4 de diciembre de 2014

Ángel de alas negras

Bello ángel, ¿Por cual camino te has decidido? 
Dime ángel, ¿Cuales son las piedras por las que tropiezas?
Errante, indeciso, ser de alas negras
¿Qué destino te depara? ¿Qué destino nos separa?
Escapa de las sombras, encuentra tu camino
Haz que vuelva a amanecer.


30 de noviembre de 2014

Las esgrimistas

Cuando la había vencido, se mantuvo quieta delante de ella, esperando despedirse adecuadamente para luego recibir los aplausos del público. Su país había triunfado una vez más en esgrima gracias a ella.
Pero la perdedora hizo algo no esperado. Durante la lucha había cubierto su rostro con un velo negro, impidiendo reconocer sus rasgos faciales. Al ser vencida se acercó a su oponente y se quitó el velo con el cual había cubierto su rostro durante la lucha. Debajo apareció un bello rostro blanco, enmarcado con un cabello negro azabache, y unos brillantes ojos azules.
Regaló una atractiva sonrisa a su vencedora, quien, sorprendida no hacía más que observar ese impactante color azul.
Ambas chicas se miraron a los ojos, una sonriendo y la otra atónita por los ojos que la miraban.
Entonces la perdedora retrocedió unos pasos, se dió vuelta, recogió su espada y volvió hacia su vencedora. Se arrodilló, dobló un brazo por encima de su pecho y le entregó la espada como obsequio a su vencedora.

La ganadora aún más atónita, recibió la espada, encantada con la persona que había vencido sin verle el rostro anteriormente. Cerró los ojos, cruzó sus manos sobre el pecho y se dobló ligeramente hacia adelante, señal de saludo para éstos esgrimistas en particular.
Después abrió los ojos y expresó su agradecimiento hacia su oponente con una mirada profunda, llena de amor que nadie en el público notó.


Luego se dieron vuelta, dando fin a la función.



16 de octubre de 2014

Cuento: La sobreviviente

Prólogo

Varios meses después sostuve el recorte noticiero en mis manos, sonriendo leí murmurando y recordando aquel tiempo, en el que todos estaban asustados pendientes de nuevas noticias, mientras yo tomaba infusiones y chocolate calientes en una cabaña en la montaña, totalmente desconectada del mundo a mi alrededor.

En el año 2010 sucedió la tragedia, una gran noticia que impacto casi el mundo entero y de  la cual se habló bastante.
Fue el 1 de agosto que el avión de pasajeros salió desde Sao Paulo a las 22:30 en dirección a Santiago de Chile. Pero jamás llegó a su destino.
Al día siguiente todos los noticieros habían alborotado el tema del mes; la desaparición del
Aéreo-237, el cual había dejado de enviar información al sobrevolar el territorio argentino. Los cuerpos de rescate estaban en pleno trabajo de buscar la nave y sus posibles sobrevivientes.
Luego de una semana de búsqueda finalmente encontraron los restos de la nave. Había caído sobre la Cordillera de los Andes, en medio de una quebrada de altas montañas, destrozada y semi cubierta de nieve. Encontraron todos los cuerpos de los pasajeros dentro, nadie había sobrevivido. Luego de la identificación de cuerpos se percataron de que faltaba uno, la persona que debía estar allí con los demás había desaparecido.
Y así fue como comenzó el misterio de la mujer desaparecida, a quien buscaron por varias semanas más, por toda la zona del accidente. ¿Había sobrevivido ? ¿Estaban seguros de que realmente había despegado de Sao Paulo? Jamás la encontraron.

Cuarenta días después, luego de investigar y buscar se dieron por vencidos y asumieron de que jamás la encontrarían. Un día apareció la mujer, como si nada, sana y salva, en un pequeño pueblo argentino, anunciando de que estaba viva.
Muchos se desconcertaron, y los medios de comunicaciones la atormentaron con preguntas, ¿Cómo había logrado sobrevivir? ¿Cómo había logrado llegar hasta allí sin un dejo de cansancio, sin un rasguño, ni apariencia de superviviente? ¿Realmente era ella?
Nadie lo supo, ella simplemente no dijo nada. Lo único que advirtió fue que la dejaran tranquila, porque no podía dar ningún tipo de explicaciones.







1

Habían sido unas estupendas vacaciones en Italia. Tres semanas de viaje por distintas ciudades  lograron olvidarme un poco de la universidad, y el estrés que implicaba estudiar en el último año de ingeniería en informática.
Las últimas semanas de clase del primer semestre las había pasado estudiando para múltiples exámenes que me mantenían la mayor parte del día mirando la pantalla del computador portátil, escribiendo símbolos y códigos, unos jeroglíficos que sólo los geeks programadores como yo comprendíamos. Pero yo esperaba con ansias de que las vacaciones de invierno esta vez no las iba a pasar en casa en Viña del Mar, sino que tocaba conocer algo de Europa. Al principio pensé en viajar a España, ya que allí no iba a tener complicaciones con el idioma, pero luego decidí enfrentarme a un reto mayor, por lo que finalmente elegí Italia. Al menos el italiano es un idioma fácil de comprender, por su parecido con el español.
El viajar sola esta vez también implicaba un reto, pero el hecho de vivir de forma independiente por ya casi cuatro años, me había acostumbrado a la idea de no tener siempre a alguien a mi lado que solucionara mis problemas. Al ver esa tentadora oferta de vuelo en Internet no dudé en tomarla. Y así fue como comenzó mi viaje.

Apenas finalizado el semestre, la primera semana de julio, viajé a Santiago, la gran metrópolis contaminada, desde donde salía mi vuelo al atardecer. Tuve una corta escala en Madrid, de dos horas, en donde aproveché de mirar distintos tipos de artesanías en las tiendas de recuerdos.
Mi destino finalmente fue en La Toscana, en el aeropuerto internacional de Pisa.
Pisa es una ciudad hermosa, con su atractiva arquitectura antigua, a la cual no me cansaba de fotografiar cada detalle. También el Río Arno, con sus hermosos edificios color sepia reflejados en el agua. Y obviamente no me podía perder la torre de Pisa, en donde multitudes de personas se deformaban para sacarse la típica foto sosteniendo la torre fotografiada desde un ángulo exagerado para mostrarla aun mas torcida, como al punto de caerse sobre sus admiradores. A su lado la hermosa catedral y el baptisterio, adornando con áreas verdes la Piazza Miracoli.
También estuve en Firenze (Florencia), gran ciudad por donde pasa también el Río Arno. Visité su hermosa catedral con sus miles de detalles y pude admirar al fin la famosa escultura de mármol del David, de Miguel Ángel.
Así como bella, también cara, de Firenze me traslade a Lucca, antigua ciudad encantadora, como las demás, con una llamativa muralla a su alrededor, en el cual gaste casi toda la memoria de la cámara digital. Es de esas ciudades clásicas medievales de La Toscana que se han conservado por muchos siglos y que hoy en día podemos admirar en todo su esplendor.
Conocí algunos lugares rurales, alrededor de las ciudades, los cerros con plantaciones de olivos, castillos antiguos, en donde mayormente sólo quedaban las ruinas. Los colores de La Toscana, amarillos, verdes, rojos oxidados. Un placer para la mirada artística de aquellos pintores a los que a veces me incluyo.

2

Mis tres semanas de vacaciones habían pasado rápido. Descansé del estrés de la universidad enfocando toda mi atención al mundo totalmente distinto al que estaba acostumbrada.

Regresé al aeropuerto de Pisa y me di cuenta que mi vuelo se había atrasado media hora. Me aseguré de comer algo antes, ya que mi viaje era después de la hora de almuerzo, y lo más probable es que ya no me iban a dar nada en el avión antes de la noche.
El vuelo fue bastante tranquilo, me tocó un asiento en la ventana y el puesto a mi lado estaba vacío, por lo que dormité unas horas. Me despertaron para la cena. El sabor de la comida fue excelente, algo de gastronomía italiana. Finalicé con un vino tinto, para relajarme. Escuché algo de música y luego intenté  dormir. La noche fue tranquila y logré soñar un par de cosas que no recuerdo. Normalmente no solía dormir en los viajes, pero ése fue placentero.
A la mañana siguiente desperté para el desayuno. Los altavoces anunciaban de que faltaba poco para llegar a Sao Paulo, donde tenía escala de cinco horas. Descendimos al gran aeropuerto y pisé tierra brasileña. Estaba nublado aquel día pero hacia calor dentro del edificio. Las horas pasaban muy lentas y el aburrimiento aumentaba. Paseaba por el aeropuerto, mirando las mercancías de los distintos locales. Todo costaba tres veces más de lo que acostumbraba a gastar. Me senté a esperar a que pasara el tiempo para poder chequear mi siguiente vuelo. Me coloqué los audífonos y me sumergí en la música.

A medianoche ingresé al avión. La música me había hecho dormitar en el asiento por lo que no me di cuenta cuando abrieron la puerta del check-in. Muchas personas ya se habían organizado en varias filas, por orden de asiento. Yo no tenía asiento porque la aerolínea no me la había podido emitir en Italia, y la tuve que pedir allí. Me uní a una de las filas y me molesté un poco por la cantidad de personas delante mío.
El avión era pequeño con un pasillo con tres asientos a cada lado hacia las ventanas. Como un bus, pero más grande.
Más enojada estuve conmigo misma, cuando buscando mi fila de asientos, me di cuenta que no tenía ventana como yo quería, sino pasillo. Y para peor me había tocado la última fila de todas, en la cola del avión.
Decepcionada me senté y acomodé mi equipaje de mano que constaba de una mochila que llevaba mi chaqueta de cuero, por si hiciere frío al llegar a Santiago. También llevaba la música que me acompañaba en todos los viajes.
La idea de sentarme en la ventana era de ver la Cordillera de los Andes al sobrevolarla. Íbamos a aterrizar en la madrugada, al amanecer, pero de todas formas algo se podía divisar y la vista desde la altura debía ser genial.
Recibí la cena y pedí un amareto que  tal vez me ayudaba  a dormir. Conecté los audífonos que venían junto a una almohada y una frazada, y averigüé que tipo de películas había disponibles, en la pantalla al frente. Finalmente me decidí por una música tranquila New Age para tratar de sentir algo de sueño. Fue algo imposible, ya que no tenía sueño en absoluto. Desconecté los audífonos y me acomodé en el asiento. Casi no podía reclinarme, y dormir recta se convertía en todo un reto. Cerré los ojos pero no pude conciliar el sueño. Temía estar cansada todo el siguiente día, pero ¿que podía hacer?
No llevaba unos quince minutos dormitando cuando unos movimientos me despertaron. Abrí los ojos y noté que los demás pasajeros estaban durmiendo. Yo parecía ser la única persona que parecía no poder  dormir. Estábamos pasando por turbulencias y los movimientos bruscos no me dejaban descansar. En las altavoces nos advirtieron sobre las turbulencias, y que mantuviéramos los cinturones de seguridad abrochados. Me recosté nuevamente pero ya ni siquiera podía dormitar. Los movimientos eran cada vez más fuertes y yo me imaginaba mareada. Me levanté y fui al baño a refrescarme la cara. Volví a acomodarme en el asiento y cerré los ojos. Desistí en escuchar música a pesar de que lo deseaba, porque pensaba en el cansancio del día siguiente; aterrizaría en Santiago, pasaría por inmigraciones, buscaría mi equipaje entre las tantas maletas que pertenecían a los demás pasajeros. Luego saldría a respirar el aire contaminado de la capital. Buscaría un bus de acercamiento hacia el terminal de buses. El viaje continuaría en un bus hacia la ciudad de Viña del Mar aproximadamente dos horas hacia la costa. Luego tomaría otro bus urbano que me acercara hasta mi casa, para llegar al fin a mi hogar cansada, con sueño y a dormir el resto del día incapaz de hacer algo sin antes haber perdido un día entero en la cama. El sólo hecho de imaginarlo me bajaba el ánimo. Disfrutaba de los viajes en avión, pero odiaba aquellos en bus. El aire acondicionado de los aviones me hacían sudar, mi cabello se aplastaba, y tenía que aguantar varias horas sin poder ducharme, y luego tener que salir al calor de la ciudad era desagradable.
Las turbulencias se hicieron más fuertes y más incómodas. Algunos pasajeros habían despertado y estaban preocupados. Por las altavoces nuevamente nos sugerían permanecer tranquilos en los asientos, que todo era absolutamente normal por el mal tiempo.
Siempre volví a recordar ese día y a preguntarme si realmente me había dado cuenta de la situación antes de que sucediera. Como una especie de intuición. Comencé a asustarme mucho. Los demás estaban alarmados, y todo sucedió muy rápido.
Sentimos un fuerte temblor y la inestabilidad en que atravesaba la tormenta. Algunos gritaron y luego nos cayeron las bolsas de oxígeno sobre nuestras cabezas. Sentimos como si una mano gigante nos tomara y nos agitara con todas sus fuerzas por los aires, descendiendo a gran velocidad. El piloto dijo algunas cosas que no recuerdo entre una multitud alborotada. Y sentí miedo, por primera vez en mi vida sentí ese miedo profundo por mi vida, por terminar en medio de un montón de chatarra, sin poder huir. Caíamos desde los aires, atravesando distintos estados de presión, y finalizamos en un lugar incierto.

