18 de mayo de 2014

Arenkis II: Aisha

Capítulo I
El escape


Nota: Esto es un capítulo independiente de Arenkis. 

Se me presentó la oportunidad de viajar. Después de mucho regateo e intranquilidad decidieron que debían dejarme salir, ya que me encontraba más de un año encerrada sin contacto con el mundo exterior. Antes que me encerraran en el psiquiátrico, tenía muchos amigos. Esperaba con ansias que específicamente algunos de ellos no me hubieran olvidado.
Mi viaje consistía en visitar a una amiga que se encontraba en el extranjero. Era obvio que no me iban a dejar ir sola. Por eso me asignaron a ese joven K. fastidioso que no me quitaba un ojo de encima y vigilaba cada uno de mis movimientos.
El encuentro fue emocionante. Durante mucho tiempo había esperado con anhelo el reencuentro con Eny. Mucho había que contar. Debido a mi aislamiento no se me había presentado la oportunidad de contarle mis cuentos más recientes. Historias que prometían fantásticos best-sellers, pero que jamás escribía en papel. De todas formas, si alguna vez los hubiera escrito, me lo habrían quitado y me habrían encerrado. A ellos no les gustaban mis historias. Las consideraban parte de mi locura. Por eso me dedicaba a contárselas a los demás internos. Algunos de ellos me escuchaban con curiosidad, preguntando de vez en cuando por la continuación de mis relatos. Y yo les daba el gusto por seguir inventando para darles un final. Pero a los médicos y enfermeras no les gustaban. Me vigilaban de reojo o directamente enojados cuando comenzaba a relatar mis fantasías.

Aterrizamos en el aeropuerto de la capital de aquel país, satisfechos por haber tenido un viaje relativamente corto. De todas formas estábamos cansados, pues el vuelo había sido durante la noche. No logré dormir lo suficiente a causa de las turbulencias y una escala que tuvimos que hacer a mitad de viaje.
Al fin comenzaba un nuevo día. Desde el alto observé como en el horizonte se aclaraba el cielo lentamente, espantando la neblina de la madrugada. El sol se levantó ante nosotros, cubriendo de luz la ciudad, haciendo brillar los edificios de vidrio y golpeando con sus rayos el tejado rojizo de las casas, algo curioso para mí.
Nerviosa pisé suelo extranjero, respirando por primera vez el cálido aire del país. Recogimos nuestro equipaje sin problemas y aprovechamos de hacer el cambio de dinero a la moneda correspondiente. Luego buscamos la salida del gran aeropuerto.

Mis nervios no alcanzaron a torturarme demasiado por el reencuentro con Eny, mientras mis ojos recorrían los rostros de la multitud. Incluso a esa temprana hora de la mañana había bastante movimiento. De pronto alguien me atacó por la espalda y al darme vuelta asustada me crucé directamente con los ojos de mi amiga. Allí estaba ella sonriente, alegre, con su loca cabellera negra, enrulada, semejante a la de mi compañero fastidioso. Acto seguido la abracé emocionada murmurando algo de haberla extrañado durante tanto tiempo.
-“Me dejaste abandonada por un año, querida.” Alegó.
No era momento de aclarar mi situación, por lo que moví la cabeza negando su comentario. Luego me acordé de la existencia de mi compañero K. que se encontraba a un par de metros alejado de nosotras, esperando ser presentado.
Ella si bien sabía que yo iba a llegar acompañada, no tenía la menor idea de quien era él y que función cumplía en mi vida. Para no entrar en detalles lo presenté como un amigo. Luego en otro momento le tendría que explicar detalladamente toda la situación.

Eny cumplía una función muy importante en mi mundo literario. Era ella por quien me motivaba a escribir, y gracias al ánimo que me entregaba lo seguía haciendo. De no ser por ella, habría dejado numerosas páginas en blanco o sin final, y sin prestarles la mínima atención. Mi fiel lectora había sido testigo de un secreto importante de mi vida sin saberlo. Pero su finalidad era enterarse de aquello y ayudarme a salir de mi vida actual.

Al desayunar en su casa me cubrió de preguntas. Muchas de ellas aún no las podía contestar. En las demás me di el gusto por satisfacer su curiosidad; mi viaje había resultado bien, solo iba a quedarme por una semana, ya que mi trabajo y mis obligaciones no me habían regalado más días. Le describí mi trabajo a medias, que consistía en ser administradora del área de informática del recinto.
En realidad esa era la ocupación que me habían dado dentro del psiquiátrico. Ellos sabían que yo no estaba tan loca como para ser inútil y me habían dejado a cargo de aquel trabajo, por el cual recibía un mínimo de remuneración, con la cual ahorré para este viaje. Cuando no había trabajo que hacer, me encerraba en mi cuarto o iba a molestar a los enfermos con mis historias.
-“¿Y quién es el?” Me preguntó apuntando al fastidioso.
-“En otro momento te lo cuento. Por el momento trátalo como si fuera mi guardaespaldas.”
Como respuesta recibí una sonrisa y un movimiento de cejas, insinuando una relación más estrecha con el tipo. Al percibirlo moví bruscamente la cabeza. Jamás iba a aceptar tal suposición con alguien como él.

