación me daba vueltas y sentía la cabeza pesada. Me arrastré hasta la cama y me tendí en ella esperando a que se me pasara. Erróneamente creí que me había bajado la presión, algo que sucedía con frecuencia por las mañanas.
Lentamente dejé de sentir mareos, un alivio. Pero la sensación de malestar continuaba. Me propuse faltar aquel día a clases, volver a la cama y dormir otro poco más. Pero aún no había sucedido lo peor.

Es imposible relatar el episodio sin que suene demasiado fantástico.
El dolor fue similar al de un parto (lo supongo, pues nunca he pasado por eso). Efectivamente como un parto, porque lo que salió de mi espalda fue como un ser que emergió de mi.
Entre gritos, dolor y susto me agité bruscamente en la cama. El cuerpo temblaba ante el cambio que estaba apunto de producirse. Los cortes en mi espalda se abieron y de ellos salieron un nuevo par de extremidades. De reojo vi entre la turbación y la angustia algo blanco que creía cada segundo hasta haber alcanzado su tamaño normal. Aterrada descubrí que a mis espaldas tenía un par de alas muy grandes, blancas, y hasta con plumas. Un grito de impresión escapó de mi al oserbar incrédula lo que acababa de sucederme. ¿Era un sueño? ¿Era una alucinación producto de mi jaqueca? No, era tan real como mis manos, mis brazos o mis piernas.
Me sentí un angel que acababa de nacer.

Aún temblando me recosté sobre la cama boca abajo. Mis alas sobre mi se movían disparejas, se doblaban y se agitaban con cada temblor que aún emitía mi cuerpo. Pero curiosamente no pesaban. Eran livianas, suaves y cómodas mientras ondulaban sobre mi cuerpo recostado. No habías más dolor en la espalda que el de las heridas producidas.

Por mi mente pasaron todas las alternativas de qué iba a hacer con un par de alas a la espalda. Qué excusas iba a decirles a los demás y como iba a hacer para enfrentarme al mundo. Ahora no me explico como pude haberme preguntado semejantes tonterías en un estado tan perturbante como ese. Seguramente después del susto de presenciar algo subnormal no razoné. Me encontraba en shock.

Quieta sobre mi cama, como me encontraba, deducí que nada de lo sucedido anteriormente había sido real, y que en aquel momento debía encontrarme bajo los efectos de alguna pastilla ingerida por el malestar o la jaqueca. Entonces aproveché la ocación de experimentar. La posibilidad de encontrarme consciente de estar soñando era muy baja y las pocas veces que sucedía, nunca aprovechaba totalmente la ocación para hacer lo que no podía en la vida real.
Primero que nada debía aprender a controlar las alas que se movían sin dominio alguno sobre mi cuerpo. Me enderecé sobre la cama y alli sentada enfoqué toda mi concentración en las alas y ayudándome con las manos intenté dominarlas.
Al principio no resultó nada. Pero después de bastante esfuerzo y paciencia descubrí el método para moverlas hacia la dirección que yo quería. El resultado fue estupendo. Me llevó un par de horas controlarlas por completo. Satisfecha di un par de saltos en la habitción deseando que aquel sueño no terminara antes de haber intentado volar.

La habitación era pequeña en comparación con el largo de mis alas, y al abrirlas por completo tocaba las paredes de extremo a extremo.
Descubrí también que existía la posibilidad de cerrarlas por completo y hacerlas desaparecer. Con un poco de voluntat aprendí a controlar todos los movimientos de mis nuevas extremidades. Lo curioso era cuando desaparecían en la espalda haciéndose velozmente más pequeñas hasta ocultarse compeltamente por mis omóplatos al interior de mi cuerpo. O talvez no edesaparecían hacia al interior de mi cuerpo. Talvez solo desaparecían, desvaneciendose ante la vista. Volverlas a abrir luego requería de un poco de concentración, viasualizarlas mentalmente y confiar en que aparecerán.