3

Recuerdo que desperté en un momento, estaba todo oscuro a mi alrededor, no podía oír ningún ruido y todo estaba quieto. No sabía donde me encontraba hasta que recordé que me había subido a un avión. En medio de pesadillas sentí mucho frío, pero estaba demasiado dormida como para remediarlo.
Volví a despertar, seguramente muchas horas después. Estaba rodeada de una tenue luz, todo estaba quieto y en silencio. Intenté moverme para mirar a mi alrededor, me costó levantarme de mi asiento, el que se encontraba muy inclinado hacia el pasillo. Cuando mis ojos al fin se acostumbraron a la luz y distinguí mi alrededor, me llevé un gran susto. El avión se encontraba inclinado, apoyado hacia la pared de las ventanas de la otra fila de asientos, los cuales estaban destruidos. Los pasajeros de aquellos asientos eran cadáveres molidos. Algunos de mi fila de asientos habían caído sobre los otros, o estaban esparcidos por los pasillos. El espectáculo fue horroroso. Cadáveres dispersos, ventanas rotas, asientos aplastados por toneladas de chatarra. La punta del avión se había hecho pedazos y había sepultado los pasajeros de la primera clase. Rápidamente me liberé de mi asiento, avanzando con cuidado por el pasillo, evitando ver demasiados detalles, como la última expresión de las personas antes de morir. No podía sentir mi brazo izquierdo, el cual debió haber recibido un golpe de la persona a mi lado. Avancé con dificultad llamando a alguien, para recibir respuesta de los sobrevivientes. Pero no escuché nada, ningún ruido que me despertada de aquella aterradora pesadilla.
No recuerdo cuanto esperé por algún llamado de auxilio, o algún llanto de un herido. Lo único que deseaba era huir de allí, alejarme de ese montón de cadáveres que se mezclaba con la chatarra destruida, casi enterrada en la  nieve. Tomé mi equipaje de mano y me fui.
No tenía la sensibilidad para apreciar el paisaje nevado, la alta cordillera extendiéndose hacia donde podía mirar. Las cumbres que me rodeaban eran como una jaula amenazante. Todo blanco, todo frío, y yo sintiéndome fatal.

Emprendí el camino dificultoso por la nieve fresca, la cual me congelaba las piernas. No tenía opción. No quería quedarme en medio de cadáveres ¡y no había nadie vivo! Rechacé de inmediato la interrogante del por qué sólo yo había sobrevivido. Sólo quería avanzar, alejarme de allí, abandonar ese accidente y llegar lo más pronto a un lugar y pedir ayuda. Pero no tenía idea hacia que dirección caminar. ¡Ni siquiera sabía donde me encontraba!
No sentía los pies, no sentía mi brazo, y el frío me penetraba hasta en los huesos. Me sentí muy cansada pero me obligué a seguir, a continuar, y no abandonar los esfuerzos. Mi vida dependía de ello.
No recuerdo cuanto avancé, pero debieron haber sido muchas horas y haber avanzado muy poco. Sólo sé que en algún lugar de la Cordillera de los Andes me desmayé en medio de la nieve, sola, aterrada, y sin esperanzas de llegar a una zona habitada antes del anochecer.

4

Desperté sin saber cuanto tiempo había dormido. Abrí los ojos recorriendo con la mirada la habitación. Era un dormitorio muy agradable, el cielo y las paredes eran tablas de madera, las cortinas blancas estaban cerradas. Había silencio. Estaba desconcertada, ¿dónde me encontraba?
De inmediato recordé todo lo sucedido anteriormente, ¿había sido un sueño? Traté de mover el brazo izquierdo, y sentí dolor. Bajo mis pies había una bolsa de agua caliente y me encontraba bastante abrigada y con un plumón encima. Era muy cómodo, sin embargo, ¿dónde estaba?
Al cabo de unos minutos una figura entró en la habitación, cerró la puerta con cuidado y se desplazó sin hacer ruido hasta mi cama. Me miró por un instante hasta percatarse de que ya estaba despierta. Me saludó con una amplia sonrisa y me preguntó como me sentía. Sin saber bien que contestarle miré a mi alrededor. Mi expresión debió relatar mi confusión.
“Estás en mi casa. Te encontré en la nieve, habías perdido el conocimiento.”
Traté de moverme y levantarme, pero él me detuvo. “Aún estás muy débil como para levantarte. Descansa, duerme, debiste haber pasado por mucho.”
No estaba muy segura si él realmente sabía acerca del accidente, pero asumí de que algo debía suponer, ya que no preguntó por qué me encontraba sola. Me cambió la bolsa de agua por una más caliente, y me sugirió dormir. Al parecer le hice caso.

Al despertar nuevamente, él estaba sentado a los pies de mi cama. Me ayudó a levantarme y me llevó al cuarto de baño. Me ofreció un baño caliente en su tina, argumentando que era lo mejor para evitar enfermarme. Me había encontrado congelada, y de no haber sido que pasaba de casualidad por ahí, me habría muerto.
El baño de agua caliente fue muy placentero. Aún me encontraba confundida por todo lo que había sucedido, pero estaba agradecida de que todo había terminado bien... para mi.

La casa era muy acogedora, una cabaña de madera equipada con todo lo necesario para el invierno en medio de la nevada cordillera. Tenía grandes ventanales térmicos, a través de los cuales se podía apreciar el hermoso paisaje blanco, y las majestuosas montañas al fondo.
Karim, mi salvador, me había preparado chocolate caliente. Disfrutaba ver los copos de nieve caer, como pequeños algodones que cubrían todos los rastros del horror vivido, mientras adentro el fuego ardía en la chimenea. Así me pasaba las tardes, entre conversaciones con Karim, y soñando despierta, mientras observaba el tranquilo pasar del tiempo, a través de las ventanas.
Él me contaba que vivía allí, lejos de la civilización, dedicándose a escribir. Era un poeta escritor que pasaba los inviernos en su cabaña, de la cual nadie tenía registro. Acercándose el verano regresaba a Buenos Aires, a continuar con su rutina y su trabajo. Todo lo que había en la cabaña, se lo había arreglado solo, como ermitaño pasaba allí los meses helados, solo y feliz, sin que nadie interrumpiera sus obras de arte. Era algo nuevo para mi, quien amaba el caluroso verano, pero un nuevo placer había descubierto, y comprendía a la perfección la inspiración al observar  por las tardes los copos de nieve en silencio, y descubrir tras ellos, todo un mundo imaginario.

El tiempo que pasé allí en medio de las montañas fue sereno y hermoso. Yo sabía que algún día iba a regresar a visitar a Karim en su cabaña, o tal vez él se tomaba un tiempo para visitarme en Chile. Siempre estaré muy agradecida de que la casualidad del destino lo haya guiado hasta mí, para apartarme de aquel fin, los cuidados que recibí, y el haberme acompañado hasta el último minuto, cuando bajamos la cordillera en su trineo hasta el primer poblado argentino, en donde pude anunciar que había sobrevivido. Siempre cumpliré su única petición; que no hablara sobre nuestro encuentro, o su existencia en esas tierras sin dueño.
“Nunca, pero nunca, relates lo que viviste en la montaña, que conociste a una persona y que estuviste en su cabaña. Nunca nadie debe enterarse de que vivo allí arriba, alejado de la sociedad, rodeado de naturaleza. Vete en paz, la vida te ha dado una nueva oportunidad.”



28 de septiembre de 2014

Había mucho que contar, pero nada tan urgente que desperdiciara primero el silencio, la mirada y la risa. Compartimos la misma emoción sin necesidad de advertirlo verbalmente, simplemente entender que en aquel momento las dos sentíamos lo mismo, y nuestros ojos lo expresaban.
(Darcy sobre Iris, Arenkes)


23 de agosto de 2014

Jóvenes y casamenteros

*Proyecto aparte, que no publicaré, excepto algunos capítulos que en este momento si considero aptos para el público.

La Vida de Sky Cryster - Capítulo IX

Recuerdo la vez en que era un simple anónimo en internet. En mi red social jamás había puesto una fotografía mía, y muchos dudaron si yo realmente era yo, u otra persona haciéndose pasar por mi (lo habría perdonado, sé que debe ser un honor y una gran tentación hacerse pasar por mi).
Lo único verídico tal vez, era mi género sexual. Decía que era hombre. Y digo tal vez, porque no hay nada que yo pudiera demostrarles, queridos lectores, que yo realmente soy un hombre. No puedo interactuar más con ustedes, que a través de unas letras, que en mayor parte no son escritas por mí, sino por la escritora  que contraté (Sara).
En este caso me he puesto a imaginar, cómo sería una vida siendo mujer. En vez de Sky, imaginar un rato a Skyler en mi lugar.
Me preguntaba qué pasaría si en mi red social, colocara que soy mujer y me cambiara el nombre. ¿Alguien lo distinguiría? ¿Quién sería capaz de juzgarme, mediante los comentarios que escribo, las entradas que publico, y otras pocas veces en que participo en la comunidad? ¿Quién se daría cuenta de ello? Creo que casi nadie, aparte de los que me conocen. Ya que no se puede identificar el género de alguien mediante un par de palabras que no representen una actitud específica de mi sexo.

Esto me ha llevado a imaginarme en una situación en la que yo soy una mujer.
Yo seré Skyler, y a continuación daré  a conocer una vida paralela, un tal vez, un “¿Qué habría sucedido si…?”, en una época específica, típica de mis encantos.


