27 de marzo de 2017

Capítulo IV: Identidades duplicadas

Alek no me había hecho demasiadas preguntas en relación a mi visita a Amin. Probablemente imaginaba que yo tuve una cita con alguien, por extraño que fuera el encuentro.
-“Dile que para la próxima te invite a una cafetería, será un lugar público y las citas en lugares públicos son más seguras.”
No le repliqué nada. No quería compartir mi nueva actividad con nadie.
No solía contarle a la gente que gozaba de gran imaginación para rastrear a personas. Lo había hecho un par de veces hacía tiempo atrás, y en algún momento me prometí no volver a hacerlo. Por un lado agotaba mucho estar pendiente del rastro que deja la existencia de alguien y por otro lado atentaba contra mi ética, por acceder a la privacidad de los demás, aunque me trataba de convencer que toda la información encontrada estaba accesible, por lo tanto era material público.
Revisé la base de datos del ministerio de transportes. No eran datos públicos, pero acceder a ellos no era difícil, pues el estado no invertía en infraestructura de calidad, por ende las brechas de seguridad eran muy grandes, lo cual facilitaba su acceso.
La última renovación de la licencia de conducir Armand Ilarianni fue hace dos años. Busqué el historial de renovaciones pero no lo encontré. No había ningún registro que indicara que obtuvo el documento formalmente.
El documento de la licencia de conducir tiene un periodo vigente de seis años. Más dos años de renovación suman ocho años de vigencia total. Hace ocho año debió haber sido registrado en la base de datos. Por alguna razón ese registro no existía.
La foto de la licencia de conducir mostraba aquel mismo sujeto que había encontrado en mi primera búsqueda.
El servicio de transporte del tren almacenaba un registro de las personas que habían acudido a comprar una tarjeta recargable. Aquella tarjeta mostraba el nombre, el número de identificación y en algunos casos una foto.
Guardé el resultado de mi búsqueda y anoté el número de tarjeta que poseía. Chequeé el saldo que contenía la tarjeta, y estaba en cero. Armand Ilarianni no frecuentaba viajar en tren. Probablemente tenía vehículo propio o prefería las líneas de buses públicos.
No tenía acceso al registro de compras de vehículos, por lo que desistí de este plan. Traté de buscar entre las compras de seguros anuales para vehículos pero tampoco logré obtener accesos. Lamentablemente esta clase de seguros no era de los que él vendía, por lo que perdería mucho tiempo en averiguar donde se encontraría tal registro de datos.
Ingresé al sistema nacional de deudas pero el número de identificación no me arrojó resultados; Armand era una persona responsable en relación al pago de sus cuentas.
Descarté la idea de averiguar los datos en los bancos, pues éstos si invertían en infraestructura segura.
Finalmente me propuse a realizar lo pedido por Amin, aunque no me gustaba aprovecharme del acceso que alguna vez tuve en el registro civil.
Conocía sitios de bases de datos públicas en donde recopilaban todos los datos del registro civil y las copiaban allí, para la vista de todos. Yo me había guiado por aquellos resultados.
Si los administradores de sistema detectaban que una ex funcionaria ingresaba a sus sistemas me encontraría en problemas. Alguna vez tuve que firmar un acuerdo de confidencialidad y ahora lo estaba violando.
Para ello conecté mi red a un túnel que lograba que mi conexión se realizara desde cualquier parte del mundo que yo eligiera. Mi conexión se realizaría desde Rusia, lo cual tenía dos ventajas; Yo nunca había viajado a Rusia ni poseía ningún boleto para allá (en caso de recibir una denuncia), y desde ese país se registraban la mayoría de intentos de accesos no autorizados. Debía parecer un accidente.
Ingresé mis datos y se me abrió el acceso sin problemas. Jamás cerraron mi cuenta lo cual demostraba la mala calidad de gestión de políticas de seguridad informáticas de ésta entidad.
Accedí a descargar todos los certificados que me proporcionaba el sistema; certificado de nacimiento, de matrimonio, de defunción, de antecedentes, de accidentes, de discapacidad, de profesión…
Armand Ilariani había nacido un 25 de marzo de 1985 en la capital. Actualmente tenía 32 años. ¿Era eso posible? No estaba casado, ni muerto, ni tenía discapacidad ni accidentes registrados. No tenía antecedentes penales.
El certificado profesional incluía el historial de estudio básico, medio y superior adjunto a distintos diplomas. Era ingeniero comercial de una reconocida universidad de la capital.
¿Por qué un ingeniero comercial trabajaría como ejecutivo comercial? ¿Tan mal estaba el campo laboral en esta ciudad?
Ingresé a la universidad en la que había estudiado e intenté ingresar con un formato de credenciales genéricas. No logré ingresar con ninguna opción, por lo que felicité a Armand por ser precavido con sus contraseñas.
Le eché un vistazo al historial de noticias de las universidades y a galerías de fotos. El año de titulación de Armand fue hace bastante tiempo, por lo que no iba a encontrar ningún rastro de él en las actividades recientes. Encontré una sección que guardaba con orgullo fotografías de egresados de cada año y sus nombres debajo.
Carrera de Ingeniería comercial generación 2008. Allí había un cuadro con todos los estudiantes que lograron llegar a la meta de finalizar sus estudios aquel año. Descargué la imagen y la abrí en una pantalla externa que era más grande. La resolución de la imagen no era muy grande pero suficiente para analizar los rostros. No encontré el rostro que buscaba, pero en su lugar encontré otro conocido y me sobresalté: Entre el grupo de estudiantes se encontraba nada menos que Amin, sonriendo satisfecho con su disfraz de graduado. ¿Amin?
Revisé nuevamente el diploma de estudios y la fecha coincidía.
Revisé el acceso que tenía actualmente en el trabajo, un acceso a los sistemas del ministerio de educación para realizar mantenimiento en sus bases de datos. No creí que fuera necesario ocupar mi propio recurso para buscar información.
Filtré el nombre de Armand en las bases de datos del sistema de becas y encontré inmediatamente sus datos. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Los registros estudiantiles existían desde el año 2003, por lo que encontré inmediatamente su solicitud de tarjeta de estudiante. Y allí estaba: Su nombre completo, su número de identificación, el nombre de carrera y universidad y la fotografía; el rostro de Amin.
¿Amin era Armand Marsell Ilarianni Narváez? ¿Entonces quién era el vendedor de seguros? ¿Y por qué la mayoría de sitios de registro de identidad me llevaban hacia el vendedor de seguros?
Esto era lo que Amin quería que encontrara; había superado la segunda etapa.