Todo el entrenamiento me había agotado y comencé a sentir hambre. Esto no era como lo había imaginado, yo solo quería volar. Aprovechar el sueño para volar, no para ejercitar un par de alas. Pero el hecho de sentir hambre me hizo dudar, ¿realmente estaba soñando? Perturbada me dirigí hacia la cocina a preparar el almuerzo.

No podía estar soñando. No lo estaba. No eran alucinaciones. ¡Era real! ¿Cómo podía ser cierto? Recordé las heridas de mi espalda y fui a examinarlas nuevamente frente al espejo. Ya no ardían. Se habían secado, y les administré un gel cicatrizante.
Aquella tarde no volví a hacer el intento de sacar mis alas. No estaba muy segura de lo sucedido en la mañana y no quería entrar nuevamente a un estado de ansiedad. Prefería posponer todo el asunto hasta el día siguiente, cuando me encontrara mejor emocionalmente, y cuando podía estar segura de encontrarme sana, sin jaqueca y sin los efectos de ningún medicamento. Luego podría evaluar la situación razonablemente.

Entrando la noche no me resistí a esperar más. Ya me encontraba completamente recuperada del incidente de la mañana y decidí poner a prueba mi consciencia.
Intenté nuevamente abrir mis alas. Lo logré con algo de dificultad. Tampoco fue fácil mantenerlas quietas. La habitación en que vivía era muy pequeña para estos ejercicios. Debía salir afuera, donde tendría más espacio paa practicar.
Salí de casa a oscuras, asegurándome que no había nadie en las calles que pudiera observar mi actividad. Cerca de mi casa había un pequeño parte con juegos infantiles. Allí decidí poner en práctica mis nuevas habilidades.

De mi espalda salieron unas alas gigantes que se abrían, se doblaban y se guardaban debajo de mi piel sin dejar rastro. Era como si esas alas no fueran algo físico, pues no quedaba ningún bulto en mi espalda, era como si al cerrarlas nunca hubieran existido.
Creí que las alucinaciones de la mañana eran producto de los medicamentos, pero definitivamente estaban ahí. Podía hacer que se abrieran y que se cerraran y se guardaran.
No las sentí como un cuerpo extraño que invadió mi espalda. Sostenerlas abiertas no me causó sensación alguna de incomodidad. Me acostumbré rápidamente a ellas, a pesar de que nunca había escuchado de alguien que tuviera alas. Era como si fueran una parte habitual de mi cuerpo.
Siempre les había dicho a mis padres “denme alas para volar” pero nunca me referí  literalmente a esto.

Aquella tarde antes de salir del parque, había buscado información en internet sobre seres alados, pero solo me había encontrado con ángeles y seres mitológicos. Decepcionada me acosté preguntándome qué tipo de ser era. Era comprensible que no podía conciliar el sueño, nadie lo haría si le salieran alas de un día para otro. Por eso había ido al parque a satisfacer mi curiosidad sobre la utilidad de unas alas grandes. ¿Eran capaces de elevarme por los aires?

Di un par de saltos en el parque, intentando controlar las alas para que aletearan uniformes. Al principio solo logré levantar el polvo del suelo, como si hubiera utilizado las alas para abanicar en vez de volar. No tenía la menor idea por donde comenzar.
Abrí las alas y aleteé con fuerza. De pronto me elevé bruscamente, pero el temor me hizo caer golpeándome contra el suelo. Pensé que aquello podía resultar peligroso si no lograba hacerlo bien. No debía sobresaltarme la próxima vez que lograba elevarme.

Descancé un rato sobre el cesped abriendo y cerrando las alas, observando sus movimientos, sus suaves plumas blancas. Eran estupendas. Pero, ¿De donde provenían? ¿Qué era yo? ¿Aquello era real?

