*Se recuerda al lector que los capítulos de La vida de Sky Cryster son un proyecto aparte, que no publicaré completo, excepto algunos capítulos que en este momento si considero aptos para el público.
La Vida de Sky Cryster - Capítulo **
No puedo
decir que mi experiencia con mujeres es nula. Una vez hubo una que llegó a mí,
y se fue del mismo modo en que había venido; en silencio y sin explicaciones.
Nunca supe
que sintió ella por dentro, en su pequeño alma refugiado en un fuerte. Y nunca
me atreví a preguntarle después, a pesar de que ardía por dentro por saberlo.
Hay preguntas en mí, que florecieron en todo su esplendor y se marchitaron, ya
que nunca obtuvieron respuestas. Tal vez era mejor no obtenerlas y permanecer
en la duda.
No la
conocía en absoluto. No sabía nada de ella. Trabajábamos a diario codo a codo
en un gran escritorio, en silencio. Todo el día en absoluto silencio.
De vez en
cuando me volteaba ligeramente a mirar su expresión de reojo, un bello rostro
de mujer joven que se ocultaba tras una espesa mata de cabellos que utilizaba
como un muro, un muro que impedía el acceso a todos aquellos que allí
trabajábamos.
De vez en
cuando alguien se atrevía a dirigirle la palabra y se arriesgaba a contarnos un
chiste, para el cual ella apenas se inmutaba con una ligera mueca apenas
visible. Era como una estatua, blanca, bella, rígida, o un robot que solo
estaba entrenado para realizar su trabajo, sin emociones ni la capacidad para
sociabilizar.
Llegaba
puntualmente a la hora, saludaba al grupo, se sentaba en su puesto y se
mantenía allí hasta la hora de la salida, ocultándose tras su cabello. No
almorzaba, no se levantaba para ir al servicio, no se preparaba un café, no
comía nada. Se concentraba en su trabajo en estricto silencio ocultando su
rostro y con él cualquier oportunidad de acercamiento.
Soporté
aquella rutina por dos meses. Luego no resistí más. Por dentro me quemaba el
deseo de iniciar una conversación, un intercambio de palabras y opiniones
humanas que rompiera aquel estado de estricta distancia.
Un día
después del trabajo decidí seguirla. No es que yo fuera un sicópata que
acostumbraba a hacerlo, pero la tentación me obligaba a averiguar quién era
aquella estatua tan misteriosa. Solo había dos alternativas; Era una bella
persona que se transformaba después del horario laboral y regresaba a su
humanidad, o definitivamente siempre había sido un libro abierto, en el cual no
había nada que leer, la misma mujer aburrida e inexpresiva que acostumbraba a trabajar
con nosotros en la misma oficina.
Ella salió
del edificio vistiendo su acostumbrado uniforme, una falda apretada y una blusa
blanca.
Sobre ello
llevaba un abrigo largo, bajo el cual se ocultaba dejando mostrar solo las
piernas.
Se alejó del
edificio cruzando calles y avenidas a paso rápido, dejando atrás todo lo que día
a día la atormentaba. A cada paso se acercaba más y más a su libertad, a su refugio
de tranquilidad y confianza, a su hogar. El momento del día que
satisfactoriamente se quitaban las máscaras y se invitaba a la comodidad, para
aquellos que no suelen ser uno mismo en presencia de la formalidad.
Esta era la
única conclusión que esperaba comprobar acerca de ésta persona.
La seguí un
rato por la ciudad, cuidadoso de ser visto en caso que ella diera la vuelta en
algún momento, lo cual nunca hizo.
Me llevó por
todo el centro, atravesando avenidas, puentes, y zonas de comercio, doblaba en
esquinas tratando de perderme entre la multitud y los drásticos cambios de
dirección, sin saberlo. ¿Lo intuía?
Después de
un rato disminuyó el paso al cruzar un pequeño parque adornado con césped y
flores, en donde el sol anaranjado del atardecer alumbraba aún las copas de los
árboles.
Ella se
quitó el abrigo y se sentó en la banca. Abrió su cartera, sacó de allí un pequeño
objeto e hizo una llamada.