Había un lugar al que aún no había accedido, y este era el de impuestos; el ministerio de hacienda.
Revisé rápidamente la situación tributaria de terceros con el número de identificación de Armand. Me arrojó un resultado interesante: Armand Ilarianni era dueño de una fábrica de relojes, cuya marca era la misma del reloj que yo había recibido de Amin.
Ingresé a la página web de esta marca y admiré la cantidad de productos que fabricaba; Toda clase de hermosos relojes, estilos antiguos, estilos modernos, relojes de pared, relojes ornamentales, relojes de vestir, relojes de bolsillo, e incluso relojes monumentales… un sinfín de obras de arte dignos de un coleccionista. Entre ellos también encontré mi reloj, aquel que ahora estaba visiblemente situado en los alto de mi mueble.
La marca llevaba más de 100 años funcionando y probablemente los dueños han sido herederos de generación en generación. ¿Era este el negocio de Amin?

No demoré en descubrir que el nombre Amin eran las iniciales de Armand Marsell Ilarianni Narváez. ¿Cómo no llegué antes a esta conclusión? Abrí una foto de cada Armand en mis dos pantallas y comparé sus facciones. Eran dos hombres totalmente distintos, sin ningún parentesco entre sí. Excepto que utilizaban el mismo nombre y el mismo número de identificación, el cual debería ser único por cada persona.
Sospeché de qué trataría la tercera etapa de mi trabajo y analicé si realmente me quería meter en esto. Aún tenía la posibilidad de rechazar la propuesta, decir que no encontré mayor información sobre el nombre y que finalmente no tenía tan grandes habilidades como me había halagado Amin. Cerrar el trato y decidir no continuar con una búsqueda tan extraña.
Pero la emoción que conllevaba el trabajo de realizar esta función me impidió terminar. De cierta forma me encantaba hacer esta clase de cosas.

Ingresé a las páginas de todos los bancos que conocía en la ciudad. En la sección de ingreso de credenciales para las cuentas bancarias bastaba con indicar el número de identificación y cualquier carácter para la contraseña. Con un banco funcionó mi plan. Luego de ingresar varias veces caracteres erróneos en el campo de contraseña, bloqueé el acceso a la banca en línea. Armand Ilarianni se vería obligado a acudir personalmente al banco para restablecer su contraseña y desbloquear su cuenta. Y allí estaría yo, para verlo de cerca. ¿Quien de los dos Armand acudiría?