No es mi intención describir los viajes que realicé y los lugares que visité con ella y el fastidioso. Únicamente quiero relatar ciertos sucesos importantes que acontecieron aquella semana, en la que intenté dar un respiro a mi vida reprimida, y la forma en que no lo conseguí. Las vacaciones son siempre iguales en todas partes; hay emoción de por medio, alegría, felicidad y disfrute de placeres.  Se conoce gente, se visitan lugares nuevos, se hacen cosas y se gasta dinero, como no se haría en casa. Todo eso no era tan importante para mí, más que un placer pasajero que me haría olvidar por un momento la desagradable etapa que debía vivir cada día, y después de regresar, solo quedaría la ilusión de un recuerdo que quizá jamás se volvería a repetir.

***

La primera injusticia que ocurrió fue al amanecer del día siguiente. Por alguna razón desperté temprano, quizá por el cambio de hora, dos horas antes de lo acostumbrado. Ya había amanecido y corrí las cortinas para apreciar el nuevo ambiente. Los tejados húmedos brillaban con el sol y el silencio reinaba en el sector. Oí un ruido en la habitación de al lado y supe que Eny había despertado. Ella era de esas personas que se levantaban temprano independientemente si se había acostado tarde la noche anterior.
Mi dormitorio se encontraba en medio del  de Eny y de K., el fastidioso. De alguna forma me sentía protegida apropósito. El dormitorio del fastidioso era el que se encontraba más cerca de la puerta al final del pasillo, la cual llevaba a la escalera al primer piso. Si deseaba bajar, tenía que pasar inevitablemente por fuera de su habitación y para colmo éste dormía con la puerta abierta. Todo estaba planeado para vigilarme y evitar cualquier acto no permitido de su parte.

Desde la ventana de mi habitación podía ver la calle y las casas vecinas. No era la mejor vista, pero suficiente para percatarme del movimiento que lentamente comenzaba a surgir.
Sé que no fue una ilusión de mi locura, porque objetivamente yo no estaba loca. Eran los demás que intentaban convencerme de ello. Fue una escena totalmente real, en la cual no estaba planeado convertirme en observadora.
Al principio solo vi un hombre cruzar la calle, aparentemente no se había dado cuenta  que alguien le seguía los pasos. Cuando pisó la vereda oyó el grito y apenas se dio vuelta para observar de dónde provenía, se escuchó un disparo y él cayó al suelo. Luego todo continuó en silencio.
Espantada cerré la cortina y di un grito. Acto seguido entró K. a mi dormitorio. Con expresión firme me tomó las manos y me observó de cerca. Se dio cuenta que temblaba en todo el cuerpo y comenzó a tranquilizarme amablemente. Al principio la emoción no me dejaba hablar. Él me habló en un tono suave y logré calmarme un poco. Luego intenté contarle lo que había visto y sugerí que había que actuar con rapidez y encontrar al asesino. Pero su expresión se endureció y seriamente me ordenó volver a la cama. Intenté defender mi opinión y hacerle entrar en razón, convencerle que lo que había visto era real. Pero él no dio crédito a mi historia y me prohibió continuar hablando de ella. Me repetía una y otra vez que mis fantasías no eran reales y que debía aprender a discernir de la ficción y la realidad.

Para el desayuno me encontraba algo enojada por el suceso anterior, y sin hacerle caso a mi vigilante, pregunté si algún día había escuchado un disparo o visto algo que sucedió en la mañana después del amanecer.
-“¡Silencio!” Me ordenó él. “¡No vuelvas a hablar sobre cosas sobre las que tú misma sabes que no ocurrieron!”
Miré a Eny directamente a  los ojos, ya que estaba segura de que algo debió de haber captado. Pero ella guardó silencio. Sus ojos no me revelaron nada. Y ese asunto intentó obligar a olvidar todo aquel asunto. Pero no lo olvidé. Una y otra vez intenté hablar sobre el tema, pero siempre hubo algo que intentó impedírmelo.

En la tarde llegó un amigo de Eny, Galizur, alguien con quien ya había tenido contacto virtual antes, pero no conocía en persona. Entre los tres planeábamos hacia donde ir los días siguientes mientras K. observaba en silencio sin atribuir a las opiniones. No era su viaje. Yo era el centro de atención. Yo era el motivo de planes entretenidos. Él solo me seguiría adonde yo fuera.
En un momento comenté que no me sentía segura de salir a la calle, ya que podía resultar peligroso. Aquel mismo día habían asesinado a un hombre y nadie hizo nada, es más, me habían impedido hablar sobr ello.
En ese momento el fastidioso abrió la boca por primera vez en mucho rato. Dijo que solo era una de mis historias sin desarrollar. La idea estaba en bruto y aún habría que pulirla.
Ese comentario expresado tan tranquilamente por un imbécil como él, fue la causa de mi enojo interno. Me hervía la sangre de rabia por tener que reprimir una situación tan delicada. No volví a hablar del asunto.