Lo conocí cuando le presentamos su familia a mi hermana. Yo como hermana mayor tuve la obligación de acompañarla a la cita, que se convertiría en su compromiso matrimonial con el joven Winwood.
Aquel día fuimos mi padre, mi madre, mi hermana menor y yo a visitar a los Winwood. Ellos eran una familia rica de Londres en pleno siglo XVIII. Poseían una gran casa acomodada en la ciudad y tierras en las afueras de la ciudad, donde habíamos sido invitados aquel día. Gerard Winwood acababa de terminar sus estudios en Oxford y había regresado para hacerse cargo de los negocios de su padre.
Los Winwood y los Cryster disfrutábamos de su amistad desde hacía un par de años. Esta amistad era ventajosa para nosotros, en especial porque mi hermana era un par de años menor que el primogénito de los Winwood.
Yo, por suerte, no había sido tomada en cuenta para esas tonterías. Quiero decir, que me alegraba mucho que aquella familia orgullosa no tuviera un hijo mayor acorde en edad para mí, ya que no habría podido soportar la idea de unirme ante personas tan superficiales. Pero mi hermana era lo suficientemente tonta como para aceptar proposiciones de ellos encantada. Mis padres tampoco eran más astutos para encontrar a otro pretendiente igual de provechoso.
Yo había sido presentada en sociedad hacía un par de años atrás. Pero nunca llegó alguien que me gustara lo suficiente como para imaginarme una vida a su lado. En ese entonces no sabía muy bien lo que quería en la vida (a pesar de no tener tantas oportunidades como para decidir qué elegir) y no me sentía segura con nadie. Yo solo sabía que no había en Londres joven alguno que fuera guapo, inteligente, adinerado, de buenos modales, bondadoso y de familia agradable como para hacerme feliz. Yo simplemente exigía demasiado en alguien, y no tenía idea si había tal persona que cumpliera con esos requisitos que yo consideraba mínimos. Poco a poco fui rechazando a mis pretendientes hasta que finalmente no quedó ninguno interesado. Así fue como logre liberarme de esa obligación.
Gerard Winwood era de esos jóvenes pretenciosos que creían que al chasquear los dedos se producían cosas asombrosas como la inmediata presencia de alguna persona que pudiera hacer realidad todos sus deseos. No bastó nada más que chasquear los dedos para que mi hermana apareciera en el umbral junto con aquellas que poseían el honor de estar entre las que podía elegir como futura señora de la casa. No sé qué fue lo que lo hizo decidir finalmente por mi querida Irma.
Habíamos sido invitados para el té aquel día para finalizar formalmente el contrato del compromiso de Irma con Gerard Winwood.
Realmente no tenía ganas de asistir al evento que echaría a perder la vida de mi hermana, pero no tuve otra opción. Estaba obligada a presenciar con mis ojos como las sonrisas de ellos y las de mis padres aceptaban un acuerdo que si hubiera sido por mí, jamás habría permitido que se me pase por la mente. Pero tampoco tenía intenciones de ofender a mi hermana, cuya finalidad en la vida era casarse y establecerse con un marido que la mantuviera y le comprara todos los caprichos que ella deseaba.
Si bien las oportunidades para una mujer de aquella época no eran más que la de casarse con un marido que le ofreciera estabilidad económica, mi instinto de libertad me decía otra cosa. Incluso hubo un tiempo en que llegué a pensar en disfrazarme de hombre, huir de mi hogar y hacer mi vida independiente. Lejos de cualquier martirio matrimonial, en donde pertenecía a un hombre y me sentía con el deber de satisfacer sus deseos.
Esa fantasía de hacerme pasar por varón se había reducido en un sueño que solo aparecía en aquellas noches interminables en las que no lograba conciliar el sueño.

Yo no había imaginado mucho acerca de cómo iba a transcurrir el compromiso de ambos jóvenes. Cuando nos sentamos a tomar el té advertí la presencia de alguien desconocido entre los Winwood. Gerard nos lo presentó como su primo, Dylan Chamberlain.

-“¿Y la señorita Skyler? ¿Aún no encuentra marido?” Se dirigió la señora Winwood hacia mí. Sorprendida la miré sin saber que decir. No había preparado una respuesta aún para aquello.
-“Mi hermana a veces rehúye de los deberes femeninos que la comprometen.” Bromeó Irma. Me sentí incómoda ante tal comentario y le lancé una de esas miradas asesinas.
Sonrojada me volví al resto de la familia para averiguar su reacción ante tal afirmación. Mis ojos se cruzaron con los del señor Chamberlain. Me sonrojé aún más.
-“No debería usted despreciar esas buenas oportunidades que se están dando en esta época. Hay muchos jóvenes solteros y de buenas familias en Londres. Tal vez le pueda presentar algunos.” Prosiguió la señora Winwood.
-“Ya habrá alguien que le guste. Si espera demasiado perderá esas oportunidades. La juventud no se mantiene para siempre.” Continuaba la broma mi padre. Enojada pensé en una respuesta rápidamente que terminara eficazmente ante ese tema incómodo. Pero no se me ocurrió nada que pudiera utilizar en mi defensa.
-“No atormenten a la señorita Cryster. Al igual que su hermana, encontrará alguien adecuado.” Se unió el señor Winwood. ¡Al menos un comentario atenuante!
-“¡Sin duda! No por nada tiene esos ojos azules tan hermosos.” Añadió su esposa.
-“La verdad es que la culpa es completamente de ella. Nunca ha querido considerar nuestras proposiciones.” Agregó mi madre. Era el colmo ¡Debía defenderme! No encontraba un tema para desviar la atención de mí. Estaba avergonzada.
-“Siempre le has dado demasiadas libertades. Por eso se ha criado tan masculina. Le falta delicadeza y docilidad.” Dijo mi padre. ¡Se había cambiado de bando! ¡Yo, masculina!
Dylan me observaba de reojo y sonrió ante el comentario de mi padre. Luego volteó el rostro y me miró fijamente. Nuevamente me sentí muy incómoda ante su mirada penetrante.
En el fondo no me parecía tan malo el comentario de mi padre… solo que en público no correspondía a los estándares marcados por la sociedad. En otra época me habrían aceptado sin prejuicios.
-“Solo soy el resultado de las cosas que he tenido que vivir. Si soy de determinada manera es mejor preguntarse cuál debe ser el origen de mi actuar.” Me animé a decir finalmente.
Todos me quedaron mirando atónitos. Mi hermana se olvidó de sus modales y me miró boquiabierta por un rato. Yo les devolví la mirada bajándola luego, serena, y continué con mi té ignorando haber dicho algo insólito.
No me pasó inadvertido que Dylan al otro lado de la mesa volvió a sonreír. Hasta ahora ni él ni Gerard habían añadido comentario alguno a la conversación. Ambos parecían haberse divertido con mi respuesta.
El resto de la velada no volví a participar del tema, el cual habían decidido cambiar.

Después de la cena las señoras se juntaron en otro salón a conversar y los caballeros a jugar una partida de cartas. Me sentí aburrida con las frívolas conversaciones entre la señora Winwood y mi madre. Irma estaba emocionada por su compromiso y ansiaba el día de la boda. En cambio yo había dejado libre rumbo a mi imaginación que en ese momento recorría los campos, montada sobre un caballo galopando con el cabello suelto flameando ante el viento. Algo que jamás sucedería.
Me levanté de mi asiento y fui a dar unas vueltas. Tenía un poco de curiosidad por las dimensiones de la futura casa de Irma. Los salones eran grandes, las ventanas altas. No me gustaba en absoluto. Pero no era mi problema.
Al cruzar una puerta y doblar por una esquina a un pasillo casi tropiezo con Dylan. Sorprendida alcé la vista.
-“Disculpe señor Chamberlain. Estaba un poco distraída.”
-“No se disculpe, señorita Cryster. No todos los días se tiene el honor de sentir tan cercana la presencia de una bella dama.”
Rápidamente me alejé ante ese comentario. Lo miré disgustada. El solo sonrió.
-“Vamos, yo creí que usted no era el tipo de señorita sensible que se enojaría ante tal piropo.”
-“Pues, se merece usted un golpe. Pero no tengo ánimos de eso ahora.” Fue lo único que se me ocurrió responder.
-“Pero que ruda…”
-“Si me disculpa…”
-“No, no. No se valla. De verdad, lo siento. Le aseguro que si se va ahora no tendré otra oportunidad de conversar con usted. Me parece una persona interesante, pero ante la familia es un poco complicado… no nos han presentado correctamente. ¿Desea dar un paseo conmigo por los jardines?”
-“No, no lo deseo. Pero iré de todas formas si insiste.” Miré por la ventana. Era mejor estar afuera que dentro. Sin buscar abrigo simplemente salí de la gran casa. Los jardines eran hermosos, había muchos árboles y flores plantadas decorando el caminito. Un jardinero había dejado huellas de su arte.
-“Que curioso  lo que he oído sobre usted en la cena. ¿Realmente no quiere casarse?” Volvió a comenzar el señor Chamberlain.
-“Realmente no tengo interés en continuar con lo anterior.”
-“Está bien. Entonces dígame, si se casa su hermana, ¿quedará sola en casa de sus padres o tiene más hermanos?”
-“Solo quedaré yo.”
-“Supongo que la extrañará mucho.”
-“Si, lo normal. Irma es de esas personas que no meditan mucho las cosas antes de hacerlas. Solo proceden cuando se les presenta la oportunidad.”
-“Yo no veo ningún inconveniente en el matrimonio entre su hermana y mi primo. Es ventajoso para ambos.”
-“Tal vez. Y si lo quiere saber, si, si pienso casarme algún día. Pero elegiré bien al afortunado.”
-“Está en todo su derecho de hacerlo. Pero si me lo preguntaran a mí, yo no dudaría un segundo en elegirla a usted. Su rebeldía me atrae.”
Atónita lo quedé mirando. Luego me di media vuelta y emprendí el regreso a la casa. No tenía interés de seguir conversando con alguien tan poco serio. Claro que él no me habría dejado ir tan fácilmente.
-“Señorita, ¿Qué le sucede?”
-“¿Por qué tengo que perder el tiempo con alguien que toma decisiones de esa forma? Ni siquiera me conoce.”
-“No, no la conozco. Pero hay algo atractivo en esto de querer siempre llevarle la contra al mundo. ¿Y si por una vez no lo hace y simplemente se deja llevar?”
-“¿No es algo que todos hacen? Yo no soy precisamente una persona que respeta las normas de esta sociedad, y eso puede ser un problema.  Además, no sé por qué me detengo a argumentarlo con una persona que procede a hacer una proposición de lo más ridícula a una persona que no conoce en lo más mínimo y con quien no tiene idea si podrá llevarse bien.”
-“Pues no la respete.” Me dijo y me tomó la mano. Luego me acercó a si y en un abrazo me besó.


Esta es la parte en que no quiero mencionar lo que sucedió a continuación, mi romance oculto con Dylan, del cual nadie se enteró. Solo nos sentíamos como dos personas libres de hacer y deshacer lo que queríamos.

Esa era Skyler. Una mujer rebelde quien finalmente cedió ante un hombre en su vida. Pero no me gusta, no me siento cómodo como mujer. Había algo en la historia que comenzó a disgustarme con la presencia de un romance con un hombre. Era solo imaginación, pero aun así, me incomodaba y desaparecía todo rastro de gozo al continuar imaginando. Definitivamente yo no podría ser un transexual, una mujer e interesarme por hombres. Descartado.