Entonces
finalmente decidió echar un vistazo a su alrededor, verificar que se encontraba
estratégicamente sola sin un ser humano en un radio cercano. Satisfecha continuó
revolviendo su cartera.
Yo me
mantuve escondido tras un vehículo estacionado, observándola a través de las
ventanas.
El sol se
alejó de las copas de los árboles manteniéndose en la azotea de los edificios.
El día se estaba despidiendo y yo esperando continuar con el tour por la ciudad,
curioso de los lugares hacia donde me llevaría.
Tal vez
estaba esperando a alguien y yo debía darme por vencido, derrotado de la
tentación de actuar como si de pronto me la cruzara casualmente por la ciudad.
La señorita
finalizó su descanso levantándose de su asiento y volviendo por la dirección
por la cual había llegado. Se volvió a colocar el abrigo y continuó por otro
lado de prisa nuevamente. Yo por supuesto, la seguí.
Los faroles
se encendieron y el sol desapareció. Un ligero viento helado comenzó a barrer
por el paisaje otoñal, botando las hojas secas de los árboles y susurrando a través
de sus ramas desnudas.
La mujer se
alejaba del centro y su multitud, adentrándose en zonas residenciales que quedaban
en una pequeña altura.
El cielo
oscurecía y yo comencé a preguntarme si tal vez no era mejor dejarla sola, pues
no tenía ningún plan para enfrentarla, llegada la oportunidad de hablar con
ella.
Pero no era
necesario mi plan ni la oportunidad de hablar. Todo sucedió muy rápido.
Me acerqué
lo suficiente como para que me distinga apenas se diera vuelta, pero en vez de
voltear, continuó su paso y dobló en una esquina en la que había grandes
casonas, que contenían algunas ventanas iluminadas en su interior y otras aún
oscuras.
Allí había
un callejón sin salida en el cual ella decidió entrar, y entonces comprendí que
se trataba de su domicilio. Alguna de esas ventanas oscuras se iluminaría luego
que su habitante entrara a su hogar.
Aquella era
mi última oportunidad de acercarme a ella, quien había decidido dirigirse a la
puerta de la última casona del callejón, que se encontraba en una altura,
accesible mediante escaleras de concreto.
Me acerqué a
ella, quien se encontraba de espaldas hacia mí buscando la llave de su casa. Me
detuve a un metro de ella en silencio. Ella presenció mi cercanía, y se dio
vuelta de inmediato. Al verme allí tan cerca y reconocerme dio un leve grito de
susto y quedó petrificada.
Di un paso
hacia el frente y le tomé las manos.
Entonces el
cielo ya no estaba azul ni quedaba rastros del día. Los faroles iluminaban las
calles y avenidas pero no el callejón. Y allí estaba yo junto a ella, en la
oscuridad.
La tomé por
la cintura y la acerqué a mí, esperando una reacción de rechazo. No la hubo. Posé
mis dedos sobre su cuello y lo recorrí con las yemas de los dedos hasta llegar
a su mentón.
La acerqué a
mí y la besé, sin permiso alguno, sin necesidad de algún intercambio de saludo.
Ella me
correspondió en silencio buscándome en la oscuridad con sus manos. La abracé y
le concedí que me devolviera el abrazo.
**aqui es
donde la historia podría terminar sin más, o preferentemente, continuar con lo
siguiente**
La tomé de
las manos y la llevé a un lado de la escalera, una esquina protegida por un
árbol, un lugar más privado para averiguar quién era mi compañera.
Ella se dejó
guiar y se apoyó de espaldas en el tronco del árbol.
La rodeé con
los brazos y la besé, como pocas veces he tenido la oportunidad de besar a
alguien.
Su rigidez y
tensión fueron cediendo a medida que su cuerpo se acercaba más al mío, hasta
eliminar por completo alguna distancia entre los dos, acomodándose ella entre
mis brazos con un deseo casi imperceptible de poseerme. O tal vez yo solo me lo
imaginaba.
Pero de que
ella me deseaba en aquel momento, de eso puedo estar seguro, lo hacía.
