23 de enero de 2017

Capítulo I: El reloj

Ese asunto del reloj… Aún lo tengo en la sala de estar, sobre aquel mueble antiguo, ornamentado con maderas de roble. Cuando lo descubro, intento  imaginar cómo fue que llegó a mi casa. Realmente nunca lo supe los detalles.

Ya fue hace un tiempo, cuando caminaba aquella tarde después del trabajo por el centro de la ciudad, observando distraída los escaparates de las tiendas del boulevar. No tenía ningún deseo de ver algo específico, por lo que simplemente avanzaba calle arriba en dirección hacia la plaza, para posteriormente tomar el tren a mi casa.
Al atardecer se llenaban las calles de gente; aquellos que salían cansados del trabajo, vendedores ambulantes que vendían toda clase de productos a bajo precio, artistas presentando funciones rápidas, músicos, retratistas, bailarines e incluso transformistas. Un circo callejero.
Había quedado con una amiga en un café, pero por algún motivo ella canceló nuestra cita, por lo que avancé aburrida entre el bullicio.
Pasé por un ventanal en el cual colgaban toda clase de lámparas colgantes, mesitas con pequeñas estatuas, relojes de pared y lámparas de pie. Y entonces lo vi: Un hermoso reloj de un color metálico oscuro, el cual estaba sobre una mesita elegante. Me detuve y lo observé con atención; Estaba ornamentado con dos pequeñas estatuas de mujeres, que sostenían en el centro el círculo del reloj, sobre algo que simulaba un puente curvo, bajo el cual había unos niños exquisitamente tallados. Sobre el mismo reloj había otro niño similar a Cupido con una corona de abetos en sus brazos.
Me quedé fascinada con aquella obra de arte, cuyo precio excedía en gran manera mi presupuesto disponible para un reloj de ornamentación. Mi sala de estar ya tenía dos, uno de pared y otra antigüedad de porcelana heredado de mi abuela. Siempre me gustaron los relojes, pero todos los que he poseído habían sido un regalo de alguien. Este sin embargo era una belleza, un objeto que solo alguien con gustos definidos compraría, más como un adorno que para fines funcionales. Y de todas maneras para alguien que gozaba de un buen ingreso monetario.
Guardé en mi memoria todos los detalles de este artículo y continué mi camino hacia la plaza.

De camino me compré un helado mientras contemplé una mujer disfrazada de mimo de Alicia (Alicia en el país de las maravillas), la cual trataba de mantener la seriedad mientras dos niños corrían a su alrededor chillando alegres imitando escenas de la película, mientras su madre intentaba lograr una buena foto de ellos.
Más allá un violinista cautivaba al público cercano con su gran habilidad y entusiasmo de llegar con su gracia hasta aquellos pasantes menos interesados en detenerse a escucharlo.
Había señora de edad que paseaba un coche de bebés sin un bebé dentro, sino que en su lugar había un gato, envuelto en unas mantas de suaves colores y un pequeño sombrero con encajes, el cual tenía recortado minuciosamente los agujeros para las orejas. Otras señoras admiraban al gato realizando los mismos gestos de ternura y sorpresa como si el gato fuera un verdadero bebé.
En una esquina había un extranjero vendiendo joyas de plata, las cuales estaban prendidas ordenadamente sobre una sombrilla de terciopelo negro.

Olvidé la tienda, las bellas lámparas y aquel reloj, me subí al tren y me abstraje en mis sueños despiertos con la música de mis audífonos.

Llegué a casa, un departamento en un piso alto de un edificio. Saqué las llaves de mi abrigo y las metí en la cerradura. Giré el pomo y entré a lo que era mi paraíso personal.
Mi departamento era pequeño, diseñado para una persona soltera o pareja con pocas posesiones.
Una sala de estar pintada de blanco, un gran ventanal que miraba hacia un parque. Todo estaba en absoluto silencio, alejado de la vorágine de la ciudad.
Dirigí la mirada hacia la mesita de comedor y me llevé una sorpresa: Sobre ella estaba el reloj que observé en la tienda hacía una hora atrás. Estaba fuera de su caja, la cual estaba cuidadosamente puesta a un lado y abierta. El reloj estaba armado y funcionando, marcaba las 7.30 de la tarde. Tic tac. Tic tac. Un sonido apenas perceptible, pero que en aquel momento se hizo fuerte en medio del silencio de mi departamento.
Mi primer pensamiento fue de susto, ¿Estaba sola en casa?
Graciosamente tomé un cuchillo grande de la cocina y me dirigí a mi dormitorio para registrarlo. Abrí el closet, miré bajo la cama, entré al baño, corrí la cortina de la ducha… nada. No había nadie.
Mi puerta tenía doble cerradura, y solo había una persona que tenía una copia de la llave de mi casa, la cual era una amiga quien en aquel momento se encontraba de viaje.
Tomé el teléfono y llamé a mi amiga. Inmediatamente la entrevisté acerca del reloj. Me aseguró que tenía la llave junto a las suyas y que no había vuelto. Ella no había sido.

¿Cómo había llegado el reloj allí? ¿Quién entró a mi casa? ¿Cómo lo hizo?



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