23 de julio de 2014

Un engaño mental

*Proyecto aparte, que no publicaré, excepto algunos capítulos que en este momento si considero aptos para el público.

La Vida de Sky Cryster - Capítulo IV

Hay un tema que he mencionado en una o dos palabras anteriormente, el cual me parece adecuado aclarar. Pero no sé cómo hacerlo para caerle bien a todos… no, no será posible. No se trata de caerles bien, se trata de que no me tomen por loco.

Hubo un tiempo en que sentí una reacción natural que libera endorfinas y produce gran satisfacción. Hay personas que lo llaman amor.
Ella era… pues ya casi no la recuerdo. Después de tanto tiempo me pregunto si alguna vez fue real o solo un producto de mi imaginación.
La conocí un día en una ciudad argentina de cuyo nombre no quiero acordarme. Recuerdo que la veía pasear con un paraguas por las calles invernales mientras llovía a cántaros. No recuerdo haber distinguido lo mojada que estaba, pero al parecer la lluvia le había bajado el ánimo.
Yo estaba sentado en una cafetería con vidrieras grandes observando la gente al pasar por fuera. Algunos corriendo, otros caminando de prisa, y otros huyendo como locos del agua. Pero ella no hacía ninguna de las anteriores. Solo caminaba tranquilamente con su abrigo ajustado y su paraguas alzado, como vencida por la lluvia. Paseaba entre la masa de gente alocada con expresión resignada. Yo la observaba atentamente desde la cafetería, totalmente seco, cómodo y disfrutando del calor de adentro. En esos momentos ella deseaba estar en mi situación.
Y entonces me vio. …y salió el sol. Bueno, no, pero eso sentí. Tal vez pasaron solo segundos, pero en cámara lenta recibí su mirada por un instante. Luego ella la retiró, pero no continuó su camino. Se detuvo ante la cafetería observándome de reojo decidiendo si entrar o no. Yo sentí la urgente necesidad de incitar al destino y obligarlo a unir su camino con el mío. Entonces ella abrió la puerta de la cafetería y se quedó allí cerrando el paraguas, sacudiéndolo antes, quitándose los guantes, abriéndose el abrigo por el calor de dentro. Y no pude contenerme. Fui hasta ella y la invité a un café y unas galletas que habían sido preparadas recientemente y aún estaban calientes. Ella aceptó mi invitación. Así fue como la conocí.

-“¿Qué pasó después?” Me preguntó mi amigo Iván.
-“¿Es necesario arruinar mi hermoso relato?”
-“Si, tengo curiosidad.” Insistió éste.
-“La curiosidad mató al gato.”
-“Entonces ya estarías muerto. Pero yo aún te veo aquí en frente, puedo tocarte y saber que estás vivo.”
-“Si, sobreviví. Esa es la palabra adecuada.”
-“Bueno, ¿Y me vas a decir qué fue lo que sucedió?”
-“Resultó una hermosa amistad entre los dos. Ella me cautivaba cada vez al verla. La quería demasiado como para arruinar la inmensa surte que tuve al habérmela encontrado. Éramos iguales en muchos aspectos. Y lo más genial de todo era que pertenecíamos a la misma comunidad. Solo que ella tampoco había leído jamás ni mi carta de presentación, ni mi descripción en mi perfil de red social.”
-“¿Y eso fue todo?”
-“No…”
-“…”
-“¿Sabías que tu mente te puede engañar?”
-“¿Cómo es eso?”
-“Tu mente te puede hacer creer cosas que no son. Por ejemplo cuando ves algo que nunca estuvo allí. Cuando sientes algo solo porque tú mismo te convences de que te gusta pero en realidad no lo haces. Cuando quieres algo que en el fondo ni querías. Cuando te crees estar en una situación determinada y no tienes idea lo alejado que estás de esa posibilidad.”
-“¿Te sucedió eso?”
-“Si, ¿o crees que te estoy contando esto para cambiarte el tema?”
-“Es posible. Muchas veces me evades algunas preguntas?”
-“¿Qué? ¿Yo? ¿Cómo cuáles?”
-“Como la que acabas de hacer.” Dijo y me guiñó un ojo. Tuve que sonreír ya que no pude huir esta vez.
-“Pues, mi mente me había engañado. Mi mente me dijo que yo debía sentirme enamorado de ella. Mi mente me dijo que nunca antes había encontrado una persona que congeniara tanto conmigo como ella. Por eso yo debía enamorarme de ella.”
-“¿Y eso tiene algo de malo?”
-“En mi caso, ¡claro que sí! Para empezar no es bueno que tu mente exagere tus sentimientos por alguien. Reconozco que sentía mucho por ella esa vez y seguiré sintiendo hasta siempre, pero en unos niveles normales. Es un sentimiento noble de amistad hacia ella. Y no quiero que nada rompa esa preciosa amistad que tengo con ella.”
-“Sigo sin entender… ¿no te correspondía?”
-“Yo creo que si realmente hubiera estado enamorado de ella, lo habría hecho, sin dudas. Pero ella en ese tiempo tenía su propio dilema amoroso. Y resulta que era con otra mujer. Por eso sufrí mucho. Porque mi mente creyó haberse enamorado de alguien y luego me dijo que sufriera porque estaba con otra persona. Me costó tres meses de arduo trabajo, muchos nervios y depresiones superar aquella mentira mental.”
-“Oh, ¿Ella era lesbiana?”
-“No. Es birromántica. Solo románticamente.”
-“Entiendo. Es una de las nuestras entonces. ¿Y su novia? ¿También era asexual?”
-“Si. Pero esa relación no resultó. Y me sentí mucho mejor cuando lo supe, porque así no había nada más que pudiera engañarme y decirme que sufriera.”
-“Y ahí fue cuando tuviste oportunidad con ella…”
-“No,” sonreí, “En ese entonces ya había superado la mentira de mi mente. Siempre sé que la voy a querer mucho. Pero ella no es la adecuada para mí. Eso aún puede esperar. Esperaré lo que sea necesario para encontrar la persona correcta para mí. No forzaré el destino, no accederé a mentiras mentales y emociones exageradas. Esperaré con calma aquella que habrá de venir.”
-“Bueno, al menos es un final feliz.”
-“Si. Soy feliz pensando que aún está a mi lado. Nunca le conté lo sucedido y espero que nunca lo sepa. No es necesario que sepa que alguna vez sentí como si hubiese estado enamorado de ella, pero que solo fue algo de lo que me convenció mi mente, y apenas lo superé, volví a la normalidad.”
-“Hmmm. ¿Por casualidad la conozco?”
-“Tal vez…” Le sonreí con la segunda sonrisa más falsa que había hecho en mi vida. Luego me di vuelta y me fui. No quise saber su expresión, porque estaba seguro que él suponía de quien se trataba.


27 de junio de 2014

Síndrome de vejez

Quizás no soy tan joven como todos suponen
Quizás no tengo la edad que todos creían
Quizás mi vida esté pasando frente a mis ojos
Mientras permanezco sentada viendo caer las hojas
Las estaciones pasan, los niños crecen y apenas me percato
Yo envejezco, pero no me veo, no hay ningún espejo
Los caminos que un día me invitaron a recorrer
Se están cubriendo de hojas, de hierva, de tierra.
Las personas que un día llegué a conocer se están muriendo
Mis alegrías de verano ya no existen, tan solo recuerdo
Momentos del pasado que revivo todo el tiempo en mi mente
Los cambio, los manipulo, según como me habrían gustado
No me detengo ni en las hojas, ni en los caminos, ni en los niños
Mis recuerdos están vivos y me lanzo con su energía hacia ellos.



18 de mayo de 2014

Arenkis II: Aisha

Capítulo I
El escape


Nota: Esto es un capítulo independiente de Arenkis. 

Se me presentó la oportunidad de viajar. Después de mucho regateo e intranquilidad decidieron que debían dejarme salir, ya que me encontraba más de un año encerrada sin contacto con el mundo exterior. Antes que me encerraran en el psiquiátrico, tenía muchos amigos. Esperaba con ansias que específicamente algunos de ellos no me hubieran olvidado.
Mi viaje consistía en visitar a una amiga que se encontraba en el extranjero. Era obvio que no me iban a dejar ir sola. Por eso me asignaron a ese joven K. fastidioso que no me quitaba un ojo de encima y vigilaba cada uno de mis movimientos.
El encuentro fue emocionante. Durante mucho tiempo había esperado con anhelo el reencuentro con Eny. Mucho había que contar. Debido a mi aislamiento no se me había presentado la oportunidad de contarle mis cuentos más recientes. Historias que prometían fantásticos best-sellers, pero que jamás escribía en papel. De todas formas, si alguna vez los hubiera escrito, me lo habrían quitado y me habrían encerrado. A ellos no les gustaban mis historias. Las consideraban parte de mi locura. Por eso me dedicaba a contárselas a los demás internos. Algunos de ellos me escuchaban con curiosidad, preguntando de vez en cuando por la continuación de mis relatos. Y yo les daba el gusto por seguir inventando para darles un final. Pero a los médicos y enfermeras no les gustaban. Me vigilaban de reojo o directamente enojados cuando comenzaba a relatar mis fantasías.

Aterrizamos en el aeropuerto de la capital de aquel país, satisfechos por haber tenido un viaje relativamente corto. De todas formas estábamos cansados, pues el vuelo había sido durante la noche. No logré dormir lo suficiente a causa de las turbulencias y una escala que tuvimos que hacer a mitad de viaje.
Al fin comenzaba un nuevo día. Desde el alto observé como en el horizonte se aclaraba el cielo lentamente, espantando la neblina de la madrugada. El sol se levantó ante nosotros, cubriendo de luz la ciudad, haciendo brillar los edificios de vidrio y golpeando con sus rayos el tejado rojizo de las casas, algo curioso para mí.
Nerviosa pisé suelo extranjero, respirando por primera vez el cálido aire del país. Recogimos nuestro equipaje sin problemas y aprovechamos de hacer el cambio de dinero a la moneda correspondiente. Luego buscamos la salida del gran aeropuerto.

Mis nervios no alcanzaron a torturarme demasiado por el reencuentro con Eny, mientras mis ojos recorrían los rostros de la multitud. Incluso a esa temprana hora de la mañana había bastante movimiento. De pronto alguien me atacó por la espalda y al darme vuelta asustada me crucé directamente con los ojos de mi amiga. Allí estaba ella sonriente, alegre, con su loca cabellera negra, enrulada, semejante a la de mi compañero fastidioso. Acto seguido la abracé emocionada murmurando algo de haberla extrañado durante tanto tiempo.
-“Me dejaste abandonada por un año, querida.” Alegó.
No era momento de aclarar mi situación, por lo que moví la cabeza negando su comentario. Luego me acordé de la existencia de mi compañero K. que se encontraba a un par de metros alejado de nosotras, esperando ser presentado.
Ella si bien sabía que yo iba a llegar acompañada, no tenía la menor idea de quien era él y que función cumplía en mi vida. Para no entrar en detalles lo presenté como un amigo. Luego en otro momento le tendría que explicar detalladamente toda la situación.