Me había fastidiado el buen humor y me fui a la cama temprano. Ambos me observaron con cara de pregunta y tuve que excusarme de estar cansada por haber dormido poco. Les expliqué subjetivamente sobre mi problema de cansancio crónico. Al menos eso era cierto y no tuve que mentir. Ellos quedaron abajo, sentados a la mesa conversando y viendo televisión.
Me senté en la cama y miré por la ventana. Afuera todo estaba quieto y en silencio.
Después de haberme desvestido y lavado los dientes regresé nuevamente al pasillo y agudicé el oído para enterarme de lo que estaban hablando. No fue una mala decisión, pues así fue como me enteré de la segunda injusticia hacia mí. Y esto fue lo que aquel día me destruyó.
K. estaba hablando con ellos, explicándoles la situación, algo que yo quería evitar a toda costa. De ningún modo quería arruinar la buena opinión que tenían mis amigos de mí. Todo estaba bien, siempre me habían percibido como una persona sana y normal, y tal cual quería que permaneciera.
-“Deben haber notado un problema con ella.” Comenzó, “Es por eso que no la hemos dejado viajar sola. No fue imposible evitar que emprendiera este viaje, pues no teníamos ningún motivo para retenerla. No es peligrosa, ni inconsecuente al actuar. A simple vista parece normal.”
La televisión transmitía algún programa a volumen moderado y se me hacía difícil prestar atención y rescatar sus palabras pronunciadas en un tono muy bajo.
-“Está enferma, sí.” Prosiguió después de una pausa. “Hace más de un año que está con nosotros. Es por eso que han notado su ausencia. Le está prohibido comunicarse con sus amigos a través de internet. Además le hemos dado trabajo.”
Surgió otra pausa y luego algo que no alcancé a entender. Luego continuó con una voz más clara.
-“Todo comenzó con una depresión. Fue el último año de universidad. Así fueron los síntomas y fue empeorando cada vez más. Esperamos a que se titulara. Luego la internamos. Y desde entonces vive con nosotros.”
Otra pausa.
-“Podemos identificar su problema cuando nos relata sus historias. Los excusa como cuentos o novelas, pero en realidad es ilusión, una realidad alternativa a la que se inserta a veces y no sale por días. Y allí es cuando deja toda actividad física y se sumerge en una especie de psicodelia. Incluso deja de comer. Se toma sus ilusiones muy en serio. Cree que sus historias realmente sucedieron, o están sucediendo. Como hoy por ejemplo; realmente creyó que habían asesinado a alguien.”
Eny dijo algo que no alcancé a oír. Por encima de los comentarios de ella o su amigo siempre oía la de K., aquel que me fastidiaba el viaje. Aquel hombre que no me quitaba un ojo de encima y al cual siempre percibía cerca, siguiendo mis pasos, espiando mi sombra, fuera donde fuera. No podía huir de él.
-“No, no fue nada. A veces da la impresión que se ausenta de la realidad en medio de una conversación como esta. Debe ser en esos momentos en que pierde la cordura. Se queda observando algo, inexpresiva y sin pestañear. Entonces nos damos cuenta que está soñando, que la hemos vuelto a perder, que ha vuelto a escapar de la realidad.”
-“Me he dado cuenta que pestañea poco. Me llama la atención como una persona puede mantener los ojos abiertos por tanto tiempo.” Fue el comentario de Galizur.
-“Ignoren sus síntomas. No le hagan notar que lo saben.”

Aquella conversación me entristeció y sentí semejante a la luz que se apaga de pronto de un golpe, y encontrarme sumida en la oscuridad. No esperaba contarles que me tenían por una enferma mental. No quería que me vieran como una loca. Quería que todo fuera normal entre nosotros, y el fastidioso había arruinado toda la percepción que tenían de mí. Desde ese momento me iban a mirar con otros ojos, e iban a mantenerse alerta ante cada síntoma que se convertiría en un indicio sobre mi enfermedad.
Me acosté llorando acurrucada entre mis sábanas. Necesitaba escapar. Necesitaba un cambio.
Lo cierto de todo esto solo era mi depresión. Pero durante mis vacaciones me esforcé en no hacerlo notar. Lo ocultaba con decisión. No quería que alguien se preocupara, y no quería echar a perder el ánimo del grupo. Pero en la soledad de mi habitación daba rienda suelta a mis emociones deprimentes.
Mi vida me había convertido en una prisionera de ojos ciegos que me seguían a todas partes y calificaban cada uno de mis actos como una locura, condenándome a una celda oscura en donde la única forma que tenía de escapar era evitando pensar en la realidad. Era de suponer que debía tener una gran colección de mundos  a los cuales huir cuando el mundo me daba la espalda. Y mucho de ellos estaban asociados a lo que me ocurría, lo cual volvía a reproducir imaginariamente en modo figurado.
Al principio sus palabras me herían mucho, todas esas cosas sobre mí que no eran ciertas me deprimían enormemente. Acabé por encerrarme en mi pequeño dormitorio con una fantasía que nació y la cual no quería irse de mi mente. Cada día en mi acostumbrado llanto silencioso imaginaba lanzarme desde un edificio alto. Inconscientemente albergaba el miedo de llegar a concretar aquella fantasía en algún momento de desesperación. En medio de mi sufrimiento llegaba delirar que me encontraba en un piso 20. Acabada con la esperanza de volver a sonreír y a sentir que el éxito se había apiadado de mí, y consciente de ser esclava de las manos de mis torturadores, me levantaba de la cama, abría la puerta de vidrio de la sala de estar, caminaba al balcón y me lanzaba al vacío. Cada atardecer me lanzaba al vacío imaginariamente, preguntándome si a alguien le llegaría a importar alguna vez. Imaginaba una noticia impactante, en la que todos mis conocidos preocupados comenzaban a investigar la causa de mi decisión, y que finalmente descubrían todo después de armar el rompecabezas en todas las palabras que había dejado escrito alguna vez en algún lugar. Me impedía imaginarlo distinto. Una decisión tan importante que llevaría a cabo debía tener su recompensa. La atención y la comprensión que nunca habría recibido viva, la iba a recibir muerta. Era el precio.
Luego de aquella fantasía solía quedarme dormida, y al día siguiente amanecer muy cansada. ¿Alguna vez alguien se preguntó por qué repentinamente dejé de sonreír? ¿Qué era aquella extra sombra negra que de pronto se había apoderado de mí?
Pero no lo notaban. Eran insensibles. Solo se dedicaban a analizar lo que les convenía, sobre lo que podían ejercer poder y argumentar para sacar algún beneficio.
Eran tiempos tristes que fui asumiendo con el tiempo, hasta convertirlos en parte de mi rutina.
Algunas veces sucedían acontecimientos que me alejaban un rato de la melancolía. Eventos que escasamente se realizaban en el recinto y que eran bien aceptados por todos. Días en que torturadores y víctimas fingían en llevarse bien y compartir un tiempo de alegría y algunas veces incluso adrenalina.
Mi viaje era uno de estos eventos. Me había predispuesto a vivir el presente, disfrutar de la compañía de mis amigos y sentirme feliz por un instante.
Aquellos momentos no me dificultaban sentir alegría y gozar el tiempo en que duraba aquel oasis. Al finalizar el evento, esta alegría fugaz se esfumaba de a poco, manteniendo forzadamente un poco más de aliento en mi vida. Muchas veces sucedían cosas que evitaba ese placer del recuerdo reciente y de golpe me lanzaba al abismo del que había escapado por un momento. Y de eso se había encargado mi vigilante fastidioso.

