Cuando la
había vencido, se mantuvo quieta delante de ella, esperando despedirse adecuadamente
para luego recibir los aplausos del público. Su país había triunfado una vez
más en esgrima gracias a ella.
Pero la
perdedora hizo algo no esperado. Durante la lucha había cubierto su rostro con
un velo negro, impidiendo reconocer sus rasgos faciales. Al ser vencida se
acercó a su oponente y se quitó el velo con el cual había cubierto su rostro
durante la lucha. Debajo apareció un bello rostro blanco, enmarcado con un
cabello negro azabache, y unos brillantes ojos azules.
Regaló una
atractiva sonrisa a su vencedora, quien, sorprendida no hacía más que observar
ese impactante color azul.
Ambas chicas
se miraron a los ojos, una sonriendo y la otra atónita por los ojos que la
miraban.
Entonces la
perdedora retrocedió unos pasos, se dió vuelta, recogió su espada y volvió
hacia su vencedora. Se arrodilló, dobló un brazo por encima de su pecho y le
entregó la espada como obsequio a su vencedora.
La ganadora
aún más atónita, recibió la espada, encantada con la persona que había vencido
sin verle el rostro anteriormente. Cerró los ojos, cruzó sus manos sobre el
pecho y se dobló ligeramente hacia adelante, señal de saludo para éstos
esgrimistas en particular.
Después
abrió los ojos y expresó su agradecimiento hacia su oponente con una mirada
profunda, llena de amor que nadie en el público notó.
Luego se
dieron vuelta, dando fin a la función.