Hice un nuevos intentos hasta lograr elevarme un par de metros sobre el suelo. Me mantuve un par de segundos vertical en el aire, aleteando en el mismo lugar. No me atreví a avanzar, ya que eso requería de posicionarme horizontalmente y aletear con fuerza. Me sentí insegura y me daba susto pensar en estrellarme contra algo y volver a caer, pero desde más altura y quebrarme un par de huesos. La mejor opción era continuar saltando y mantenerme un tiempo suspendida en el aire, a no demasaida altura, que me permitiera caer bien. En ese entonces no tenía idea de qué hacer para aterrizar suavemente en el suelo.

Era de noche y decidí regresar a casa, dormir y volver a despertar al dia siguiente, asegurandome haber despertado bien, alejada de los sueños y perfectamente consciente del mundo real.


Al día siguiente asistí como de costumbre a mis clases en la universidad. Al atarceder llegué a casa deseando averiguar si mis alas aún estaban alli. No resistí la tentación de un día completo y al haber cerrado la puerta tras de mí proseguí en la investigación. Las heridas en mi espalda se habían cerrado y nada simbolizaba que se volverían a abrir. El abrir y guardar las alas no influían en absoluto con ellas.
Y efectivamente, mis alas estaban alli, blancas, suaves, delicadas. Examiné las plumas. Miles y miles de delicadas plumas de distintos tamaños, grandes y duras, otras pequeñas y frágiles. Algunas se amomaban tiernamente con un brillo plateado. Eran idénticas a las de las aves. Las abrí completamente rozando las paredes de mi habitación, y así abiertas permanecí admirándolas frente al espejo. El cristal reflejaba la imagen de un ángel. Un ángel con mi rostro.

Entrada la noche fui nuevamente al parque a hacer nuevos intentos de domar las alas. Logré un pequeño control sobre ellas alcanzando trasladame del lugar volando. No fue complicado volar, lo complicado era dejar de hacerlo y aterrizar en el sitio determinado. Dejar de batir las alas con la intensidad usada para desplazarse.
Practiqué volar de un extremo a otro hasta que encendieron los faroles de la calle y su luz me alcanzó. Debía abandonar el parque e irme a un lugar que no estuviese iluminado. De mi casa bajaba una calle poco iluminada que pasaba bajo un puente que unía los cerros que se elevaban a cada lado. No era frecuentada por muchos vehículos por no tener salida. La calle acababa justo en mi casa. Desde el puente a mi casa no staba iluminado y a esas horas del día apenas se distinguía algo. El color de mis alas era una desventaja, pero debía asumir el riesgo si quería aprender a volar correctamente.

Abrí mis alas, me impulsé y me elevé concentrándome en mantener el control sobre las alas. Con emoción descubrí que había aprendido a planear. Me desplacé por la calle hasta llegar al puente. Con cada aleteo me acercaba más al suelo. Lo intenté nuevamente. Volé hasta mi casa. La habitación que yo arrendaba se encontraba en un segundo piso. Traté de aterrizar sobre la terrasa esforzándome en impulsarme mas arriba. A los pocos segundos rocé el suelo con las alas. No me fue posible aterrizar en el balcón debido a la poca fuerza que ejercía sobre mis nuevas alas. Elevarme fue todo un reto, pero con cada aleteo nuevamente me acercaba al suelo. Tal y como había soñado antes. En ellos yo volaba con dificultad, trataba de impulsarme pero siempre acababa en el suelo. Mi inseguridad onínica se habían hecho real.