Yo no padecía ninguna enfermedad mental. Todo esto en realidad se debía a que me mantenían encerrada por temor a hacer públicas ciertas cosas que el gobierno u organizaciones ocultaban y que el mundo no debía conocer. Cuando me encontraron, con mis virtudes y defectos, encontraron la forma de hallar una excusa con la cual encerrarme y calificarme como loca. Y entonces les seguí el juego y comencé a actuar como tal, para mostrarles que era inofensiva. Así obtuve algo de libertad en un hospital psiquiátrico pudiéndome mover hacia donde quería, en vez de estar encerrada en alguna cueva oscura.
Convencidos de mí falta de cordura aproveché la situación para contarles a los demás internados lo que estaba sucediendo metafóricamente; les contaba historias. No era ficción, era realidad. Realidad figurada, que solía expresar tan bien que pasaba inadvertido entre los guardias y supervisores.
Me impidieron la comunicación virtual, ya que habría sido el modo más fácil de hacerlo todo público y pedir ayuda. Por lo tanto me las ingeniaba de otra forma. Mi viaje no solamente consistía en conocer un país extranjero y el hábitat de mi amiga Eny, sino en contarle la verdad sobre algo que ella solo consideraba un cuento. La novela estaba escrita, ahora solo faltaba demostrar que su contenido era real.

***

Una mañana desperté con energía, pues tuve la oportunidad de escaparme durante la noche y recorrer a explorar el entorno. Nos encontrábamos en otra ciudad, a costa de mar, disfrutando de la brisa salina y las playas paradisiacas. El día anterior habíamos llegado en la tarde y apenas habíamos conocido la gran playa.
Durante el desayuno habíamos planeado una excursión a los cerros desde donde se podía apreciar el paisaje costero en su totalidad. Galizur era nuestro guía, pues era él quien conocía aquel lugar.

Después del almuerzo guardamos nuestras cosas y decidimos partir. Galizur nos describía el paisaje, el bosque de palmeras que debíamos atravesar para llegar a los cerros. En un momento comenté acerca de lo maravilloso que eran aquellas palmeras, todas distintas y curiosas de observar, algunas dobladas por el viento, otras deformadas y otras dignas de una fotografía.
-“¡Sí! ¡Tal cual!” Me apoyó Galizur.
Los otros dos me quedaron mirando en silencio un par de segundos, sorprendidos por mi comentario. Me di cuenta que había olvidado no llamar la atención y proseguí a cambiar de tema.
Caminé junto a Galizur oyendo el resto de la descripción mientras Eny y K. seguían nuestros pasos.
-“Hay una isla muy pequeña no muy lejos de aquí, ¿verdad?” Verifiqué mis conocimientos. “Esa isla tiene un nombre especial por su apariencia tan llamativa, digna de una postal. Hay unos botes que llevan a los turistas hacia allá. Luego más lejos de aquí hacia al noreste hay unos acantilados preciosos. Pero es una lástima que no es turístico, ya que no hay hoteles ni nada para atraerlos. Quiero ir hacia allá.”
-“Quizá puedas ir con algún taxi, o arriendes un vehículo. No creo que lleguen buses hacia allá.”
-“Es una lástima. Incluso creo que hay cuevas. Eso debe ser muy interesante.”

