Pero cuando extiendo esas alas largas de reaparecen cada mañana por mis espaldas y siento el viento soplar desde la ventana, se me olvidan los deseos de posibilidades tan lejanas como imposibles.
No, no son las alas. Es aquello por lo que los demás sonríen cuando lo consiguen y algunos lloran cuando les es restringido. Aquello que los ata a peligrosas pasiones descontroladas que les quita la razón y el entendimiento, reduciéndolos a básicos animales guiados por instintos.
Ellos no tienen alas. No son libres ni conocen la concepción de libertad tal y como la vivimos nosotros. Dentro de sus jaulas dibujan ideales de cosas que son solo productos de sus mentes sometiendo sus creaciones al concepto de felicidad.
Por esto nosotros conocemos el color real de las montañas.
Ni de pinturas ni de cuentos de experiencias ajenas, pues las hemos visto desde las alturas y hemos volado hasta allí.
Hemos contemplado los paisajes que prometían y la eternidad visual que ofrecían.
¿Tienen ellos más ventajas sobre nosotros?
¿O tenemos nosotros la ventaja, la cual ellos niegan y nosotros solo podemos gozar en silencio tras la sombra de su ignorancia?
¿O somos demasiado distintos como para considerar nuestras diferencias como ventajas?
Foto: Cerro La Campana, V Región de Valparaiso, Chile