Eny cumplía una función muy importante en mi mundo literario. Era ella por quien me motivaba a escribir, y gracias al ánimo que me entregaba lo seguía haciendo. De no ser por ella, habría dejado numerosas páginas en blanco o sin final, y sin prestarles la mínima atención. Mi fiel lectora había sido testigo de un secreto importante de mi vida sin saberlo. Pero su finalidad era enterarse de aquello y ayudarme a salir de mi vida actual.

Al desayunar en su casa me cubrió de preguntas. Muchas de ellas aún no las podía contestar. En las demás me di el gusto por satisfacer su curiosidad; mi viaje había resultado bien, solo iba a quedarme por una semana, ya que mi trabajo y mis obligaciones no me habían regalado más días. Le describí mi trabajo a medias, que consistía en ser administradora del área de informática del recinto.
En realidad esa era la ocupación que me habían dado dentro del psiquiátrico. Ellos sabían que yo no estaba tan loca como para ser inútil y me habían dejado a cargo de aquel trabajo, por el cual recibía un mínimo de remuneración, con la cual ahorré para este viaje. Cuando no había trabajo que hacer, me encerraba en mi cuarto o iba a molestar a los enfermos con mis historias.
-“¿Y quién es el?” Me preguntó apuntando al fastidioso.
-“En otro momento te lo cuento. Por el momento trátalo como si fuera mi guardaespaldas.”
Como respuesta recibí una sonrisa y un movimiento de cejas, insinuando una relación más estrecha con el tipo. Al percibirlo moví bruscamente la cabeza. Jamás iba a aceptar tal suposición con alguien como él.

No es mi intención describir los viajes que realicé y los lugares que visité con ella y el fastidioso. Únicamente quiero relatar ciertos sucesos importantes que acontecieron aquella semana, en la que intenté dar un respiro a mi vida reprimida, y la forma en que no lo conseguí. Las vacaciones son siempre iguales en todas partes; hay emoción de por medio, alegría, felicidad y disfrute de placeres.  Se conoce gente, se visitan lugares nuevos, se hacen cosas y se gasta dinero, como no se haría en casa. Todo eso no era tan importante para mí, más que un placer pasajero que me haría olvidar por un momento la desagradable etapa que debía vivir cada día, y después de regresar, solo quedaría la ilusión de un recuerdo que quizá jamás se volvería a repetir.

***

La primera injusticia que ocurrió fue al amanecer del día siguiente. Por alguna razón desperté temprano, quizá por el cambio de hora, dos horas antes de lo acostumbrado. Ya había amanecido y corrí las cortinas para apreciar el nuevo ambiente. Los tejados húmedos brillaban con el sol y el silencio reinaba en el sector. Oí un ruido en la habitación de al lado y supe que Eny había despertado. Ella era de esas personas que se levantaban temprano independientemente si se había acostado tarde la noche anterior.
Mi dormitorio se encontraba en medio del  de Eny y de K., el fastidioso. De alguna forma me sentía protegida apropósito. El dormitorio del fastidioso era el que se encontraba más cerca de la puerta al final del pasillo, la cual llevaba a la escalera al primer piso. Si deseaba bajar, tenía que pasar inevitablemente por fuera de su habitación y para colmo éste dormía con la puerta abierta. Todo estaba planeado para vigilarme y evitar cualquier acto no permitido de su parte.

Desde la ventana de mi habitación podía ver la calle y las casas vecinas. No era la mejor vista, pero suficiente para percatarme del movimiento que lentamente comenzaba a surgir.
Sé que no fue una ilusión de mi locura, porque objetivamente yo no estaba loca. Eran los demás que intentaban convencerme de ello. Fue una escena totalmente real, en la cual no estaba planeado convertirme en observadora.
Al principio solo vi un hombre cruzar la calle, aparentemente no se había dado cuenta  que alguien le seguía los pasos. Cuando pisó la vereda oyó el grito y apenas se dio vuelta para observar de dónde provenía, se escuchó un disparo y él cayó al suelo. Luego todo continuó en silencio.
Espantada cerré la cortina y di un grito. Acto seguido entró K. a mi dormitorio. Con expresión firme me tomó las manos y me observó de cerca. Se dio cuenta que temblaba en todo el cuerpo y comenzó a tranquilizarme amablemente. Al principio la emoción no me dejaba hablar. Él me habló en un tono suave y logré calmarme un poco. Luego intenté contarle lo que había visto y sugerí que había que actuar con rapidez y encontrar al asesino. Pero su expresión se endureció y seriamente me ordenó volver a la cama. Intenté defender mi opinión y hacerle entrar en razón, convencerle que lo que había visto era real. Pero él no dio crédito a mi historia y me prohibió continuar hablando de ella. Me repetía una y otra vez que mis fantasías no eran reales y que debía aprender a discernir de la ficción y la realidad.

Para el desayuno me encontraba algo enojada por el suceso anterior, y sin hacerle caso a mi vigilante, pregunté si algún día había escuchado un disparo o visto algo que sucedió en la mañana después del amanecer.
-“¡Silencio!” Me ordenó él. “¡No vuelvas a hablar sobre cosas sobre las que tú misma sabes que no ocurrieron!”
Miré a Eny directamente a  los ojos, ya que estaba segura de que algo debió de haber captado. Pero ella guardó silencio. Sus ojos no me revelaron nada. Y ese asunto intentó obligar a olvidar todo aquel asunto. Pero no lo olvidé. Una y otra vez intenté hablar sobre el tema, pero siempre hubo algo que intentó impedírmelo.

En la tarde llegó un amigo de Eny, Galizur, alguien con quien ya había tenido contacto virtual antes, pero no conocía en persona. Entre los tres planeábamos hacia donde ir los días siguientes mientras K. observaba en silencio sin atribuir a las opiniones. No era su viaje. Yo era el centro de atención. Yo era el motivo de planes entretenidos. Él solo me seguiría adonde yo fuera.
En un momento comenté que no me sentía segura de salir a la calle, ya que podía resultar peligroso. Aquel mismo día habían asesinado a un hombre y nadie hizo nada, es más, me habían impedido hablar sobr ello.
En ese momento el fastidioso abrió la boca por primera vez en mucho rato. Dijo que solo era una de mis historias sin desarrollar. La idea estaba en bruto y aún habría que pulirla.
Ese comentario expresado tan tranquilamente por un imbécil como él, fue la causa de mi enojo interno. Me hervía la sangre de rabia por tener que reprimir una situación tan delicada. No volví a hablar del asunto.

Me había fastidiado el buen humor y me fui a la cama temprano. Ambos me observaron con cara de pregunta y tuve que excusarme de estar cansada por haber dormido poco. Les expliqué subjetivamente sobre mi problema de cansancio crónico. Al menos eso era cierto y no tuve que mentir. Ellos quedaron abajo, sentados a la mesa conversando y viendo televisión.
Me senté en la cama y miré por la ventana. Afuera todo estaba quieto y en silencio.
Después de haberme desvestido y lavado los dientes regresé nuevamente al pasillo y agudicé el oído para enterarme de lo que estaban hablando. No fue una mala decisión, pues así fue como me enteré de la segunda injusticia hacia mí. Y esto fue lo que aquel día me destruyó.
K. estaba hablando con ellos, explicándoles la situación, algo que yo quería evitar a toda costa. De ningún modo quería arruinar la buena opinión que tenían mis amigos de mí. Todo estaba bien, siempre me habían percibido como una persona sana y normal, y tal cual quería que permaneciera.
-“Deben haber notado un problema con ella.” Comenzó, “Es por eso que no la hemos dejado viajar sola. No fue imposible evitar que emprendiera este viaje, pues no teníamos ningún motivo para retenerla. No es peligrosa, ni inconsecuente al actuar. A simple vista parece normal.”
La televisión transmitía algún programa a volumen moderado y se me hacía difícil prestar atención y rescatar sus palabras pronunciadas en un tono muy bajo.
-“Está enferma, sí.” Prosiguió después de una pausa. “Hace más de un año que está con nosotros. Es por eso que han notado su ausencia. Le está prohibido comunicarse con sus amigos a través de internet. Además le hemos dado trabajo.”
Surgió otra pausa y luego algo que no alcancé a entender. Luego continuó con una voz más clara.
-“Todo comenzó con una depresión. Fue el último año de universidad. Así fueron los síntomas y fue empeorando cada vez más. Esperamos a que se titulara. Luego la internamos. Y desde entonces vive con nosotros.”
Otra pausa.
-“Podemos identificar su problema cuando nos relata sus historias. Los excusa como cuentos o novelas, pero en realidad es ilusión, una realidad alternativa a la que se inserta a veces y no sale por días. Y allí es cuando deja toda actividad física y se sumerge en una especie de psicodelia. Incluso deja de comer. Se toma sus ilusiones muy en serio. Cree que sus historias realmente sucedieron, o están sucediendo. Como hoy por ejemplo; realmente creyó que habían asesinado a alguien.”
Eny dijo algo que no alcancé a oír. Por encima de los comentarios de ella o su amigo siempre oía la de K., aquel que me fastidiaba el viaje. Aquel hombre que no me quitaba un ojo de encima y al cual siempre percibía cerca, siguiendo mis pasos, espiando mi sombra, fuera donde fuera. No podía huir de él.
-“No, no fue nada. A veces da la impresión que se ausenta de la realidad en medio de una conversación como esta. Debe ser en esos momentos en que pierde la cordura. Se queda observando algo, inexpresiva y sin pestañear. Entonces nos damos cuenta que está soñando, que la hemos vuelto a perder, que ha vuelto a escapar de la realidad.”
-“Me he dado cuenta que pestañea poco. Me llama la atención como una persona puede mantener los ojos abiertos por tanto tiempo.” Fue el comentario de Galizur.
-“Ignoren sus síntomas. No le hagan notar que lo saben.”