El fastidioso que se había acercado casi nos pisaba los talones. Sin percatarme había escuchado parte de la conversación.
-“¿Cómo es que sabes todo eso?” Me preguntó en tono serio.
-“Estuve allí.”
Me lanzó una mirada de advertencia. Quiso decir algo pero calló.
-“¿Cuándo estuviste allí?” Me preguntó Eny sorprendida.
-“Anoche.” Les sonreí a todos. K. estaba enojado con aquella respuesta.
Eny movió la cabeza riéndose.
-“No es broma, su descripción es exacta.” Me defendió Galizur.
-“¿Lo viste en internet?” Continuaba riéndose Eny.
-“No. Estuve allí. Pero era de noche, por lo tanto no pude apreciarlo en colores.”
El fastidioso murmuraba algo ininteligible. Luego me tomó del brazo y me acercó hacia él. Sosteniéndome así unos segundos esperó a que Eny y Galizur avanzaran un poco de camino.
Continuamos caminando al habernos asegurado que ellos estaban lo suficientemente lejos para no oírnos.
Le miré a la cara esperando un comentario. No obtuve ninguno. Analicé su expresión que estaba más tranquila que al principio. En silencio avanzaba sin decir palabra.
-“Lo sabes perfectamente. Eres consciente de todo. No haz olvidado nuestra existencia. ¿Por qué lo niegas constantemente? Estamos muy lejos de Chile, aquí nadie nos ve y nadie nos juzga. Estoy completamente segura que eres el único que enviaron a vigilarme. Entonces, ¿Por qué actúas así?” Le dije.
Él dio vuelta su rostro y me observó. Sus facciones eran casi perfectas. Su expresión continuaba seria, pero eso no lo hacía agradable. Cualquiera de sus emociones eran interpretadas por un rostro simétrico que aventajaba su apariencia con cualquier cambio. Estaba pensativo. No quería responder. Sus rulos negros se movían a cada paso, una melena que le caía hasta los hombros, abundante y definida, ideal para anuncios de televisión. Tenía el mismo cabello hermoso que mi amiga Eny, pero se diferenciaba en que él si estaba conforme de poseerla. Sus ojos negros contrastaban con su piel blanca. Era tan distinto a mí. Pero en el fondo éramos iguales. La misma energía vital nos impulsó por los aires en otros tiempos.
Alejó su mirada de mi lado y continuó caminando en silencio. No me atreví a continuar con el monólogo, pues esperé haber dicho lo suficiente para hacerlo recordar. Rozó levemente su brazo con el mío al caminar. Luego me dio la mano por un periodo demasiado corto para disfrutarlo retirándola rápidamente dejándome claro que había sido un error. Estaba obligado a cumplir el rol que le habían asignado aquellos que me escondieron del mundo.

***

Mis ansias de libertad nuevamente acudían a mis capacidades para satisfacerlas. Al llegar la noche aprovechaba la hora de sueño en salir a explorar. Sigilosamente abría la ventana del dormitorio evitando hacer ruido y despertar a mi vigilante. Sin dificultad salía por ella y levantaba mis alas para emprender vuelo. Por segunda vez experimentaba las sensaciones de libertad que no había podido gozar desde hacía más de un año. Era un placer único incomparable con todos los placeres de libre expresión. El mundo se encontraba a mis pies, durmiente, inconsciente, despreocupado de lo que sucedía sobre sus cabezas en el cielo. Como un enorme ave volaba sobre las casitas y los edificios admirando el pequeño mundo desde la distancia.

***

Cuando nuevamente sugerí lugares cercanos a visitar, describiéndolos según había visto, K. me dio un sermón muy enojado diciendo que debía dejar de decir tonterías.
Le hice caso. No volví a describir los lugares a los que había ido durante la noche.
La semana de vacaciones casi había acabado. A la mañana siguiente viajaríamos de regreso a la capital y la misma tarde a Chile.
El fastidioso se había ganado su apodo por su actitud desagradable conmigo. Era hora de que yo debía actuar. La finalidad era simple, me quería quedar allí. Mi vigilante tendría que regresar solo a Chile sin mí.
Sola jamás lo iba a lograr. Eny me ayudaría. Pero primero debía quitarle la venda ante los ojos y mostrarle la realidad de las cosas.

Mi fastidioso vigilante nunca respondió aquella pregunta que le hice el día de la excursión hacia los cerros de la costa. Cuando volví a insinuársela se enojó mucho.
-“¿Qué eres? ¿Por qué actúas como si no fueras uno de nosotros?”
Me observó sorprendido ante mi pregunta tan directa. Demoró un par de segundos en decidir formular la respuesta correcta.
-“Debes olvidar.  Es lo que más te conviene en este momento.”
-“¡No puedo negarme a mí misma! Eso no es sano, ni psicológicamente aceptable. ¿Así que eso es lo que has hecho contigo mismo? ¿Te lavaron el cerebro?”
Volvió a mirarme extrañado. Una idea terrible se me vino a la mente en ese momento. ¿Y si fuera cierto? ¿Qué pasaría si no solo había sido un comentario cualquiera, sino que en realidad eso le habían hecho?
-“¡Eres un arenke!” Le grité, “¡No eres humano!”
K. se levantó irritado y me tapó la boca con su mano. Una mirada bastó para no articular la advertencia en palabras. Me senté rendida en la silla nuevamente.
-“Quizás también sepas que no soy una enferma mental. No sé qué es lo que hicieron para convencerte de ponerte en mi contra y apoyar sus decisiones contra nosotros.” Dije despacio.
-“En eso te equivocas. No estás cuerda, como tú crees. Hay muchas cosas que estás sucediendo a tu alrededor que no son reales. Hay muchas cosas que son solo una realidad alternativa. Y te seguirá sucediendo si no confías en nosotros. Si continúas resistiéndote a todos los tratamientos, nunca vas a diferenciar.”
-“Solo hay una cosa que es lo más importante. No me importaría en lo más mínimo estar enferma mentalmente si al menos pudiera ocupar mis alas. Si pudiera volar libre sobre los cielos sin ser castigada, sin ser reprimida, y que no se me niegue esa capacidad.”
-“Los Arenkis no existen.”
-“Tú existes.”
-“¿Cómo puedes estar tan segura?” Me preguntó son una sonrisa burlona.

