Mientras tanto repasé mi lista de contactos, llamando a cada ser con quien me había relacionado los últimos días. Alguno de ellos debió haber sido testigo de mi deleite en la vitrina de aquella tienda. Luego se las ingenió para llegar antes que yo a mi casa, y tener el tiempo suficiente de quitar el artefacto de su caja y dejarlo cuidadosamente sobre la mesa mostrando la pantalla del reloj en dirección a la puerta, para obtener su imagen completa apenas entrara.
Ninguno de los llamados, respondió a mi curiosidad. Nadie dio la impresión de saber algo al respecto.
Frustrada extendí la mano y pasé un dedo por cupido. Estaba liso y frío. Su rostro expresaba cierta sonrisa satisfecha, con la mirada dirigida hacia el suelo. Estaba cómodamente sentado sobre el aro, despreocupado totalmente de su procedencia.
Extendí la otra mano y levanté el reloj. Pesaba menos de lo que supuse, por lo que debía de estar fabricado con materiales ligeros. Lo acerqué a mí y lo volteé. Y entonces encontré la respuesta a mi incógnita: Sobre un pequeño papel pegado había escrito una frase y debajo una dirección.
“Ven a verme este viernes a las 19:00 hrs. Sola.”
La dirección era en la misma ciudad, en un sector residencial cercano al mar.
Quité el papel y dejé el reloj sobre el mueble de roble de la sala de estar. Allí combinaba perfectamente, junto a mi colección de antigüedades.
No conocía a nadie que viviera en esa dirección, por lo que el sujeto posiblemente era un desconocido. Busqué inmediatamente mi computador e ingresé a Mapas. Escribí la dirección y me acerqué a buscar la casa mencionada. Recorrí la calle buscando el número, hasta que finalmente encontré una casa al frente de un edificio. Era una vivienda común de dos pisos, del mismo estilo que la mayoría, pintada de un amarillo claro con un pequeño antejardín. El número estaba visiblemente ubicado a un lado de la puerta.
Salí a comprar unas cerraduras nuevas y las instalé la misma tarde.
Tuve visitas en casa y llegaron mis amigos con pizza. Al notar el objeto nuevo se asombraron.
-“¡Vaya! No creí que fueses capaz de pagar ese dineral por comprar esto. Eso va totalmente contra tu estructurado método de vivir.” Dijo uno.
-“Muy lindo, pero ese no es el lugar correcto. Debes comprarte una mesita fina para esto y ponerlo allí.” Apuntó mi amiga en otra dirección.
-“No me gustan demasiado los niños desnudos.” Dijo otro con una mueca, “Si al menos las mujeres de abajo no hubiesen estado en paños…”
Los demás se rieron y luego enfocaron su atención en la pizza.
Al finalizar la velada le pedí a un amigo que se quedara conmigo mientras los demás regresaron a sus casas.
-“Toma asiento.” Le pedí, “Tengo que contarte algo.”
-“Esto parece que es serio.” Esbozó una sonrisa coqueta.
Me senté en el sofá con la tasa de té en las manos y le extendí el papel con la dirección.
-“Necesito que me acompañes a un lugar.”
Alek miró el papel, frunció el ceño y levantó la vista interrogante.
-“¿Quién escribió esto?”
-“No quiero contarte los detalles, pero tengo una invitación de una persona, a quien debo ir a ver. Sin embargo no deseo ir sola…”
-“Aquí dice que debes ir sola.”
-“Si, correcto. La idea es que me acompañes y me esperes en un lugar cercano. Tienes la dirección y sabes dónde queda. Si me demoro más de lo supuesto, entonces vas a recogerme.”
-“No conoces al sujeto, ¿verdad? ¿Con que fin irás a ver a un desconocido?”
-“Necesito que él me aclare algo que debo saber.”
Mi amigo desconfiado me clavó la mirada. Era obvio que no le gustaba el plan. Pero nada podía hacer para retenerme. Si yo quería arriesgarme, era bastante adulta para tomar la decisión.
El viernes fuimos a la dirección mencionada. Alek se quedó a dos cuadras del edificio, oculto tras las casas. Guardé mi teléfono móvil en el bolsillo interno y emprendí camino a la casa amarilla. Me sentí algo nerviosa.
-“Tienes exactamente 20 minutos desde que entres allí.” Me dijo Alek tras de mí.
El día estaba nublado pero tibio. El otoño apenas había comenzado. Encontré la casa inmediatamente, recordando los detalles de la calle que verifiqué en Mapas. Me acerqué al portón y dudé un instante en tocar el timbre. Eran casi las 7 y no podría arrepentirme de mi cometido luego de meditarlo tanto tiempo.
Toqué el timbre y la puerta no demoró en abrirse. Crucé el antejardín y me encontré ante un hombre sonriente. Era alto, tenía el cabello cuidado y largo, y rondaba los 35 años.
Desconfiada entré a la casa. Eché un vistazo al reloj de muñeca y lo cubrí con las mangas.
Crucé un pasillo y llegué a una cómoda sala de estar. Las paredes estaban revestidas de madera, cubiertas completamente de muebles y repisas de madera oscura. Del centro colgaba una lámpara de lágrimas sobre una mesita.
Me invitó a tomar asiento sobre el sofá mientras él tomó una butaca acomodándola al frente mío. La reunión había comenzado.
