1 de junio de 2018

Apuesta con el destino



Hoy día hice la prueba: después de vivirlo un par de veces ya conocía suficientemente bien el resultado del destino, que ésta vez me propuse a realizar las mismas actividades de siempre, únicamente para comprobarme a mi misma que funcionaba. Había algo que lo provocaba; una serie de actividades que se debían realizar con un propósito en el corazón y entonces iba a suceder: el resultado de aquellas operaciones era siempre el mismo.

Salí por la tarde de casa rumbo a ese gran edificio en el centro en donde nos veíamos siempre, donde ambos pasábamos las horas obligatorias hasta que el término de éstas nos dieran la libertad de elegir que hacer por la noche.

Durante el dia no tuve mayores obligaciones que repasar cierta información importante, y mientras finalizaba con aquellas tareas me propuse a limpiar la casa, a ordenar la habitación, a dejar todo en su lugar. A dejar reluciente los sitios que visitarías. Quité las arrugas del sillón, cambié el agua a las flores, sacudí la alfombra, y guardé los utensilios de cocina. Los grifos brillaban, mi mueble nuevo resplandecía ante la visita del salón y el aspecto de mi hogar era acodegor.

Me depilé las piernas, me arreglé las cejas, me arreglé las uñas, comprobé que no tenía ojeras ni imperfecciones.  Me metí a la ducha por segunda vez al notar que mi cabello no brillaba como deseaba.
Decidí maquillarme solo un poco, lo suficiente para resaltar lo deseado y lucir natural. Algo de Rouge en los labios, un anillo que estilizaba mis manos y unos aretes femeninos. Finalmente unas gotas del aroma que te gustaba.
Salí con un abrigo blanco entallado en la cintura y unas botas largas. Me observé por última vez en el espejo e incluso me sentí bella en aquel momento.
Todo había quedado ideal, perfecto.
Solo faltabas tú.

Fui al edificio grande del centro, me senté en mi lugar acostumbrado y esperé. Las horas pasaban, las tareas se recibían, se realizaban y se entregaban; una tras otra Iba finalizando, y tú no llegabas. Fui por un té y unas galletas y al regresar vi mi escritorio tan vacío como lo había abandonado. No habias llegado y lo más probable era que no ibas a llegar. Y así fue.
Lo que hizo la diferencia ésta vez, es que yo sospechaba que esto iba a suceder. En teoría yo gané en mi apuesta con el destino; había apostado de forma anticipada y comprobado que tenía razon: cuando yo lo preparaba todo dejándolo perfecto, tu no aparecías.
Cada vez que he hecho el esfuerzo de dejar mi entorno (y a mi misma) en el mejor estado posible, curiosamente tu no has podido llegar hasta allí para disfrutarlo.
Ésta mañana incluso desperté temprano, como nunca solía suceder, amanecí sin sueño y con mucha energía. Cuando regresé a casa a medianoche aún gozaba de esa energía. Esa noche podríamos haber conquistado el mundo.

Me vestí de mi abrigo, me puse los guantes, hice de mi cabello una trenza desordenada y regresé a casa.
Habia ganado, pero una vez más había perdido.
Tu solo aparecías cuando algo quedaba en desperfecto, especialmente cuando la casa estaba desordenada o justo el día en que mi piel tenia marcas. Quizás si no me bañaba y no realizara aseo de hogar, te tendría en mis brazos con más frecuencia. Puedo contar con mis dedos las veces en que he quedado esperanzada de ver recompensado mis preparaciones.
¿Qué era lo que yo provocaba al construir la perfección, para que su propósito no se viera satisfecho?