Aquella conversación me entristeció y sentí semejante a la luz que se apaga de pronto de un golpe, y encontrarme sumida en la oscuridad. No esperaba contarles que me tenían por una enferma mental. No quería que me vieran como una loca. Quería que todo fuera normal entre nosotros, y el fastidioso había arruinado toda la percepción que tenían de mí. Desde ese momento me iban a mirar con otros ojos, e iban a mantenerse alerta ante cada síntoma que se convertiría en un indicio sobre mi enfermedad.
Me acosté llorando acurrucada entre mis sábanas. Necesitaba escapar. Necesitaba un cambio.
Lo cierto de todo esto solo era mi depresión. Pero durante mis vacaciones me esforcé en no hacerlo notar. Lo ocultaba con decisión. No quería que alguien se preocupara, y no quería echar a perder el ánimo del grupo. Pero en la soledad de mi habitación daba rienda suelta a mis emociones deprimentes.
Mi vida me había convertido en una prisionera de ojos ciegos que me seguían a todas partes y calificaban cada uno de mis actos como una locura, condenándome a una celda oscura en donde la única forma que tenía de escapar era evitando pensar en la realidad. Era de suponer que debía tener una gran colección de mundos  a los cuales huir cuando el mundo me daba la espalda. Y mucho de ellos estaban asociados a lo que me ocurría, lo cual volvía a reproducir imaginariamente en modo figurado.
Al principio sus palabras me herían mucho, todas esas cosas sobre mí que no eran ciertas me deprimían enormemente. Acabé por encerrarme en mi pequeño dormitorio con una fantasía que nació y la cual no quería irse de mi mente. Cada día en mi acostumbrado llanto silencioso imaginaba lanzarme desde un edificio alto. Inconscientemente albergaba el miedo de llegar a concretar aquella fantasía en algún momento de desesperación. En medio de mi sufrimiento llegaba delirar que me encontraba en un piso 20. Acabada con la esperanza de volver a sonreír y a sentir que el éxito se había apiadado de mí, y consciente de ser esclava de las manos de mis torturadores, me levantaba de la cama, abría la puerta de vidrio de la sala de estar, caminaba al balcón y me lanzaba al vacío. Cada atardecer me lanzaba al vacío imaginariamente, preguntándome si a alguien le llegaría a importar alguna vez. Imaginaba una noticia impactante, en la que todos mis conocidos preocupados comenzaban a investigar la causa de mi decisión, y que finalmente descubrían todo después de armar el rompecabezas en todas las palabras que había dejado escrito alguna vez en algún lugar. Me impedía imaginarlo distinto. Una decisión tan importante que llevaría a cabo debía tener su recompensa. La atención y la comprensión que nunca habría recibido viva, la iba a recibir muerta. Era el precio.
Luego de aquella fantasía solía quedarme dormida, y al día siguiente amanecer muy cansada. ¿Alguna vez alguien se preguntó por qué repentinamente dejé de sonreír? ¿Qué era aquella extra sombra negra que de pronto se había apoderado de mí?
Pero no lo notaban. Eran insensibles. Solo se dedicaban a analizar lo que les convenía, sobre lo que podían ejercer poder y argumentar para sacar algún beneficio.
Eran tiempos tristes que fui asumiendo con el tiempo, hasta convertirlos en parte de mi rutina.
Algunas veces sucedían acontecimientos que me alejaban un rato de la melancolía. Eventos que escasamente se realizaban en el recinto y que eran bien aceptados por todos. Días en que torturadores y víctimas fingían en llevarse bien y compartir un tiempo de alegría y algunas veces incluso adrenalina.
Mi viaje era uno de estos eventos. Me había predispuesto a vivir el presente, disfrutar de la compañía de mis amigos y sentirme feliz por un instante.
Aquellos momentos no me dificultaban sentir alegría y gozar el tiempo en que duraba aquel oasis. Al finalizar el evento, esta alegría fugaz se esfumaba de a poco, manteniendo forzadamente un poco más de aliento en mi vida. Muchas veces sucedían cosas que evitaba ese placer del recuerdo reciente y de golpe me lanzaba al abismo del que había escapado por un momento. Y de eso se había encargado mi vigilante fastidioso.

Yo no padecía ninguna enfermedad mental. Todo esto en realidad se debía a que me mantenían encerrada por temor a hacer públicas ciertas cosas que el gobierno u organizaciones ocultaban y que el mundo no debía conocer. Cuando me encontraron, con mis virtudes y defectos, encontraron la forma de hallar una excusa con la cual encerrarme y calificarme como loca. Y entonces les seguí el juego y comencé a actuar como tal, para mostrarles que era inofensiva. Así obtuve algo de libertad en un hospital psiquiátrico pudiéndome mover hacia donde quería, en vez de estar encerrada en alguna cueva oscura.
Convencidos de mí falta de cordura aproveché la situación para contarles a los demás internados lo que estaba sucediendo metafóricamente; les contaba historias. No era ficción, era realidad. Realidad figurada, que solía expresar tan bien que pasaba inadvertido entre los guardias y supervisores.
Me impidieron la comunicación virtual, ya que habría sido el modo más fácil de hacerlo todo público y pedir ayuda. Por lo tanto me las ingeniaba de otra forma. Mi viaje no solamente consistía en conocer un país extranjero y el hábitat de mi amiga Eny, sino en contarle la verdad sobre algo que ella solo consideraba un cuento. La novela estaba escrita, ahora solo faltaba demostrar que su contenido era real.

***

Una mañana desperté con energía, pues tuve la oportunidad de escaparme durante la noche y recorrer a explorar el entorno. Nos encontrábamos en otra ciudad, a costa de mar, disfrutando de la brisa salina y las playas paradisiacas. El día anterior habíamos llegado en la tarde y apenas habíamos conocido la gran playa.
Durante el desayuno habíamos planeado una excursión a los cerros desde donde se podía apreciar el paisaje costero en su totalidad. Galizur era nuestro guía, pues era él quien conocía aquel lugar.

Después del almuerzo guardamos nuestras cosas y decidimos partir. Galizur nos describía el paisaje, el bosque de palmeras que debíamos atravesar para llegar a los cerros. En un momento comenté acerca de lo maravilloso que eran aquellas palmeras, todas distintas y curiosas de observar, algunas dobladas por el viento, otras deformadas y otras dignas de una fotografía.
-“¡Sí! ¡Tal cual!” Me apoyó Galizur.
Los otros dos me quedaron mirando en silencio un par de segundos, sorprendidos por mi comentario. Me di cuenta que había olvidado no llamar la atención y proseguí a cambiar de tema.
Caminé junto a Galizur oyendo el resto de la descripción mientras Eny y K. seguían nuestros pasos.
-“Hay una isla muy pequeña no muy lejos de aquí, ¿verdad?” Verifiqué mis conocimientos. “Esa isla tiene un nombre especial por su apariencia tan llamativa, digna de una postal. Hay unos botes que llevan a los turistas hacia allá. Luego más lejos de aquí hacia al noreste hay unos acantilados preciosos. Pero es una lástima que no es turístico, ya que no hay hoteles ni nada para atraerlos. Quiero ir hacia allá.”
-“Quizá puedas ir con algún taxi, o arriendes un vehículo. No creo que lleguen buses hacia allá.”
-“Es una lástima. Incluso creo que hay cuevas. Eso debe ser muy interesante.”

El fastidioso que se había acercado casi nos pisaba los talones. Sin percatarme había escuchado parte de la conversación.
-“¿Cómo es que sabes todo eso?” Me preguntó en tono serio.
-“Estuve allí.”
Me lanzó una mirada de advertencia. Quiso decir algo pero calló.
-“¿Cuándo estuviste allí?” Me preguntó Eny sorprendida.
-“Anoche.” Les sonreí a todos. K. estaba enojado con aquella respuesta.
Eny movió la cabeza riéndose.
-“No es broma, su descripción es exacta.” Me defendió Galizur.
-“¿Lo viste en internet?” Continuaba riéndose Eny.
-“No. Estuve allí. Pero era de noche, por lo tanto no pude apreciarlo en colores.”
El fastidioso murmuraba algo ininteligible. Luego me tomó del brazo y me acercó hacia él. Sosteniéndome así unos segundos esperó a que Eny y Galizur avanzaran un poco de camino.
Continuamos caminando al habernos asegurado que ellos estaban lo suficientemente lejos para no oírnos.
Le miré a la cara esperando un comentario. No obtuve ninguno. Analicé su expresión que estaba más tranquila que al principio. En silencio avanzaba sin decir palabra.
-“Lo sabes perfectamente. Eres consciente de todo. No haz olvidado nuestra existencia. ¿Por qué lo niegas constantemente? Estamos muy lejos de Chile, aquí nadie nos ve y nadie nos juzga. Estoy completamente segura que eres el único que enviaron a vigilarme. Entonces, ¿Por qué actúas así?” Le dije.
Él dio vuelta su rostro y me observó. Sus facciones eran casi perfectas. Su expresión continuaba seria, pero eso no lo hacía agradable. Cualquiera de sus emociones eran interpretadas por un rostro simétrico que aventajaba su apariencia con cualquier cambio. Estaba pensativo. No quería responder. Sus rulos negros se movían a cada paso, una melena que le caía hasta los hombros, abundante y definida, ideal para anuncios de televisión. Tenía el mismo cabello hermoso que mi amiga Eny, pero se diferenciaba en que él si estaba conforme de poseerla. Sus ojos negros contrastaban con su piel blanca. Era tan distinto a mí. Pero en el fondo éramos iguales. La misma energía vital nos impulsó por los aires en otros tiempos.
Alejó su mirada de mi lado y continuó caminando en silencio. No me atreví a continuar con el monólogo, pues esperé haber dicho lo suficiente para hacerlo recordar. Rozó levemente su brazo con el mío al caminar. Luego me dio la mano por un periodo demasiado corto para disfrutarlo retirándola rápidamente dejándome claro que había sido un error. Estaba obligado a cumplir el rol que le habían asignado aquellos que me escondieron del mundo.

***

Mis ansias de libertad nuevamente acudían a mis capacidades para satisfacerlas. Al llegar la noche aprovechaba la hora de sueño en salir a explorar. Sigilosamente abría la ventana del dormitorio evitando hacer ruido y despertar a mi vigilante. Sin dificultad salía por ella y levantaba mis alas para emprender vuelo. Por segunda vez experimentaba las sensaciones de libertad que no había podido gozar desde hacía más de un año. Era un placer único incomparable con todos los placeres de libre expresión. El mundo se encontraba a mis pies, durmiente, inconsciente, despreocupado de lo que sucedía sobre sus cabezas en el cielo. Como un enorme ave volaba sobre las casitas y los edificios admirando el pequeño mundo desde la distancia.

***

Cuando nuevamente sugerí lugares cercanos a visitar, describiéndolos según había visto, K. me dio un sermón muy enojado diciendo que debía dejar de decir tonterías.
Le hice caso. No volví a describir los lugares a los que había ido durante la noche.
La semana de vacaciones casi había acabado. A la mañana siguiente viajaríamos de regreso a la capital y la misma tarde a Chile.
El fastidioso se había ganado su apodo por su actitud desagradable conmigo. Era hora de que yo debía actuar. La finalidad era simple, me quería quedar allí. Mi vigilante tendría que regresar solo a Chile sin mí.
Sola jamás lo iba a lograr. Eny me ayudaría. Pero primero debía quitarle la venda ante los ojos y mostrarle la realidad de las cosas.

Mi fastidioso vigilante nunca respondió aquella pregunta que le hice el día de la excursión hacia los cerros de la costa. Cuando volví a insinuársela se enojó mucho.
-“¿Qué eres? ¿Por qué actúas como si no fueras uno de nosotros?”
Me observó sorprendido ante mi pregunta tan directa. Demoró un par de segundos en decidir formular la respuesta correcta.
-“Debes olvidar.  Es lo que más te conviene en este momento.”
-“¡No puedo negarme a mí misma! Eso no es sano, ni psicológicamente aceptable. ¿Así que eso es lo que has hecho contigo mismo? ¿Te lavaron el cerebro?”
Volvió a mirarme extrañado. Una idea terrible se me vino a la mente en ese momento. ¿Y si fuera cierto? ¿Qué pasaría si no solo había sido un comentario cualquiera, sino que en realidad eso le habían hecho?
-“¡Eres un arenke!” Le grité, “¡No eres humano!”
K. se levantó irritado y me tapó la boca con su mano. Una mirada bastó para no articular la advertencia en palabras. Me senté rendida en la silla nuevamente.
-“Quizás también sepas que no soy una enferma mental. No sé qué es lo que hicieron para convencerte de ponerte en mi contra y apoyar sus decisiones contra nosotros.” Dije despacio.
-“En eso te equivocas. No estás cuerda, como tú crees. Hay muchas cosas que estás sucediendo a tu alrededor que no son reales. Hay muchas cosas que son solo una realidad alternativa. Y te seguirá sucediendo si no confías en nosotros. Si continúas resistiéndote a todos los tratamientos, nunca vas a diferenciar.”
-“Solo hay una cosa que es lo más importante. No me importaría en lo más mínimo estar enferma mentalmente si al menos pudiera ocupar mis alas. Si pudiera volar libre sobre los cielos sin ser castigada, sin ser reprimida, y que no se me niegue esa capacidad.”
-“Los Arenkis no existen.”
-“Tú existes.”
-“¿Cómo puedes estar tan segura?” Me preguntó son una sonrisa burlona.