Intenté varias veces hasta que descubrí el método de coordinarlas uniformemente. La distancia de vuelo fue en cada intento más grande. La sensación de volar me pareció magnífica, el descubrimiento de un placer nunca antes experimentado. Mi aleteo era lento, por mi escasa fuerza física, pero volando avanzaba mucho más rápido que corriendo. Simplemente era maravilloso no usar las piernas ni los brazos ni tocar el suelo para avanzar.
Volé por debajo del puente y continué hasta el cruce, donde los faroles brillaban en la oscuridad y cualquiera podría haberme visto con facilidad. Retrodecí cerrando rápidamente las alas y regresando al puente.
Aquella vez aún no sabía nada acerca del peligro que asechaba en la oscuridad pacientemente. Al parecer de alguna forma lo presentí y regresé atemorizada. Talvez era mi instinto el que me indicaba no exhibir mis alas a los demás. Ahora que soy consciente de los peligros, deduzco que los de nuestra especie nacen con aquellos instintos de supervivencia. Pero en aquella época solamente evitaba que alguien viera mis alas por inseguridad y desconocimiento de mi propio ser. Nunca había oído o leído sobre personas con alas. Mi condición me tenía aturdida.

Todos dormían y creí que nadie me observaba. Me dirigí hacia el puente. Era alto. Tan alto que un tiempo hubieron personas que se lanzaron de allí a suicidarse. De todas formas no les quedaba lejos del cementerio, estaba cerca también. Así es donde vivía. A un lado de la calle hay árboles y mucha vegetación, al otro están las casas. Y sobre ellas el gran puente sobre la que pasa una avenida transitada. Es lindo caminar por allí en primavera, está todo florido.

Desde el puente había vista hacia edificios y entremedio se lograba ver el mar. No quedaba muy lejos. A pie eran cinco minutos. Desde el punte estaba rodeada de luz de las casas y los edificios. La calle de abajo estaba sumida en la oscuridad. Los árboles se movían entre el aire freso de la noche. A parte del viento atravezar la hiverva y los árboles no se escuchaba a nadie mas.
El lanzarme en ese momento desde el puente al vacío me tentaba, pero no tenía suficiente valentía y confianza en mi. Debía evitar todo posible accidente. En mi interior algo me decía que lo hiciera, que no tuviera miedo. Algo en mi ansiaba extender los brazos, las alas y planear atravez de la noche y el aire frío. Deseché aquella idea arriesgada de mi cabeza y me fui al cerro, a un costado del punte. Bajé y me senté a la orilla de la calle. El pasto estaba corto y verde, pues en invierno era la única época donde los paisajes de esta zona eran verdes. El resto del año los cerros semidesérticos se teñían de un color amarillento, y en las ciudades donde regaban con reguralaridad, crecían plantas y flores exquisitamente seleccionadas haciendo honor al apodo de “ciudad jardín”.

Desde la calle hice nuevamente un par de intentos, con algo de dificultad intenté impulsarme y elevarme desde el plano hacia el cerro, llegando solo a medias de éste por falta de fuerza para continuar elevándome. Era más fácil avanzar en el plano que intentar subir. Requería de mucho esfuerzo y agotaba al igual que intentara levantar mucho peso en un gimnacio. Cansada me acosté de espaldas en el pasto y observé el cielo, amarillento por las luces de la ciudad reflejadas en la niebla.

-“¡Buenas noches arenke!”  Sonó desde lo alto del árbol. Miré asustada hacia arriba y vi la silueta de una persona. Era un joven que bajó del árbol de un simple salto como si la altura no fuera un obstáculo. Me levanté desconfiada y di un paso hacia atrás, evaluando la apariencia del chico.
Vestía completamente de negro, ocultando los detalles de su vestimenta en la oscuridad. Lucía el cabello medianamente largo y alborotado. No distinguí bien su rostro, pues la luz estaba  ingeniosamente a sus espaldas, dejando su rostro en las sombras, mientras el mío estaba medio iluminado. Un detalle que percibí demasiado tarde como para cambiarlo.