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Capítulo III: Comienzo de la investigación

Nada era tan simple como averiguar sobre un nombre en Internet.
Mi investigación comenzaría desde el día siguiente de mi visita a Amin.
Llevé mi computador a la sala de estar y me acomodé sobre el sofá. Busqué una canción agradable y abrí el navegador.
Armand Marsell Ilarianni Narváez. El nombre arrojó inmediatamente un montón de resultados; opciones de búsqueda en las variadas redes sociales, apellidos relacionados, empresas con dicho apellido, modelos, personas reconocidas por algún deporte, escritores, artistas, nombres con variantes. Encontré una imagen de un poema de una persona cuyo nombre coincidía con los primeros tres. Dicha persona había muerto hacía medio año atrás. Una foto de un hombre joven sonriendo. ¡Una lástima!
Comencé registrando la gran lista de redes sociales. Encontré inmediatamente su perfil bajo el nombre completo. La foto mostraba un hombre montando un caballo.
Capturé la imagen y la dirección del sitio y los adjunté en una hoja de procesamiento de texto.
La información no mostraba nada relevante por lo que le envié una solicitud de amistad.
Otra red social me mostraba un perfil de la misma persona con una foto distinta. Capturé la pantalla en una imagen por no tener permisos suficientes para capturar el texto y las imágenes de dicha red. Otra solicitud de amistad. Adjunté el sitio bajo el texto anterior.
Luego de capturar la información suficiente de las redes sociales me dediqué a buscar las páginas de registro de personas; empresas de servicios telefónicos, sitios de impuestos, registros de rubros, registros de clientes, mercados en línea, tiendas en línea, universidades, becas, licencias de conducir, licencias de enfermedad, fichas clínicas, concursos, sitios que registran y publican información. Bajo el número de identificación era muy fácil encontrar mayores resultados.
Encontré una dirección, un número telefónico, un puesto de trabajo en una empresa, unas fotografías de su autoría, un comentario de calificación en una página, un registro de rubros anteriores, fecha de nacimiento, e incluso uno de estos sitios calculaba y mostraba la edad actual: 44 años. Profesión: Ejecutivo comercial en una empresa de seguros.  ¡Genial! Nada tan inseguro como ser un ejecutivo comercial y presentarse día a día a miles de personas vía correo electrónico.
Para aquellas actividades yo poseía perfiles de redes sociales y correos electrónicos con nombres distintos al mío.
Abrí uno de esos correos electrónicos, modifiqué la firma y comencé a redactar un correo haciéndome pasar por una clienta interesada en un seguro de vida. ¡Qué ironía!
Mi hoja de textos se llenó de información e hice una carpeta adicional para guardar las imágenes y los recortes en caso de necesitarlos. Archivé la carpeta en una cuenta oculta del sistema operativo y postergué mayores averiguaciones para el día siguiente. Estaba curiosa sobre la respuesta del correo electrónico.
Aquel día me dirigí a una tienda de electrónica y compré un chip. Luego lo activé en mi teléfono bajo un nombre falso. El chip contenía saldo suficiente para realizar un par de llamadas.
Instalé una aplicación que graba llamadas y otra que modifica el tono de voz e hice algunas pruebas. Funcionaba.

Una llamada telefónica interrumpió mi sueño profundo e hizo darme cuenta que me había quedado dormida. Era el día de la semana en que entraba más tarde al trabajo y se me había olvidado programar el despertador la noche anterior.
Armand Ilarianni llamando.
Rápidamente me puse en pie, activé las dos aplicaciones y respondí haciendo un esfuerzo para que no se notara la voz dormida.
-“Buenos días… Si, con ella. Armand Ilarianni, ¿verdad? Si… en realidad estoy cotizando un seguro de vida, pero antes quisiera tener toda la información posible del seguro… a mi correo… ¿Ya lo envió? ¡Genial! ¿Tiene algún número de contacto personal en caso de tener dudas? Gracias. Adiós.”
Darle las gracias fue lo único sincero que he dicho. ¡Y apenas comenzaba el día!
Con prisa me duché y me vestí, y salí de casa sin desayunar. En el trabajo tendría tiempo para un café y para rastrear el número de teléfono personal. Me esperaba un montón de diversión.