***

Habíamos empacado nuestras cosas aquella noche. Era la última.
Luego de cenar me despedí como de costumbre para ir a dormir. Pero aquella noche no tenía planeado dormir. Me acosté sin sueño en la cama a medio vestir y esperé a que el tiempo pasara. Era relativamente temprano. En un par de horas todo volvería a estar en silencio. Mientras tanto mi atención se enfocaba en los distintos ruidos que venían desde afuera y en el tic tac de mi despertador.
Era día de semana y a medianoche ya habían silenciado los ruidos y los trajines del hotel donde alojábamos. El fastidioso fue el último en irse a dormir. Había recorrido su lista de cosas pensando en qué había olvidado empacar, qué cosas aún quedaban por guardar en la casa de la capital, y qué cosas aún quería comprar el día siguiente para llevar.

Los vehículos dejaron de pasar, y todo estaba en silencio. Lentamente me levanté y me vestí. No tenía prisa. La noche era larga, y podría haber esperado mucho más tiempo acostada, si no me habría aburrido antes. Estaba ansiosa por esta aventura y no podía mantenerme más tranquila bajo las sábanas. Ansiaba realizar lo más rápido posible la maniobra arriesgada, que consistía en salir del hotel con Eny sin que mi vigilante se diera cuenta.
Desde que había llegado a aquel país no dejaba de pensar en cómo hacer realidad mi idea, sin que este personaje fastidioso se entrometiera. Habría sido muy arriesgado hacerlo en la casa de la capital, pues salir a escondidas de noche sin que se despertara y nos atrapara era muy imprudente, pues si lo hacía, no había más posibilidad de repetir la maniobra.
Me vestí y salí de mi dormitorio. Caminé por el pasillo iluminado hasta llegar a la puerta del dormitorio de Eny. Cuidadosamente golpeé un par de veces. Esperaba a que lo había escuchado ella, y no mi vigilante fastidioso, que dormía en una habitación en el mismo pasillo.
Nada se movió ni Eny me abrió la puerta. Me pregunté de qué otra forma sería posible despertarla sin hacer ruido. Coloqué mi mano sobre el pomo de la puerta girándolo lentamente. Esperaba un milagro. ¡Y sucedió! La puerta no estaba con llave. La abrí cuidadosamente. Ella se encontraba dormida, una figura quieta, escondida bajo la sábana. Me acerqué a ella y la desperté.
-“No hagas preguntas.” Le susurré. “Ven. Levántate y vístete para salir.”
-“¿Por qué? ¿Qué sucedió?”
-“Solo tenemos esta noche para hacerlo. Quiero llevarte a un lugar. Quiero mostrarte algo.”
Ella me miró con sueño sin ánimo de salir de su cama. Si hubiera tenido la más mínima idea de lo que yo le iba a mostrar, no habría dudado tanto.
Salimos por el pasillo y nos dirigimos hacia la salida. En poco tiempo estábamos afuera del hotel.
-“Definitivamente no entiendo qué es lo que quieres hacer. Pero aunque no lo entienda, seguiré fielmente a mi ama.”
-“Si, claro. Deja de bromear y haz que salgamos de aquí sin que la puerta de la casa nos delate.”
-“¿Hacia dónde me llevarás?”
-“Hacia los acantilados que describí hace un par de días.”
-“¿Estás loca?”
-“No, pero no debo demotrarlo. Ellos deben creer que si lo estoy.”
-“¡Oh! No me refería a eso… Me refería a que esa idea es una locura.”
La miré a los ojos y le sonreí sarcásticamente.

Caminamos un par de cuadras y nos dirigimos hacia un vehículo que nos esperaba en una esquina.
-“¿Alquilaste un taxi?” Me preguntó ella sorprendida.
-“Si,” Hice una mueca, “No tenía otra opción. No hay recorridos públicos nocturnos hacia allá. Al menos no encontré ninguno, o habríamos viajado en bus. Pero bueno…”
-“Ok. Ahora si estoy muy impresionada.”
-“Y lo estarás más aún cuando veas lo que haré.”

El recorrido fue más corto de lo que había pensado. No había vehículos en la carretera por lo que aprovechamos de viajar a la velocidad máxima permitida. Rodeamos los cerros a los que habíamos ido hacía un par de días y llegamos a una zona rural. Íbamos subiendo en pendiente, cada vez a mayor altura de la costa dejando atrás el llano y las playas. A oscuras el paisaje era maravillosamente fascinante y comencé a sentir la adrenalina ante el atractivo de la noche. Todos los sentidos despertaban en mí y comencé a sentirme llena de energía dejando atrás la fatiga del día. Esta era mi hora, la hora que los arenkis habíamos adoptado hacía milenios para hacer de las nuestras sin que nadie se percatara. Eny estaba sentada a mi lado con expresión interrogante esperando alguna explicación que no le di el placer de responder.  No solo era cosa de palabras lo que ella debía entender.
Finalmente el taxi nos dejó a un costado de la carretera avisándome que era lo más cerca que él me podía dejar. Para llegar a los acantilados debíamos atravesar los campos. Le di las gracias y le pedí el número de teléfono para llamarlo por si lo necesitábamos de regreso.

La luna estaba creciente y las estrellas brillando y no nos encontramos a oscuras completamente, pues yo no poseía una linterna para alumbrarnos el camino. Como un par de fugitivas atravesamos los campos abiertos rápidamente para no demorarnos en llegar a nuestro destino. A lo lejos había luces de casas y escuchamos a los perros ladrar. Atravesamos un pequeño bosque y llegamos a nuestro destino.
Ante nosotras de pronto se nos acabó el mundo. Percibimos un gran vacío al final de la pequeña planicie después del bosque. De día podríamos haber visto el mar extendiéndose hasta el horizonte, fundiendo los colores del agua y del cielo. Pero en ese momento, de noche, todo era negro.
-“Bien. Hemos llegado adonde querías. ¿Y ahora qué?” Preguntó ella ansiosa.
Me senté en el suelo apoyándome en un árbol. Ella igualmente se sentó, observando el borde de las rocas, hacia la oscuridad el abismo. En medio del silencio distinguimos levemente el ruido de las olas, golpeando contra las rocas.
-“La segunda noche, cuando me fui a dormir, mi amigo les dijo algo que alcancé a oír. Escuché todo el discurso sobre mí.” Hice una pausa. “Supongo que fueron ingenuos y le creyeron…”
-“No me molesta, te acepto como eres.”
-“Que bueno, porque ahora mismo pienso mostrarte como soy.”
Nuevamente recibí una expresión de interrogación.
-“No quiero repetir lo que dijo K., pues me entristeció mucho la opinión que obtuvieron por su culpa. Solo quiero decirte que olvides todo, todo lo que dijo sobre mí. Debo contarte como  fue. ¿Recuerdas cuando un día te hablé sobre los arenkis? Seres que vivían mezclados con los humanos sin ser reconocidos, pues solo utilizaban sus alas cuando no eran observados… pues, no fue de mi imaginación. Te conté algo que era real. Eres humana y no debes saberlo, y mucho menos debes saber que yo soy una de ellos. Soy una arenke.” Hice una pausa. Recibí silencio como respuesta. Ella se encontraba en una situación incómoda. Era evidente que creía que yo estaba delirando.
-“Cuando ciertas personas se dieron cuenta de que se lo estaba contando a los humanos en forma de cuentos, me buscaron, me encontraron y me encerraron en un hospital psiquiátrico. Me aislaron de los medios de comunicaciones para no continuar propagando información sobre nosotros. Entonces les seguí el juego y me hice pasar por loca, y continué hablándoles a los internos sobre nosotros, en forma de cuentos, como a ti. Los locos me creen, los cuerdos, como tú ahora, no.”
-“Porque es demasiado fantástico.”
-“Sé que debo demostrártelo para que me creas. Además,” Proseguí, “¿Recuerdas al tipo al que mataron con un disparo? Yo sé que tu lo viste, eso no me lo puedes negar. Sabes perfectamente que fue injusto acusarme de enferma mental cuando hablé sobre ese hecho.”
-“Pues, si. ¿Cómo lo sabes?”
-“Noté cuando despertarste. ¿Y así me consideras loca?” Dije y avancé hacia el borde del precipicio.
-“¡No! No vallas, ¡por tu bien no lo hagas!”
-“No tengo alternativa.” Dije y continué caminando. Ella se levantó de un salto siguiéndome para detenerme. No quería que me detuviera, yo tampoco quería que ella se acercara mucho al borde, era mejor evitar accidentes. Me di prisa en avanzar, llegué al borde de la roca y me di vuelta hacia ella. Eny asustada me suplicaba que no hiciera nada arriesgado.
-“¡Déjame creerte lo que me dices, pero no saltes!, ¡No saltes!”
Levanté las manos al cielo, di un paso hacia atrás y caí como un objeto inerte, por los aires. Eny corrió hacia el borde desesperada por mi acto. Yo no la oía, simplemente me dejaba caer de espaldas, observando como ella y el borde de aquella roca se alejaban velozmente de mí. Me precipité en reaccionar, e hice algo que ella no olvidaría nunca. Algo que confirmaba todas mis afirmaciones acerca de mis historias. De mi espalda salieron unas enormes alas negras, cada una del largo de mi cuerpo, que sostenían sin mucho esfuerzo todo mi peso en el aire. De pronto me encontraba flotando en el aire. Aleteé un par de veces, di la vuelta y me volví a posar sobre el borde del precipicio, ahora con las alas abiertas y extendidas y mi largo cabello blanco entre sus plumas. Me sentí como un enorme ser al lado de un pequeño humano.
No puedo describir la expresión de sorpresa de ella, pero de alguna forma me dio satisfacción haber demostrado por primera vez a una persona lo que yo era. Me sentía feliz al pensar que después de aquel acto ella creía en mí. Cerré mis alas y la abracé. Ella estaba consciente que yo necesitaba ayuda, pues claramente mi versión de la historia del fastidioso era real. Nunca había levantado una persona durante el vuelo y desistí de ese plan. La habría llevado a ver la isla sobre la que hablé y haberla llevado también a ver las cuevas de los acantilados. Pero era mejor hacerlo con un poco más de luz, al amanecer, en otro momento.

-“Ahora es cuando necesito tu ayuda.” Le dije después de haber tranquilizado todos los nervios. “No quiero regresar a mi antigua vida en esa prisión. ¡Quiero ser libre!”
-“¿Y cuál es tu plan?”
-“Haré que K. viaje solo de regreso a Chile.” Le conté mi plan con todos los detalles. Luego le dije que debía desarrollar su parte en ese plan. Ella accedió a ayudarme.