***

Habíamos empacado nuestras cosas aquella noche. Era la última.
Luego de cenar me despedí como de costumbre para ir a dormir. Pero aquella noche no tenía planeado dormir. Me acosté sin sueño en la cama a medio vestir y esperé a que el tiempo pasara. Era relativamente temprano. En un par de horas todo volvería a estar en silencio. Mientras tanto mi atención se enfocaba en los distintos ruidos que venían desde afuera y en el tic tac de mi despertador.
Era día de semana y a medianoche ya habían silenciado los ruidos y los trajines del hotel donde alojábamos. El fastidioso fue el último en irse a dormir. Había recorrido su lista de cosas pensando en qué había olvidado empacar, qué cosas aún quedaban por guardar en la casa de la capital, y qué cosas aún quería comprar el día siguiente para llevar.

Los vehículos dejaron de pasar, y todo estaba en silencio. Lentamente me levanté y me vestí. No tenía prisa. La noche era larga, y podría haber esperado mucho más tiempo acostada, si no me habría aburrido antes. Estaba ansiosa por esta aventura y no podía mantenerme más tranquila bajo las sábanas. Ansiaba realizar lo más rápido posible la maniobra arriesgada, que consistía en salir del hotel con Eny sin que mi vigilante se diera cuenta.
Desde que había llegado a aquel país no dejaba de pensar en cómo hacer realidad mi idea, sin que este personaje fastidioso se entrometiera. Habría sido muy arriesgado hacerlo en la casa de la capital, pues salir a escondidas de noche sin que se despertara y nos atrapara era muy imprudente, pues si lo hacía, no había más posibilidad de repetir la maniobra.
Me vestí y salí de mi dormitorio. Caminé por el pasillo iluminado hasta llegar a la puerta del dormitorio de Eny. Cuidadosamente golpeé un par de veces. Esperaba a que lo había escuchado ella, y no mi vigilante fastidioso, que dormía en una habitación en el mismo pasillo.
Nada se movió ni Eny me abrió la puerta. Me pregunté de qué otra forma sería posible despertarla sin hacer ruido. Coloqué mi mano sobre el pomo de la puerta girándolo lentamente. Esperaba un milagro. ¡Y sucedió! La puerta no estaba con llave. La abrí cuidadosamente. Ella se encontraba dormida, una figura quieta, escondida bajo la sábana. Me acerqué a ella y la desperté.
-“No hagas preguntas.” Le susurré. “Ven. Levántate y vístete para salir.”
-“¿Por qué? ¿Qué sucedió?”
-“Solo tenemos esta noche para hacerlo. Quiero llevarte a un lugar. Quiero mostrarte algo.”
Ella me miró con sueño sin ánimo de salir de su cama. Si hubiera tenido la más mínima idea de lo que yo le iba a mostrar, no habría dudado tanto.
Salimos por el pasillo y nos dirigimos hacia la salida. En poco tiempo estábamos afuera del hotel.
-“Definitivamente no entiendo qué es lo que quieres hacer. Pero aunque no lo entienda, seguiré fielmente a mi ama.”
-“Si, claro. Deja de bromear y haz que salgamos de aquí sin que la puerta de la casa nos delate.”
-“¿Hacia dónde me llevarás?”
-“Hacia los acantilados que describí hace un par de días.”
-“¿Estás loca?”
-“No, pero no debo demotrarlo. Ellos deben creer que si lo estoy.”
-“¡Oh! No me refería a eso… Me refería a que esa idea es una locura.”
La miré a los ojos y le sonreí sarcásticamente.

Caminamos un par de cuadras y nos dirigimos hacia un vehículo que nos esperaba en una esquina.
-“¿Alquilaste un taxi?” Me preguntó ella sorprendida.
-“Si,” Hice una mueca, “No tenía otra opción. No hay recorridos públicos nocturnos hacia allá. Al menos no encontré ninguno, o habríamos viajado en bus. Pero bueno…”
-“Ok. Ahora si estoy muy impresionada.”
-“Y lo estarás más aún cuando veas lo que haré.”

El recorrido fue más corto de lo que había pensado. No había vehículos en la carretera por lo que aprovechamos de viajar a la velocidad máxima permitida. Rodeamos los cerros a los que habíamos ido hacía un par de días y llegamos a una zona rural. Íbamos subiendo en pendiente, cada vez a mayor altura de la costa dejando atrás el llano y las playas. A oscuras el paisaje era maravillosamente fascinante y comencé a sentir la adrenalina ante el atractivo de la noche. Todos los sentidos despertaban en mí y comencé a sentirme llena de energía dejando atrás la fatiga del día. Esta era mi hora, la hora que los arenkis habíamos adoptado hacía milenios para hacer de las nuestras sin que nadie se percatara. Eny estaba sentada a mi lado con expresión interrogante esperando alguna explicación que no le di el placer de responder.  No solo era cosa de palabras lo que ella debía entender.
Finalmente el taxi nos dejó a un costado de la carretera avisándome que era lo más cerca que él me podía dejar. Para llegar a los acantilados debíamos atravesar los campos. Le di las gracias y le pedí el número de teléfono para llamarlo por si lo necesitábamos de regreso.