-“Te he visto volar de un extremo a otro varias veces. ¿No tienes nada mejor que hacer?” dijo en un tono burlesco.
Me había vuelto repentinamente consciente de las alas que hacía poco había lucido abiertas. Fue tarde para lamentarlo. Di otro paso hacia atrás y decidí marcharme. El notó mi inseguridad y tal vez en ese momento comprendió mi situación.
-“¿Estas aprendiendo a volar? ¿Eres una novata?” dijo en un tono más amigable. Cambié de idea y decidí quedarme a conversar, tal vez podía averiguar alguna pista sobre mis dudas.
Asentí con la cabeza.
-“Bien. ¿Desde cuando las tienes?” Preguntó apuntando mis hombros.
-“Desde ayer.” Respondí tímida.
El joven me miró algo incrédulo. Con expresión pensativa me examinó completa.
-“¿Desde ayer y ya recorres la noche como si fuera un pasatiempo acostumbrado? Las haz aprendido a dominar rápidamente.” Murmuró aún incrédulo.
Sonrió y en ese momento salieron unas enormes alas negras de su espalda. Eran más grandes que las mías y con plumas más abundantes. Nunca había visto un ser con alas a mi lado, y mucho menos de color negro. Su presencia fue impactante.
-“¿Por qué tus alas son negras?” pregunté curiosa. Frunciendo las cejas me volvió a examinar completa, esforzando aún más su expresión de impresión.
-“¿No sabes? Tú puedes elegir el color que deseas, blanco, o negro. Yo, en lo personal, prefiero usar las negras tanto en el día como en la noche, va más con mi estilo. Lo normal es usar las alas blancas de día junto a la luz y negras de noche para ocultarse en la oscuridad. La mayoría lo hace. Es muy extraño que no lo sepas… Solo debes imaginártelas y ya aparecerán. Es muy simple. Con razón… yo me había preguntado quien en su sano juicio se atrevía a volar con alas blancas una noche en la ciudad, llamando la atención a todo espectador. ¡Que descuido de tu parte!”

¿La mayoría? ¡Así que había más de nosotros! ¿Por qué nadie nunca me contó sobre esto? Abrí mis alas. Eran blancas. Las guardé e imaginé un momento las alas negras del joven en mi espalda. Volví a abrirlas, pero de mi espalda solo salieron mis alas blancas.
El chico al verlo se aguantó una risa. En tono serio reclamaba de como era posible que nadie me haya instruido el no usar las alas blancas de noche. Claramente no imaginaba que nunca nadie me había contado nada de nada. En mi interior había un montón de interrogantes que deseaban ser aclaradas, pero algo me frenó. Me sentía insegura ante este nuevo desconocido que hablaba con tanta naturalidad sobre ello.

Después de algunas indicaciones que consistían en visualizar las alas y su color volví  a abrirlas y unas hermosas alas negras salieron de mi espalda. ¡Genial! Ya me había acostumbrada a ver alas blancas y relacionarlas con suaves plumones abrigadores, cuando de mi espalda salieron unas alas con plumas igualmente hermosas y sedosas, de un negro intenso, brillante ante la luz.
-“Son exactamente las mismas alas. Solo han cambiado de color. Eso es para que en la noche no te vea nadie. Te recomiendo vestir de negro también, así pasarás inadvertida.”
Evidentemente pasaba inadvertido. Nunca lo habría distinguido sobre aquel árbol entre las hojas.

Tenía tantas cosas que preguntar, pero no sabía por donde comenzar. Me sentía acobardada ante el joven. Reconocí mi impotencia al querer entablar una conversación con alguien que no sabía nada sobre mí. Esperé a que él rompiera el silencio.






“¿Quién es tu tutor?”
-“¿Mi qué?” pregunté extrañada. ¿Se refería a mis padres?
-“¡No me digas que no tienes un tutor! Todos debemos tener un tutor cuando somos principiantes, alguien que nos enseñe a volar bien, las técnicas, habilidades y todo lo demás sobre nuestra especie. ¿No tienes a nadie que te instruya?”
-“No.”
Me observó escéptico.
-“Yo seré tu tutor.” Afirmó luego de analizarme nuevamente con su expresión suspicáz. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena historia, pense que era real XD ya te iba a preguntar que se siente volar jajajaja... ok!.. No O.o