***

Todo estaba empacado. Las maletas estaban listas para el viaje, o al menos eso creía el fastidioso. En realidad la mía estaba casi vacía, solo unas toallas ocupaban el espacio y algunos objetos inecesarios aparentaban el peso suficiente de una maleta llena de cosas. Los boletos estaban listos para las diez de la noche, pero había que estar dos horas antes en el aeropuerto, por obligación. A las ocho de la noche estaba oscuro, diferente de Chile, en donde a esa hora los visitantes de las playas fotografiaban la puesta de sol.
En el aeropuerto inmediatamente hizimos el chek-in y luego entregamos nuestras maletas. Desde ahí en adelante solo quedaba esperar.  Paseamos por las tiendas de recuerdos y charlamos acerca de las experiencias de la semana. Yo estaba inquieta. Nunca me habían gustado las despedidas largas en un aeropuerto, pero no debíamos despedirnos antes de tiempo. El tiempo era muy importante para llevar a cabo mi plan. A última hora nos despedimos, cuando la fila de personas que esperaban en el ingreso de migraciones había disminuido. Nos despedimos de Eny y continuamos nuestro camino. Durante el abrazo de despedida le susurré que se apresurara y me esperara en el lugar acordado.
Las personas que chequeaban nuestro equipaje de mano nos adviertieron que nos diéramos prisa, ya que estabamos algo atrazados. Eso fue muy conveniente. Nos revisaron, y al no encontrar nada sospechoso nos dejaron continuar nuestro camino a migraciones, para timbrar nuestros pasaportes. Me sentí algo nerviosa. El fastidioso iba delante de mí y me quería ceder su puesto, pero lo ignoré. Se dejó timbrar el pasaporte e ingresó a la sala de espera. En ese momento lo miré, dudé un par de segundos en avanzar, metí mi mano en el bolsillo y me sobresalté. El fastidioso me miró extrañado preguntándome con gestos qué sucedía. El hombre de migraciones me invitó a pasar, pero moví la cabeza bruscamente.
-“¡He olvidado algo!” Le grité. “¡Volveré, no te preocupes, sigue adelante!” Le dije, y sin mirar di la vuelta y me marché. Me disculpé con las personas del chequeo y salí de alli. El fastidioso alarmado quiso seguirme, pero el hombre de migraciones se lo impidió, pues no podía volver con el pasaporte timbrado. Debía quedarse donde estaba.
Corrí por los pasillos, por todo el aeropuerto buscando la salida más cercana. En la salida esperaba un taxi. Me subí en él y a toda velocidad me dirigí hacia el lugar acordado con Eny.
Mi plan había funcionado. Seguramente en ese momento el fastidioso estaba haciendo un escándalo por regresar a la zona pública del aeropuerto, pero eso impedía la ley de migraciones. Ya había hecho los trámites y no podía volver.
Durante el viaje por las avenidas de la ciudad, ví un avión que se elevaba por los aires, impulsándose hacia arriba con todos sus pasajeros dentro. ¿Estaría él allí?

Cuando llegué al terminal de buses de la ciudad, en uno de los asientos me esperaba Eny sonriente. Corrí hacia ella, me senté a su lado y la abracé por un par de segundos. En su mano había dos boletos  de bus con destino a otra ciudad. A su lado estaba su amigo Galizur, quien tenía una maleta y adentro todo mi equipaje.

***

-“Despierta Aisha, que casi llegamos.” Me dijo una voz masculina. No había dormido, solo lo aparentaba. Cuando abrí los ojos ví a mi lado un hombre guapo, de piel blanca y cabellos negros rizados que le caía hasta los hombros. Me sonreía amablemente atravez de sus ojos negros. Era Kai, mi hermano fastidioso, que había vigilado todos mis movimientos mientras me encontraba con los ojos cerrados, quieta, inmersa en mis mundos fantásticos.
Me incorporé en mi asiento, curiosa por saber dónde nos encontrábamos. Levanté el estor de la pequeña ventana y miré hacia el exterior. El cielo estaba azul, era un hermoso día. Nos encontrábamos a mucha altura y apenas podía distinguir las pequeñas casitas sobre el mundo de colores que se apreciaba desde el avión.
-“Espero hayas descansado. En media hora aterrizamos.” Me volvió a sonreir.
-“La verdad es que no he dormido, estoy bastante cansada.” Le dije. Él me acercó a mi y posó mi cabeza en su hombro. Era tan distinto a mi físicamente, mi cabello casi blanco, mis ojos claros, pero en el fondo, éramos iguales. Era parte de mi, un trozo de mi alma, un motivo de mi felicidad. La misma energía vital nos impulsaba por los aires.

De pronto volví a recordarlo todo y con discreción mis pensamientos volaron hasta allí. ¿Dónde se
encontrará Eny en este momento?



26 de abril de 2014

Insomnio

Un día me acosté rendida,
Cansada de la vida, esperando morir.
Pero mientras esperaba allí,
Con los ojos entrecerrados y quieta,
Me di cuenta que no podía conciliar aquel sueño,
Era aún muy temprano,
Y no había vivido lo suficiente
Para estar agotada.


Libro

Cuando comienzo a leer un libro,
Me inserto en un mundo
Maravillosamente acogedor.
Pero cuando acabo de leerlo,
Despierto a la cruda realidad
Vacía y desamparada.


31 de marzo de 2014




La vida en sí es un milagro.
Vivamos entonces la vida 
Con todo lo que hay en ella, 
Ya que ese es nuestro destino.


21 de febrero de 2014

El extraño gusto por la música ruidosa

“¿Por qué te gusta tanto el metal?” Me han preguntado varias veces.

Para comenzar debemos tener en claro que METAL es un género musical bastante amplio. Es un género que nos incita a caer fácilmente en prejuicios si no tenemos el conocimiento de sus distintas características.
 Existe desde el heavy metal romántico en español (el más suave) hasta el black metal (a mi parecer el más fuerte). Tenemos una amplia gama de subgéneros de metal que no voy a mencionar aquí.

El subgénero que yo suelo escuchar es el folk metal. Este género mezcla sonidos folk de los países nórdicos con los instrumentos característicos del metal.

“¿Por qué te gusta esa música? No lo entiendo. No eres así, no va con tu estilo. Deberías escuchar algo acorde a tu inteligencia y talento artístico. Música clásica por ejemplo…”
He escuchado y leído varias veces que gran parte de personas inteligentes prefieren el metal a otros géneros. Médicos, programadores, ingenieros, científicos, prefieren éste tipo de género.

También soy amante del café. De preferencia el grano de tostado medio. Me gusta dulce y con un poco de leche, para empezar el día. Por la tarde prefiero uno amargo, y con un poco de crema dulce por encima. 
Entonces, podría preguntarme la misma persona de antes, “¿Por qué te gusta tanto el café? Como persona inteligente deberías preferir el agua, el elemento más importante para vivir. De ello se compone el 90% del cuerpo humano. A futuro se desatarán guerras por las preciadas aguas. En cambio el café destruye los nervios, el estómago, el hígado. La cafeína  sube la presión, trastorna el sueño, corrompe nuestro estado de alerta, bla, bla, etc.”
-Pero entiende, ¡Me gusta el café! ¡Mil veces más que el agua! Es cosa de sabor.

Es cosa de gustos. Y sobre gustos no hay nada escrito.
El folk metal es la mezcla ideal de sonidos que da energía con sus voces guturales o marcadas, con sus gritos, y la más delicada melodía armoniosa, notas altas o bajas, que les ofrecen un equilibrio a la agresividad con delicadeza. Además de añadirle un excelente ritmo que destaca en ciertos momentos.
El folk metal contiene melodías escandinavas y es influenciado por varios subgéneros como el black metal sinfónico con sonidos más oscuros y bajos, el metal progresivo o power metal sinfónico, con una orquesta de distintos instrumentos melódicos de fondo. En su mayoría el folk metal es death metal melódico, por su gran mayoría de voces guturales. Aunque lo hay con voces naturales. Por lo tanto no es necesario catalogarlo como música agresiva para personas de conducta antisocial. 

“De lo bueno poco”, es un dicho. Hay canciones que contienen muchas voces agresivas, guitarras maltratadas y baterías enfurecidas. Pero en alguna parte del estribillo hay una pausa y todo cambia y aparece la melodía más hermosa que se haya escuchado para luego continuarla de fondo con todos los instrumentos bravos de regreso.
Y esa es la melodía que le da el peso a la música, y de la cual luego nos enamoramos y no paramos de repetir una y otra vez.

Me gusta el café amargo. El amargo no es una sensación muy agradable para muchos. Para mí tampoco. Pero el café amargo es muy rico si se le añade una pequeña porción de crema dulce. Cambia enseguida nuestra opinión.
Porque a pesar de que la cantidad de crema dulce es poca, cambia por completo toda la sensación de sabor. Lo mismo sucede con las pequeñas pistas armoniosas que colocamos en medio de una canción agresiva.
La cafeína nos proporciona energía en la mañana a personas como a mí, que nos cuesta más tiempo despertar. El metal da energía también, con sus acordes veloces y sus gritos de guerra.

-Es genial ir sentado en el bus escuchando una agradable pista de folk metal. Relaja. Con su agresividad absorbe todo nuestro estrés y se lo lleva a gritos liberándonos toda la tensión. Además nos lleva a otro mundo y nos alejamos de las realidades como el tráfico lento y los semáforos.
-Hay personas que toman una almohada a la boca y gritan en estados de ansiedad. ¿Para qué hacer eso, si puedo escuchar como otra persona grita por mí en la música?
-No hay nada más alentador que escuchar una pista rápida de metal para ir a trotar. Te da energía para continuar.
-Después de un día con muchos nervios. Dejar que las voces y los instrumentos se lleven todo eso y te renueven internamente.

De vez en cuando me aburro del mismo género cuando lo escucho por horas. Y es bueno variar. Entonces coloco algo más suave. Algo con más melodías o con voces más armoniosas. O tal vez algo puramente instrumental. Son como caprichos de algo más suave para ir variando, como beber un café dulce. O un tinto colombiano (bien concentrado y muy dulce).
A veces mi gusto varía por semanas y hay épocas en las cuales escucho música celta y otras en donde realmente ansío algo agresivo. 

Otra pregunta mítica; ¿Por qué lo prefieren personas inteligentes? ¿Hay que ser inteligente para escucharlo?

Porque hay que saber entenderlo. Muchas veces no nos gusta algo porque no lo comprendemos. El rechazo a lo desconocido.
Pero no te preocupes, ¡Cualquier persona que carece de materia gris puede escuchar metal!

Como en muchas cosas existe la calidad, en este género musical también está presente.
Hay bandas que son muy conocidas y realmente no valen la pena escuchar, y hay otras con integrantes que son genios para componer. 
He ahí también su público.
No cualquiera sabe apreciar un buen café de calidad. No cualquiera prefiere una banda con música buena a una que solo está de moda y que sus canciones fueron compuestas cuando uno de sus integrantes estaba en el baño con estreñimiento. 

Una persona que sabe apreciar buena música y distinguir las distintas facetas de una canción metal, sabrá disfrutar la música violenta y apreciar su toque “al dente” junto con la melodía armoniosa entremedio. Solo una persona inteligente o experimentada lo sabrá comprender. Los demás solo oirán gritos y de vez en cuando los llantos de una sirena asesinada cruelmente.

Muchos tendrán que desacostumbrarse de considerar la voz como el instrumento principal y enfocarse más en instrumentos como el piano de fondo, la guitarra, o un bajo en una intro, para apreciar de que se trata la música realmente. Lo demás solo será ruido y melodía de acompañamiento. Como el azúcar, que en un café, no es el ingrediente principal del sabor.