31 de marzo de 2011

Limonero

Hace varios años atrás, cuando era una niñita y vivía al sur de chile, en una zona rural y en la costa del mar, tenía un hermoso árbol de limón. (Ese árbol aún existe).

Era un hermoso limonero, de tronco firme y hojas grandes. Yo utilizaba las hojas para tomarlas como té preparándolas con agua caliente. Tenía un rico sabor cítrico. En general me gustan los limoneros, pero éste era bello.
 El único problema era que ese árbol no daba frutos. Podía ser por el clima, que era muy frío, y los limones crecen más en zonas cálidas, como en la zona central (donde vivo ahora), o podía ser que era un “árbol macho” como decían algunos, que solo los “arboles hembras” podían dar frutos. Pero eso me importaba lo más mínimo en ese árbol, yo estaba feliz sin los frutos.
Una vez llegó alguien y me dijo que debía cortar aquel árbol y colocar un “árbol hembra” que me podía dar los limones cada invierno. Pero tendría que esperar al menos dos años para que crezca lo suficiente para comenzar a dar frutos.
Lo pensé y luego le dije que no. No quería otro árbol que ocupara el lugar de éste, aunque éste no podía dar limones y tal vez el otro sí, no lo quería. ¿Crees que lo cambiaría solo por los limones, siendo que lo que realmente me importa es el resto de éste árbol?
Los limones solo los tendría una temporada en invierno y luego seguía con ese árbol tan distinto al acostumbrado. En cambio en árbol que tenía en ese momento era mi árbol especial con sus hermosas hojas todo el año y con su altura se lucía majestuosamente en el patio de los árboles frutales. No iba a cambiar aquel bello árbol por uno distinto solo por los limones. Los frutos eran un detalle, pero lo importante para mí era el resto del árbol, algo que solo yo podía entender.