-“Me alegra que tomaras la decisión de venir.” Me dijo con una sonrisa.
-“¿Entonces me contarás como entraste a mi casa?” Fui directo al grano.
Pero responder mi interés específico no era su finalidad. Me ofreció algo para beber que rechacé.
-“No te voy a envenenar.” Bromeó. “¿Te gustó el obsequio?”
-“¿Cómo lo hiciste?”
-“No lo hice yo. Se hizo en una fábrica de relojes,” Continuó bromeando. “No me has respondido.”
Lo miré muda, analizando sus facciones y postura. Lo primero que yo solía hacer al conocer a alguien nuevo era analizar su persona; la personalidad, el carácter, el tipo de comentarios, el enfoque de interés, la calidad de las decisiones, la respuesta emocional; es fácil determinar una persona en una primera instancia si se tiene la oportunidad de verla actuar de forma natural. Se obtiene inmediatamente un perfil sicológico que aclara la incertidumbre acerca de la fiabilidad del sujeto en cuestión.
No había nada fuera de lo normal en él. Ningún indicio de intenciones alarmantes.
Se encontraba sentado en el sitial, con la mirada fija, la expresión seria, recto y con los dedos entrelazados. El cuadro ofrecía un aspecto interesante, casi atractivo.
-“Te invité a visitarme porque quiero conversar sobre algo importante. Quiero ofrecerte una actividad interesante, algo así como un trabajo para lo cual tienes bastante habilidad.”
-“Cuéntame.” Le invité a proseguir.
-“Sé que buscaste mi casa en Mapas antes de venir.” Sonrió “Eres del tipo de persona que habría buscado datos sobre mi si te hubiera dado mi nombre. Me puedes llamar Amin; puedes confiar en mí.”
-“¿Amin?” Pregunté extrañada.
-“¡Si! Es un diminutivo. ¡No lo desprecies!” Hizo una pausa. “Quiero contratarte para esa clase de servicios.”
-“Creo que no acabo de entender…”
-“Estás ligada al mundo digital. Trabajaste anteriormente para la entidad del registro civil. Ahora trabajas para el ministerio de educación. Sé que tienes acceso a sistemas y bases de datos de registros de personas, y que además no has perdido esos accesos.” Destacó.
-“¿Cómo sabes eso?”
-“Nunca importa como sabemos las cosas, sino para qué las sabemos. Con qué fines guardamos información. Y la finalidad te la estoy revelando. Necesito tu ayuda. Aunque no tuvieses acceso a dichos servidores, aun así me interesarías. No me puedes negar tu gran habilidad para encontrar información en Internet. No es necesario que te mencione ciertas personas a quienes haz espiado…”
-“¡¿Qué estás diciendo?!”
-“¡Vamos! No tiene nada de malo buscar información sobre cierto adjetivo, pronombre… sustantivo. Y hay personas que tienen más imaginación para búsquedas que otras, por lo tanto encuentran más cosas. ¡No me mires así! No te estoy pidiendo nada fuera de lo normal.”
Levanté la vista en dirección al pasillo por el cual había venido. Me pregunté cuanto rato había pasado desde que crucé la puerta. Amin no me daba la oportunidad de echar un vistazo a mi reloj. Recorrí con la mirada la sala de estar buscando entre los objetos dignos de un museo un reloj que me revelara la hora. Curiosamente no lo encontré. Impaciente me acomodé sobre el sofá.
-“¿Te gustó el reloj?” Insistió.
Volví a enfocarme en su persona y asentí levemente.
-“Si ya sabes la respuesta no deberías preguntar. Aparentemente me conoces mejor de lo que puedo desear. ¿Me dirás como entraste a mi casa?” Suspiré.
-“No. Hay cosas que prefiero mantenerlas para mí.”
-“Es hora de irme.” Dije levantándome. Pero no logré zafarme tan rápidamente. Amin (¿Qué clase de nombre era ese?) se levantó rápidamente, estrechándome las manos palpando levemente mi brazo. Sonrió adoptando una expresión de súplica.
-“Por favor. Te recompensaré. Pídeme lo que quieras a cambio. Solo necesito que realices algo que ya has hecho anteriormente.”
Buscó un bloc y escribió algo en una hoja que luego me estrechó. En ella había escrito un nombre y debajo un número de identificación.
-“¿Qué gracia tiene que además del nombre sepas el número de identificación? Eso es tan simple que lo puedes hacer tu mismo.” Le reproché.
-“Quiero que tú lo hagas. Al fin y al cabo tienes mejores herramientas que yo para hacerlo.” Sonrió insinuante.
-“Si lo hago, ¿Me dirás como ingresaste a mi casa?”
-“te lo diré en cuando obtengas toda la información relacionada con ese nombre.”
Me despedí llevándome el papel conmigo.
Cuando iba saliendo por la puerta, tratando de echar un vistazo a mi reloj, Amin se me acercó por detrás.
-“Además no era necesario que te acompañaran. Te dije que vinieras sola. Tenlo en cuenta para la próxima vez. Yo no muerdo. Tampoco te voy a hacer nada.”
Solté una carcajada y me apuré para salir de aquel sitio con una sensación extraña de nerviosismo y alivio. No pretendía desperdiciar tiempo averiguando como supo tantas cosas.
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