Amin significa Sincero, honesto, confianza. “Puedes confiar en mí” dijo inmediatamente luego de darme su nombre. Aquello fue un mensaje oculto. Un nombre intencional, no un nombre verdadero. Aún no sabía nada de él. Estaba buscando información sobre alguien a quien no conocía, pero no sabía nada de quien me había pedido aquel trabajo. Buena técnica de su parte.

Mi visita para Amin estaba acordada para el sábado en la mañana.
Una semana me había servido para conseguir variada información sin dificultad ni habilidades especiales. Llevaba conmigo una memoria con todo lo recaudado para Amin. Consideraba que era suficiente y que no era necesario volver. Yo solo quería saber cómo había ingresado a mi casa, pues eso significaba que mi hogar tenía una brecha de seguridad y cualquiera podría ingresar.

Amin estaba curioso con mis resultados. Se encontraba en su sala de estar junto a su computador portátil. Antes de colocar la memoria dudó un instante y me escudriñó.
-“¿No me habrás traído un virus?”
-“Me habría encantado, pero no tuve el tiempo para dedicarme a ello.” Le respondí.
Sonrió y enchufó la memoria.
-“También sé lo que estudiaste y que para ti no es ningún problema programar uno.”
-“¿Qué sentido tendría? No soy hacker, si eso es lo que crees. Soy una programadora legal.”
Mi comentario debió haberle causado gracia, pero no comentó nada al respecto. Reprimió la risa.
-“¿Me aceptarás un café hoy día?” me ofreció.
-“Si tienes descafeinado, encantada.”
Si tenía, y unos minutos después trajo consigo dos tazas con café y con ellas una expresión emocionada como un niño luego de recibir dulces. Me aseguró que solo era café, sin drogas añadidas.
-“Ni siquiera tiene cafeína.” Rió. “Yo debería estar más asustado de ti, que tú de mí.”
-“¿Por qué?”
-“Porque manejas mucha información.” Musitó en un tono serio. Lo tomé con gracia.

Amin analizó cuidadosamente el material traído, examinó las fotografías, reflexionó sobre la información contenida en los correos.
-“Aquí hay información desactualizada.” Comentó.
Me acerqué y me senté a su lado. “¿Cómo es eso?”
-“La dirección de hogar que encontraste no es correcta. Ya no vive ahí.” Volví a ver la imagen de la casa que había capturado desde Mapas. “Se mudó hace mucho.”
-“¿Hacia dónde?”
-“No me preguntes a mí, ese es tu trabajo. Muy bien. Te agradezco. No hay nada nuevo para mí. Todo lo que encontraste es superficial, y como tú decías, eso lo puede encontrar cualquiera. No utilizaste tus herramientas ni accediste a entidades de información más confiables. Las redes sociales mienten y todos estos perfiles podrían ser fácilmente falsos. Como los tuyos, los que utilizaste para acceder a ellos.”
-“Creí que era esto lo que necesitabas.”
-“Si, en cierta forma lo esperé. La primera etapa de tu trabajo ha concluido. Ahora quiero que comiences con la segunda etapa, y ésta se trata de utilizar tus accesos privilegiados a los sistemas de las entidades de registros de identidad para buscar la información correcta; la que no se publica en las redes sociales ni en sitios públicos. Luego me la traes y yo te diré si hiciste un buen trabajo. Muy bien por hoy. ¿Qué quieres a cambio?”
Confusa lo observé procesando lo que me estaba diciendo. Yo había encontrado la información que él quería y que él sabía que yo iba a encontrar. Ahora quería algo más verídico; exigía los datos del registro civil.
-“¿Debería pedir algo a cambio? Entendí que no conseguí lo que realmente necesitas.”
-“Lo hiciste. Cada etapa tiene su objetivo y su recompensa. Concluiste la primera etapa tal y como lo había supuesto: lograste el objetivo que había determinado para ti. Ahora puedes pedirme lo que quieras.”
-“¿Entonces era una evaluación? ¿Me estabas probando?”
Amin asintió.

-“No quiero nada. Lo que deseé ya lo tengo: un hermoso reloj ornamentado demasiado caro.”
Amin sonrió. “No es caro si compararas ese precio con el de muchos otros relojes que aún no has visto.”
Me despedí con otro objetivo en mente: irrumpir en las bases de datos del registro civil y otras entidades que contenían datos fidedignos.