Había ocurrido un accidente. No me acuerdo como fue, porque había perdido la conciencia. Cuando desperté, vi que a mi lado estaban mis compañeros amontonados, uno sobre otro, todo muertos. Vi que algunas personas los estaban ordenando y llevando a este lugar, escuche de que conversaban sobre el accidente.
Vi a nuestro entrenador, me miro, pero parecía no verme, escuché que nombraba mi nombre. Todo era muy extraño, escuchaba a varios hablar, pero me costaba entender y poner atención a lo que decían. Hablaban todos muy bajo. Fui a dar una vuelta para ver que estaban haciendo los vivos, que se habían salvado de lo ocurrido. Vi a un amigo mío, L., que se paro a mi lado. Al principio no entendí lo que me decía, pero unos segundos después ya pude entender claramente.
-“Tenemos que hacer un examen, para cruzar la gran puerta que nos abre al cielo.”
Yo no entendía nada, ¿De que estaba hablando? ¿Cuál puerta? ¿Por qué cielo?
-“Es como un examen, y luego, si aun tienes algo pendiente, hacerlo, para que luego encuentres la paz, sino no encontraras la paz, y tu mente te torturara día y noche, y caminaras y caminaras, y no sentirás cansancio, pero tampoco encontraras descanso, porque tienes algo pendiente que cumplir.” Me decía L.
Eso me recuerda a algo, pensé, pero en ese momento no pude acordarme a que me recordaba esa frase.
Miré hacia abajo, pero pensé estar ciega o mal de vista, porque no podía ver mi cuerpo, solo me sentía, pero fue como si estuviera invisible. Tal vez en realidad estaba invisible, por eso nadie me ponía atención, pero luego pensé que eso era imposible. Después de unos minutos paso un pensamiento por mi mente y me asuste. Corrí donde L. y se lo pregunté.
-“Pensé de que ya lo habías notado. Tu no sobreviviste al accidente, tu falleciste en este sitio, saliste de tu cuerpo y ahora eres tu alma a vista de todos los que pueden verte, ya no estas escondida en el cuerpo físico.”
-“Con razón… y ahora, ¿Qué tengo que hacer?”
-“Ya te lo dije, recuérdalo.” Me dijo L. y se fue, yo lo seguí detrás de el. Vi que entro en una especie de habitación, donde había una puerta grande. Vi que en sus manos había un pliego de papel con unas preguntas. Al parecer ya las había contestado, porque la gran puerta se abrió, el entro, y desapareció detrás. Ahora quede sola, trate de recordar lo que me había dicho. Es lo que tengo que hacer ahora.
En una especie de mesa había otro pliego de papel, con unas preguntas sin contestar. Arriba estaba escrito mi nombre. Era para mí. Conteste las preguntas lo mejor que pude, era sobre la vida que había vivido cuando aun estaba viva. Me daba un poco de tristeza irme tan joven, pero bueno, no era mi decisión. Me quitaron la vida. Me dejaron morir en aquel accidente, y no hicieron nada para ayudarme.
Termine de contestar las preguntas. Al final de la hoja decía si aun tenía un propósito que cumplir aquí, antes de irme permanentemente, y que si fuese así, que lo cumpliera. Yo recordé mi familia, y dije en mí que tenía que avisarles lo que me había ocurrido, ellos tenían que saberlo, no quería que se peguntaran que me habrá pasado y que me fueran a buscar sin poder encontrarme, yo tenía que avisarles de que no se preocuparan.
Fui a mi casa, y vi a mi mama de espaldas, estaba haciendo algo, que en específico, no recuerdo, pero entre y le hable. Ella no me oía. La llamé varias veces, subí el tono de mi vos, pero tampoco parecía escucharme. Recordé que estaba muerta. Era ese el motivo por el cual no podía oírme, ¡yo era un fantasma! O algo por el estilo. Trate de hacer ruido. Tire unas cosas que estaban en mi camino, y eso parecía hacer efecto. Ella se dio vuelta y me miro, pero tampoco parecía verme, me atravesó con su mirada. Otra vez tire algunas cosas.
-“Sara, ¿Eres tu?”
-“Si, le decía, soy yo mamá, necesito contarte algo…”
-“¿Eres tu?” Me repetía, como si no me hubiera escuchado. No podía contestarle, ella no podía oír mi vos. Encontré una tiza en el piso, y comencé a escribir mi nombre.
-“¡Sara eres tu!”
Escribí un Si. Trate de escribirle lo que me había pasado, pero al parecer ella ya lo sabía todo. Así que me despedí de ella y me fui. Ahora tenia que tratar lo antes posible de entrar a las puertas que abrían al cielo.
Llegué a la habitación de nuevo y tome mi hoja, escribí en ella propósito cumplido. Tome mi hoja con las dos manos y me pare en frente de la puerta. En ese mismo instante se abrió, y yo pude entrar.