La luna estaba creciente y las estrellas brillando y no nos encontramos a oscuras completamente, pues yo no poseía una linterna para alumbrarnos el camino. Como un par de fugitivas atravesamos los campos abiertos rápidamente para no demorarnos en llegar a nuestro destino. A lo lejos había luces de casas y escuchamos a los perros ladrar. Atravesamos un pequeño bosque y llegamos a nuestro destino.
Ante nosotras de pronto se nos acabó el mundo. Percibimos un gran vacío al final de la pequeña planicie después del bosque. De día podríamos haber visto el mar extendiéndose hasta el horizonte, fundiendo los colores del agua y del cielo. Pero en ese momento, de noche, todo era negro.
-“Bien. Hemos llegado adonde querías. ¿Y ahora qué?” Preguntó ella ansiosa.
Me senté en el suelo apoyándome en un árbol. Ella igualmente se sentó, observando el borde de las rocas, hacia la oscuridad el abismo. En medio del silencio distinguimos levemente el ruido de las olas, golpeando contra las rocas.
-“La segunda noche, cuando me fui a dormir, mi amigo les dijo algo que alcancé a oír. Escuché todo el discurso sobre mí.” Hice una pausa. “Supongo que fueron ingenuos y le creyeron…”
-“No me molesta, te acepto como eres.”
-“Que bueno, porque ahora mismo pienso mostrarte como soy.”
Nuevamente recibí una expresión de interrogación.
-“No quiero repetir lo que dijo K., pues me entristeció mucho la opinión que obtuvieron por su culpa. Solo quiero decirte que olvides todo, todo lo que dijo sobre mí. Debo contarte como  fue. ¿Recuerdas cuando un día te hablé sobre los arenkis? Seres que vivían mezclados con los humanos sin ser reconocidos, pues solo utilizaban sus alas cuando no eran observados… pues, no fue de mi imaginación. Te conté algo que era real. Eres humana y no debes saberlo, y mucho menos debes saber que yo soy una de ellos. Soy una arenke.” Hice una pausa. Recibí silencio como respuesta. Ella se encontraba en una situación incómoda. Era evidente que creía que yo estaba delirando.
-“Cuando ciertas personas se dieron cuenta de que se lo estaba contando a los humanos en forma de cuentos, me buscaron, me encontraron y me encerraron en un hospital psiquiátrico. Me aislaron de los medios de comunicaciones para no continuar propagando información sobre nosotros. Entonces les seguí el juego y me hice pasar por loca, y continué hablándoles a los internos sobre nosotros, en forma de cuentos, como a ti. Los locos me creen, los cuerdos, como tú ahora, no.”
-“Porque es demasiado fantástico.”
-“Sé que debo demostrártelo para que me creas. Además,” Proseguí, “¿Recuerdas al tipo al que mataron con un disparo? Yo sé que tu lo viste, eso no me lo puedes negar. Sabes perfectamente que fue injusto acusarme de enferma mental cuando hablé sobre ese hecho.”
-“Pues, si. ¿Cómo lo sabes?”
-“Noté cuando despertarste. ¿Y así me consideras loca?” Dije y avancé hacia el borde del precipicio.
-“¡No! No vallas, ¡por tu bien no lo hagas!”
-“No tengo alternativa.” Dije y continué caminando. Ella se levantó de un salto siguiéndome para detenerme. No quería que me detuviera, yo tampoco quería que ella se acercara mucho al borde, era mejor evitar accidentes. Me di prisa en avanzar, llegué al borde de la roca y me di vuelta hacia ella. Eny asustada me suplicaba que no hiciera nada arriesgado.
-“¡Déjame creerte lo que me dices, pero no saltes!, ¡No saltes!”
Levanté las manos al cielo, di un paso hacia atrás y caí como un objeto inerte, por los aires. Eny corrió hacia el borde desesperada por mi acto. Yo no la oía, simplemente me dejaba caer de espaldas, observando como ella y el borde de aquella roca se alejaban velozmente de mí. Me precipité en reaccionar, e hice algo que ella no olvidaría nunca. Algo que confirmaba todas mis afirmaciones acerca de mis historias. De mi espalda salieron unas enormes alas negras, cada una del largo de mi cuerpo, que sostenían sin mucho esfuerzo todo mi peso en el aire. De pronto me encontraba flotando en el aire. Aleteé un par de veces, di la vuelta y me volví a posar sobre el borde del precipicio, ahora con las alas abiertas y extendidas y mi largo cabello blanco entre sus plumas. Me sentí como un enorme ser al lado de un pequeño humano.
No puedo describir la expresión de sorpresa de ella, pero de alguna forma me dio satisfacción haber demostrado por primera vez a una persona lo que yo era. Me sentía feliz al pensar que después de aquel acto ella creía en mí. Cerré mis alas y la abracé. Ella estaba consciente que yo necesitaba ayuda, pues claramente mi versión de la historia del fastidioso era real. Nunca había levantado una persona durante el vuelo y desistí de ese plan. La habría llevado a ver la isla sobre la que hablé y haberla llevado también a ver las cuevas de los acantilados. Pero era mejor hacerlo con un poco más de luz, al amanecer, en otro momento.