Abrí su
abrigo en el momento en que sus piernas rozaban las mías incitándome a
deshacerme de las telas que la cubrían y que impedían mi total acceso. Aunque
mi objetivo no fuera precisamente el acceso, contemplé la tela fina deslizarse
sobre una piel suave con aroma a lavanda. Era hermosa, estéticamente bella,
como suelen ser las mujeres, una delicadeza a la cual yo no estaba acostumbrado.
Sin decir
una palabra me entregué aquella noche junto a ese árbol a un instante, al que
jamás habría atribuido a mi propia experiencia, convirtiéndolo siempre en algo ajeno
y codiciado por los demás. Probablemente fue mi merecido no impresionarme ante
la calidad del disfrute ni en la magia que contenía, pues no fue sorpresa
alguna el resultado que ya anteriormente había supuesto.
Mi deleite
consistía en descubrir las crecientes emociones de mi compañera, quien se
complacía en poseerme de una manera no convencional, a la intemperie y en un
lugar público, como fantasía de muchos y de la cual su goce yo ponía en duda.
Y de alguna
forma me divertía percibirla tan cerca y de un modo tan distinto a lo
acostumbrado, una repentina confianza anteriormente imposible y todas las
actitudes socialmente obligatorias esfumadas en un momento en el que ella me
disfrutaba y me utilizaba para complacerse sin saber que yo solo era un medio,
ya que no me era posible comprender aquellos sentimientos y sentirlos por
completo.
No era mi
intención arruinar el momento, ni mi deseo alejarme de allí ni abandonar mi
cometido. Me dejé llevar a un mundo del que todos regresan emocionados y con
anhelo de regresar. Tal vez yo no regresaré. Haberlo visitado una vez me dejó
lo suficientemente satisfecho para no necesitar volver.
Me despedí
con un beso y una sonrisa de su parte, pero aún sin decir palabra. El silencio
no opacaba la confianza que de pronto nació entre los dos. Ni siquiera me había
preguntado cómo fue que llegué hasta allí. Ninguna explicación hacía falta para
defender con algún argumento lo sucedido.
Ella regresó
a la puerta de su casa y desapareció tras ella.
Yo continué
bajo el árbol un tiempo corto, observando como en una de las ventanas de la
gran casona se encendía una luz y acto seguido se cerraban las cortinas.
Entre la
neblina nocturna me fui de allí, camino de regreso al centro preguntándome que
sucedería desde allí en adelante.
***
Volví al día
siguiente a la oficina, un poco atrasado y un poco extasiado. Ella se
encontraba como siempre en su lugar, inexpresiva, rígida y en silencio. No
volteó a mirarme. Durante el día no avancé mucho en mi proyecto de entonces,
pues esperaba de su parte algún gesto, alguna aprobación o emoción. Pero no
recibí nada de ello. Su silencio la mantuvo firme y concentrada en su
actividad.
Al día
siguiente lo volví a intentar. Y en un momento del día volteé y la miré
fijamente, pero ella no me devolvió la mirada. Simplemente actuaba como si yo
no existiera, como si no hubiera pasado nada, como si ella misma no estuviera
allí.
Al principio
fue perturbador, y con el tiempo dejé de intentarlo y acepté mi derrota. No se
le puede pedir a una máquina que responda por iniciativa propia. Tampoco la
volví a seguir después del trabajo. Apenas la saludaba a diario, como la ley
social obliga como comunicación mínima exigida.
Tuve que
conformarme con haber vivido la intimidad máxima con una completa desconocida
que veía a diario durante todo el día. Hasta que renuncié. Cuando me fui de allí
y me despedí de mis compañeros, solo le dije adiós, el cual ella me devolvió
cordialmente. Después de eso, nunca más la volví a ver.
Esta fue mi
experiencia, de la cual no suelo acordarme muy seguido, ni hablar sobre ello
con muchas personas.
Fue tan solo
una simple experiencia, una entre muchas otras cosas que me han sucedido en la
vida, ni más ni menos importante que el resto. Hago mención de ella por el
simple hecho de que al público le importa mucho más que a mí mismo.