-“Ahora es cuando necesito tu ayuda.” Le dije después de haber tranquilizado todos los nervios. “No quiero regresar a mi antigua vida en esa prisión. ¡Quiero ser libre!”
-“¿Y cuál es tu plan?”
-“Haré que K. viaje solo de regreso a Chile.” Le conté mi plan con todos los detalles. Luego le dije que debía desarrollar su parte en ese plan. Ella accedió a ayudarme.

***

Todo estaba empacado. Las maletas estaban listas para el viaje, o al menos eso creía el fastidioso. En realidad la mía estaba casi vacía, solo unas toallas ocupaban el espacio y algunos objetos inecesarios aparentaban el peso suficiente de una maleta llena de cosas. Los boletos estaban listos para las diez de la noche, pero había que estar dos horas antes en el aeropuerto, por obligación. A las ocho de la noche estaba oscuro, diferente de Chile, en donde a esa hora los visitantes de las playas fotografiaban la puesta de sol.
En el aeropuerto inmediatamente hizimos el chek-in y luego entregamos nuestras maletas. Desde ahí en adelante solo quedaba esperar.  Paseamos por las tiendas de recuerdos y charlamos acerca de las experiencias de la semana. Yo estaba inquieta. Nunca me habían gustado las despedidas largas en un aeropuerto, pero no debíamos despedirnos antes de tiempo. El tiempo era muy importante para llevar a cabo mi plan. A última hora nos despedimos, cuando la fila de personas que esperaban en el ingreso de migraciones había disminuido. Nos despedimos de Eny y continuamos nuestro camino. Durante el abrazo de despedida le susurré que se apresurara y me esperara en el lugar acordado.
Las personas que chequeaban nuestro equipaje de mano nos adviertieron que nos diéramos prisa, ya que estabamos algo atrazados. Eso fue muy conveniente. Nos revisaron, y al no encontrar nada sospechoso nos dejaron continuar nuestro camino a migraciones, para timbrar nuestros pasaportes. Me sentí algo nerviosa. El fastidioso iba delante de mí y me quería ceder su puesto, pero lo ignoré. Se dejó timbrar el pasaporte e ingresó a la sala de espera. En ese momento lo miré, dudé un par de segundos en avanzar, metí mi mano en el bolsillo y me sobresalté. El fastidioso me miró extrañado preguntándome con gestos qué sucedía. El hombre de migraciones me invitó a pasar, pero moví la cabeza bruscamente.
-“¡He olvidado algo!” Le grité. “¡Volveré, no te preocupes, sigue adelante!” Le dije, y sin mirar di la vuelta y me marché. Me disculpé con las personas del chequeo y salí de alli. El fastidioso alarmado quiso seguirme, pero el hombre de migraciones se lo impidió, pues no podía volver con el pasaporte timbrado. Debía quedarse donde estaba.
Corrí por los pasillos, por todo el aeropuerto buscando la salida más cercana. En la salida esperaba un taxi. Me subí en él y a toda velocidad me dirigí hacia el lugar acordado con Eny.
Mi plan había funcionado. Seguramente en ese momento el fastidioso estaba haciendo un escándalo por regresar a la zona pública del aeropuerto, pero eso impedía la ley de migraciones. Ya había hecho los trámites y no podía volver.
Durante el viaje por las avenidas de la ciudad, ví un avión que se elevaba por los aires, impulsándose hacia arriba con todos sus pasajeros dentro. ¿Estaría él allí?

Cuando llegué al terminal de buses de la ciudad, en uno de los asientos me esperaba Eny sonriente. Corrí hacia ella, me senté a su lado y la abracé por un par de segundos. En su mano había dos boletos  de bus con destino a otra ciudad. A su lado estaba su amigo Galizur, quien tenía una maleta y adentro todo mi equipaje.

***

-“Despierta Aisha, que casi llegamos.” Me dijo una voz masculina. No había dormido, solo lo aparentaba. Cuando abrí los ojos ví a mi lado un hombre guapo, de piel blanca y cabellos negros rizados que le caía hasta los hombros. Me sonreía amablemente atravez de sus ojos negros. Era Kai, mi hermano fastidioso, que había vigilado todos mis movimientos mientras me encontraba con los ojos cerrados, quieta, inmersa en mis mundos fantásticos.
Me incorporé en mi asiento, curiosa por saber dónde nos encontrábamos. Levanté el estor de la pequeña ventana y miré hacia el exterior. El cielo estaba azul, era un hermoso día. Nos encontrábamos a mucha altura y apenas podía distinguir las pequeñas casitas sobre el mundo de colores que se apreciaba desde el avión.
-“Espero hayas descansado. En media hora aterrizamos.” Me volvió a sonreir.
-“La verdad es que no he dormido, estoy bastante cansada.” Le dije. Él me acercó a mi y posó mi cabeza en su hombro. Era tan distinto a mi físicamente, mi cabello casi blanco, mis ojos claros, pero en el fondo, éramos iguales. Era parte de mi, un trozo de mi alma, un motivo de mi felicidad. La misma energía vital nos impulsaba por los aires.

De pronto volví a recordarlo todo y con discreción mis pensamientos volaron hasta allí. ¿Dónde se
encontrará Eny en este momento?